Prejuicios ancestrales no siempre interiorizados por quienes los practican, pueden malograr o entorpecer una buena amistad
Foto: Roberto Morejón El mundo es un pañuelo, dice un proverbio, y las nuevas tecnologías han posibilitado que mucha gente tenga nuevas amistades en cada esquina de él, aun cuando no se trate de personas afines por su raza, credo, origen o cultura.
Para bien de la humanidad, lo «diferente» cede paso a lo «diverso» como nueva categoría, más basada en el respeto. Mucho ayudan el correo electrónico, el auge de movimientos sociales y las facilidades técnicas para aprender idiomas. Incluso el mapa genético, prueba de que todos somos, en esencia, humanos en igual porciento.
Sin embargo, las fronteras marcadas por la sexualidad tienen aún vida propia en este asunto de cultivar amistades, en buena parte sostenidas por prejuicios ancestrales, no siempre interiorizados por quienes los practican como norma social, pero no los entienden.
Hablar de reciprocidad afectiva, relación vincular, solidaridad, respeto, colectividad o ayuda mutua entre personas cuyos deseos sexuales no concuerdan con los esteriotipos, resulta para algunos incómodo y para otros impensable, ya se trate de hombre y mujer o de personas del mismo sexo biológico.
Así lo valoraron numerosas personas entrevistadas por este equipo y lo confirma una encuesta de la Universidad de Oriente hecha el pasado año por la joven Yanet Ricard como parte de su tesis de licenciatura en Psicología, en la que abordó la visión de los universitarios varones heterosexuales y homosexuales sobre la amistad entre ambos.
Sobre este ejercicio académico tuvimos noticia a través de su tutor, el máster Yorkis Santana, un apasionado del tema de la amistad en los tiempos modernos, quien ha observado el fenómeno desde distintos ángulos en la sociedad cubana.
La investigación de Yanet arrojó que aún existen prejuicios significativos sobre este particular, a pesar de que la homosexualidad es mejor comprendida en ese recinto de altos estudios donde matriculan jóvenes de toda la zona oriental del país, tradicionalmente muy machista.
Los heterosexuales, como tendencia, temen que la amistad con alguien de diferente orientación sexual puede llevar a que otros le coloquen la misma etiqueta, y los homosexuales a su vez rechazan la amistad con los primeros porque esto presupone ser sometidos a constantes críticas o burlas por su forma de actuar, sus gustos y reacciones.
Los homosexuales también se sienten cohibidos de ir a fiestas o compartir con muchachos heterosexuales a quienes aprecian, por miedo a «dañar la imagen de sus amigos», tal vez porque han sentido en su propia piel lo que eso significa.
Sin embargo, las respuestas recibidas tuvieron matices de acuerdo al perfil de estudio de los entrevistados: en las carreras de humanidades las respuestas eran menos tajantes que en las de ciencias exactas, donde abundan estereotipos dañinos. «Ese es su mundo», decían estos últimos a los investigadores. «Yo los trato, pero hasta ahí...», fue otra respuesta muy frecuente entre los heterosexuales.
Según ellos, tener un amigo homosexual es fuente de crítica por parte de los padres, de amigos heterosexuales, de la pareja y de la sociedad en general, por lo que se veían frenados a mostrarles admiración o aprecio para no dañar a otros, no por temor a ser «contagiados», cosa que en el pasado primó como concepto y que hoy resulta afortunadamente ridículo para la mayoría de los jóvenes.
Otro elemento clave para entender lo externo del rechazo es que a la pregunta de «si te olvidaras por un momento de la sociedad y de los padres, ¿serías capaz de tener amistad con un homosexual?», buena parte respondió que sí.
O sea, que un número significativo de esos jóvenes quieren romper esquemas y algunos ya defienden ese derecho, pero aún tienen limitaciones para exteriorizar ante otros su afecto, que excluye el interés sexual, y solo se sienten cómodos cuando comparten con ellos en espacios privados.
Hacia el occidente del país tales remilgos van quedando atrás con un poco más de celeridad. Compartir amigablemente en público con alguien de diferente orientación sexual es normal, nos respondieron capitalinos de entre 16 y 35 años de edad, siempre que estos «no se propasen», advierten.
Sin embargo, tales límites no siempre existen entre los propios heterosexuales. En una beca, un campismo o en el servicio militar es común que dos varones jueguen de manos con frecuencia, se duchen juntos sin pudor, se cambien de ropa y hasta comparen sus genitales desprejuiciadamente, pero se cohíben en cuanto llega otro muchacho que ellos consideran puede mirarlos «de otra forma», aun sin que este haya mostrado interés por ellos.
En lo personal, Yorkis considera que la amistad no debe ser limitada por prejuicios discriminatorios de ningún tipo. Lo que decide o no que dos personas sean amigos debe ser sus concepciones sobre la vida, sus principios, dice él.
Amigos de otro sexoTambién la amistad entre hombre y mujer ha sido encorsetada por mucho tiempo. Muchos se preguntan: ¿es acaso posible una relación afectiva que excluya el intercambio carnal?
La respuesta de la mayoría de los hombres adultos entrevistados fue un rotundo «no». La reacción de las féminas resultó más titubeante: «A veces sí... depende de cómo empezó todo... hay que estar siempre a la viva para no resbalar...»
Un chofer en la capital nos comentaba seriamente: «Solo soy amigo de una mujer si no me gusta nada... vaya, una escoba con corazón, pero si tiene aunque sea un poquito de presencia, mejor ni lo intento porque yo me conozco. Además: ¿de qué pueden hablar amigos de sexo diferente?».
Una respuesta a esta duda nos llegó por correo electrónico: «¡De cualquier cosa! De los problemas de uno y otra, de sus cuitas amorosas, sus conflictos con la familia, sus planes futuros, hasta del color de los árboles en el otoño o las estrellas que iluminan sus noches».
El norteamericano José R. Alpizar nos cuenta que tiene una amiga así. Jamás se han visto personalmente porque viven en lugares muy distantes, pero si pasan varios días sin recibir noticias mutuas, entristecen.
También para Wenceslao Pérez, abogado español que visita la web de JR con mucha frecuencia, la amistad debe ocupar su sitio y el amor el suyo, no importa sexo o edad: «Yo tengo varias amigas, algunas de hace más de 40 años, con una confianza extraordinaria. Una de ellas participó conmigo y otros amigos en un desplazamiento a Egipto hace unos diez años. Por problemas del hotel tuvimos que compartir la misma habitación durante una semana y no pasó absolutamente nada: la amistad estaba por encima de todo», comenta.
Otros dijeron ser más desprejuiciados y defienden como válida para estos tiempos una fórmula sugerente: los «amigos de perfil amplio», y llaman así a esas personas que a lo largo de muchos años se mantienen cerca de alguien que aprecian, respetan, admiran, tal vez hasta han sido parejas estables en algún momento de la vida, pero en la actualidad son solo compañeros de faena, tal vez magníficos confidentes y puede que además sostengan ocasionales encuentros de alcoba, sin garantía de una próxima vez.
¿Está acaso reñida con la amistad ese tipo de relación? Quienes la respaldan dicen que no, pero reconocen que a veces los límites no están igual de claros para ambos.
«Mientras se actúe de forma leal, no se generen falsas expectativas y no haya laceración a terceras personas, no hay nada que objetar», opina el máster Santana.
A cierta edad, cada quien está en condiciones de elegir el formato y alcance que dará a sus relaciones con otras personas, y hasta dónde está dispuesto a involucrarse con los demás, afirman varios entrevistados.
«Uno no puede cambiar de estatus por un momento de placer... aunque otra cosa sería que nos encontráramos en una isla desierta y con pocas posibilidades de salvamento», dice jocosamente Wenceslao. Habría que ver en esos casos qué derroteros tomaría el asunto.