Los dos breves cuentos que hoy ponemos a consideración de los lectores pertenecen al cuaderno Pasajes de la vida breve, publicado por Ediciones Unión.
Charo Guerra (Limonar, Matanzas, 1962) Poeta y narradora. Ha publicado los libros de poesía: Un sitio bajo el cielo, Los inocentes, Vámonos a Icaria y Luna de los pobres. Incursionó en la narrativa con Pasajes de la vida breve. Actualmente tiene en proceso de edición otro volumen de este último género: Mientras llegan los gatos salvajes.
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El mesero sirve panqué con pasas, vino y una sopa de ajo: agua triste, pecaminosa, que se enturbia con el huevo, el ajo y las migajas del pan. Hace una reverencia profunda, genuflexo: «mamoassssell...» (Pañuelo blanco en la cabeza, pañuelo blanco sobre el pecho y la barriga).
Entre copas conversan en La Viña, hasta muy tarde, la dama rica y el mesero afrancesado; cada noche retoman un diálogo animado por las contradicciones y los odios profundos de la amistad.
La dama es desdeñosa con el mesero, critica sus modos, y hace una mueca para rebajar la calidad del vino «otra vez casero», le reprocha aunque vuelve a pedir más. Frecuentará otro sitio si él insiste en la pobreza del menú. El mesero no toma en cuenta los insultos, sabe que son sus modos de introducir la noche, la antesala para hacer los mismos cuentos a los mismos concurrentes. En toda la ciudad no hay un lugar tan europeo y refinado como La Viña.
Con argumentos simples el mesero y la dama se reconcilian y pasan a la segunda parte del programa, donde el interés de la conversación tendrá que desplazarse —como si todo esto se tratara solo de la pausa de un acto teatral— hacia quien llaman «el sujeto lírico perpetuo», e insistir en «el drama de su vida». Se distancian, la increpan. «Es áspera desde que murió su hijo. Lo escondió en el sótano cuando cumplió catorce años, ella y su esposo dijeron que había escapado de la casa; primero las autoridades lo buscaron entre los vagabundos, publicaron su fotografía, nombre, edad, cómo iba vestido, pero nunca nadie dio señales de haberlo visto y fue declarado errante, hasta que todos lo olvidaron. Ella y su esposo lo mataron de melancolía. Por el encierro. Pobre pájaro enjaulado que se fue marchitando. Inocente, fláccido, gris, abofado. Diez años sin ver la luz, un niño sin pecados. Todo por evadir la vida militar, es decir, por evadir la vida».
El relato crece cada noche; hierve morbosa y lentamente en agua turbia, lleva el olor del ajo, el aire refinado y europeo de La Viña.