En ascuas, andan los estadounidenses —incluso el mundo—, porque la grandes incógnitas de los últimos días son las respuesta a estas preguntas: ¿Está el presidente Donald Trump enfermo o no de COVID-19? ¿Es una maniobra propagandística para exhibirse como un hombre capaz de derrotar al virus y buscar los votos necesarios para mantenerse en la Casa Blanca?
No olvidemos que antes de ocupar la silla principal del imperio era un hombre del espectáculo televisivo, y esa profesión sí que la tenía bien aprendida, al punto de ser todo un Maestro.
El pasado viernes, él y su esposa Melania dieron «positivo a la COVID-19, y como corresponde cuando un Presidente de EE. UU. se enferma, fue recluido en el Hospital Militar Walter Reed. Lo anunció de madrugada en un par de tuits, cuando sobraban los análisis críticos del debate televisivo con el otro aspirante presidencial, el demócrata Joe Biden, en el cual abundaron los insultos y escasearon propuestas serias sobre la cadena de crisis que atenazan a Estados Unidos.
Las redes sociales se llenaban de criterios desaprobándolo y de memes que rechazaban o ridiculizaban, y también de los que apoyaban a Trump. Con unas elecciones a la vuelta de la esquina (3 de noviembre) y muchos votos emitidos ya por correo y encuestas nada favorables que hacían crecer la incertidumbre sobre un avasallador triunfo y reelección, un golpe de timón para enderezar la nave era de esperar y buscarse vientos a favor.
La compasión hacia un Presidente enfermo y la preocupación no le vendría mal, mientras Joe Biden daba negativo a la prueba del coronavirus, al igual que el vicepresidente Mike Pence. Entonces, el doctor Sean Conley, su médico de cabecera, informó de síntomas leves similares a los de un resfriado, y dijo que se le había suministrado a Trump una dosis de ocho gramos de un coctel experimental de anticuerpos de la empresa Regeneron.
Conley agregó: «Esta tarde, el presidente sigue fatigado, pero con buen estado de ánimo». Por el contrario, Mark Meadows, el jefe de gabinete de la Casa Blanca informaba a los medios: el presidente había presentado constantes vitales «preocupantes» el viernes y las siguientes 48 horas «eran críticas». ¿Dónde la verdad, dónde la falsedad o el apañamiento?
Sin embargo, el sábado el médico de cabecera admitió que la víspera, el mandatario había presentado síntomas graves, recibido durante una hora oxígeno complementario, tenía fiebre alta y le suministraron dexametasona —un potente glucocorticoide sintético con acciones que se asemejan a las de las hormonas esteroides, el cual actúa como antiinflamatorio e inmunosupresor, y ha demostrado su eficacia para tratar a pacientes graves y críticos de COVID-19—, por una bajada de oxígeno. También se le trató con Remdesivir.
Nadie o muy pocos pueden creer al doctor Conley —no voy a referirme a la ética médica, ¿para qué?— cuando no dio respuesta a los resultados del escáner pulmonar, pues dijo que no era nada «preocupante», y para complicarse más trató de explicar las contradicciones: «Solo quería reflejar la actitud alentadora del equipo, del presidente y el curso de su enfermedad. No quería perjudicar el curso de su enfermedad y, al hacer eso, parecía como si quisiese ocultar algo, lo que no es necesariamente cierto».
El domingo, otro capítulo en la información del estado clínico del voluble paciente, lo que se parece más a una puesta en escena que al tratamiento serio de una enfermedad seria: el equipo médico del Walter Reed informa que Trump continuaba mejorando y si se mantenía bien la evolución podría ser dado de alta este lunes.
El colmo de la irresponsabilidad con un «enfermo», o el clímax para propiciar un desenlace final y feliz para el regreso triunfal del «héroe», se produjo con el «paseíto» en el blindado carro presidencial para que Donald Trump saludara a sus seguidores, apostados a la entrada del Hospital Militar Walter Reed, acompañándolo en su «padecimiento».
¿Imaginan cuántos puntos puede haber ganado este «hombre fuerte», vencedor de la pandemia, en los metros finales, es decir, los días finales, de la carrera por la Casa Blanca?
La suspicacia es válida en estas circunstancias y comprendo perfectamente a los tuiteros que llevan meses con una etiqueta que le retrata #TrumpVirus, porque su mal manejo de la pandemia en Estados Unidos ha resultado en la muerte de más de 211 000 residentes en la nación que juró proteger como mandatario y prometió convertirla en la más grande y poderosa del mundo.