Que nos acusen de xenófobos si quieren, pero al Huang Long Bing, ―ese intruso don Juan, o Juan simplemente, según el modo en que muchos lo pronunciamos—, extranjero asesino, autor de la vil patraña de acabar con nuestra tradición citrícola insular, debiéramos hacerle un acto de repudio todos los días. De hecho, se lo hemos hecho y se lo seguimos haciendo en silencio cada uno de los clientes-consumidores a lo largo y ancho de este Archipiélago, cuando llegamos a la tarima y nos piden por una libra de limón un ojo de la cara y la mitad del otro. Así es como uno protesta casi siempre, en una amarga procesión que se lleva por dentro, en un encabronamiento que nos produce acidez, testarudez, dejadez... y todo lo que rime también con escasez.
Ahora bien, arremeter solo contra la enfermedad del Huang Long Bing por el exasperante caso de que no hay cítricos y el precio de los pocos que se encuentran anda por las nubes, sería algo así como botar el sofá que atestiguó la infidelidad. Hay muchas otras espinas pinchando en esa agria ruta que va desde la plantación y sus atenciones, pasando por unas cuantas manos, para llegar entonces después hasta el mercado estatal, el puestecito privado o el carretillero que merodea por la esquina.
Ya hoy, si vamos a montar en cólera por lo que nos piden por cualquier producto, estaríamos con el hígado deshecho y los guantes puestos todo el tiempo. Ciertamente, el tema va más allá del Huang Long Bing, la naranja dulce o el limón perdido, parafraseando la vieja canción infantil.
Si bien las medidas aprobadas por el Gobierno cubano desde hace casi dos años para dinamizar la producción agropecuaria han abierto nuevas posibilidades para los productores, no acaban de dar ese añorado salto que alivie de algún modo las tensiones que uno siente frente a la balanza del agro.
En la más reciente sesión ordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular el Ministro de la Agricultura reconocía con total franqueza que a pesar de todas las alternativas aplicadas, en 2022 se incumplió lo planificado en la mayoría de los renglones productivos, en un contexto —algo que es válido decir también— marcado por limitaciones financieras y de acceso a los insumos importados que se necesitan.
Todo eso se entiende, pero lo difícil de masticar es que el boniato, el modesto y retraído boniato de nuestro viandero, por ejemplo, pueda costarnos una libra de él hasta 60 pesos —fuera de ferias con precios topados, claro—, cuando para que este producto se dé no hace falta paquete tecnológico importado. Definitivamente, en medio de la inflación que hoy estamos atravesando hay quienes están haciendo el pan, y no precisamente de harina de boniato, al ponerles ganancias excesivas a productos que no tienen por qué cotizarse, incluso en el mercado estatal, a tan altos precios.
Las fallas del proceso son bien conocidas: muchos intermediarios entorpeciendo el camino entre el surco del productor y el punto de venta y, al mismo tiempo, y a todos los niveles, insuficientes mecanismos de control de precios. Desde luego, es imposible que exista un inspector para cada vendedor, como apuntaba hace pocos días un avezado colega en estos temas, pero algo habrá que hacer ante tanta impunidad pública, abuso permitido y proposición irracional en nombre de la escasa oferta y la alta demanda.
Es agua tibia, descubierta desde tiempos inmemoriales, que la producción, la anhelada producción que no llega, bien pudiera ser la que enderece el complejo panorama. Sin embargo, mientras eso sigue estando ahí, entre los asuntos pendientes, como la nueva novela,
debiéramos de hacer menos sufribles los dilemas actuales de la mayoría de los cubanos, con el bolsillo cada vez más estrecho, al tiempo que el de unos pocos, ya no tan pocos, se abulta sin mucho problema.
Si de verdad hoy apostamos a que el municipio tenga mayor autonomía, como espacio principal de muchas soluciones productivas, es esencial que ayudemos a fortalecer más ese escenario en el que la inspección y el control pueden ser más fáciles y efectivos. Sí, porque en ese lugar al que cariñosamente muchos le llaman el patio, las distancias suelen acortarse mejor a favor de la disciplina y el buen funcionamiento de los procesos. Es donde más cerca está la naranja que va al agro de su propio naranjo, el guajiro del tarimero, el costo real de producción de un precio moderado.
Conjuntamente con medidas que busquen más productos, que tanta falta nos hace, hay que cultivar la sistematicidad en el control cotidiano, hay que abonar la constancia y el rigor desde el surco, desde la base, para que no sea entonces tan humillante a veces ese repudio callado y desahogante al Huang Long Bing, al vendedor de limones o a cualquier mercader de amargos boniatos.