Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lo que yo hubiera querido

Autor:

Leticia Martínez Hernández

Yo hubiera querido que mis hijas volvieran a la escuela y al círculo este 1ro. de septiembre. No hay nada que apunte más a la «normalidad» que un país con sus calles llenas de muchachos con uniformes.
Recuerdo el terremoto de Haití, cuando cientos de miles de personas murieron aplastadas por sus propias paredes, y a los pocos meses, sus niños, los sobrevivientes, regresaron a las aulas. Parecía que había vuelto la paz, aun cuando no tuvieran un hogar al regreso o el aula fuera, literalmente, una casa de campaña. Lo viví y doy fe de cuanto puede sanar una buena escuela.
Yo hoy estuviera forrando libros y planchando uniformes. La Carmen quizá anduviera con mariposas en el estómago ante la posibilidad de volver a ver a sus amigos. La Elena, más parejera, estuviera llenando una bolsa de juguetes para llevar al círculo infantil.
Pero no, ninguna de las dos saldrá de casa este 1ro. de septiembre, que será igual a todos los días desde el 23 de marzo, cuando las escuelas cerraron sus puertas. Carmen volverá al televisor con una maestra que habla demasiado rápido y Elena esperará a que su hermana termine para seguir jugando a lo mismo, entre cuatro paredes.
Ya quisiera yo sentir la incertidumbre de otros padres ante un reinicio así. Y preocuparme por tener los nasobucos listos, la bolsita con el jabón y el gel; y sentarme con mis hijas para explicarles que el nasobuco no se quita ni se presta, que no pueden estar pegados unos con los otros, que no se pueden meter las manos en la boca ni en la nariz, que tienen que lavarse las manos constantemente, que la COVID-19 es peligrosa y tenemos que cuidarnos todos, los unos a los otros.Nuestros niños han sido actores fundamentales en el enfrentamiento a la epidemia; han aprendido del peligro y han ayudado a evitarlo. Mejor que muchos de nosotros han acatado las medidas y se han convertido en inspectores ante lo mal hecho. ¿Por qué suponer que ahora no lo harán?
Entiendo y comparto muchas de las preocupaciones de los padres que mañana llevarán a sus hijos a la escuela. También sé del tremendo trabajo que se ha hecho para que entren a un curso lo más seguro posible. No podemos seguir a puertas cerradas, el mundo no lo ha hecho. Tenemos provincias con más de cien días sin casos de COVID-19, en otras han aparecido reportes esporádicos, casi siempre asociados con algún viaje a La Habana. En ninguno de esos lugares con transmisión demostrada comenzarán las clases.
Nos toca a nosotros, padres preocupados, exigir porque en la escuela de nuestros hijos no se celebren matutinos ni otra actividad que suponga aglomeración; que no entren personas con síntomas respiratorios o ajenas a la institución; que se escalonen los horarios de receso y almuerzo; que en las aulas haya aislamiento, para eso se han ajustado horarios y se han previsto otros locales en las comunidades; que haya hipoclorito o alcohol para lavar manos y superficies; que se use el nasobuco todo el tiempo y bien.
Nos toca, también, ayudar a los maestros, y explicar a nuestros hijos, mil veces, que la COVID-19 mata, que el peligro no ha pasado, que Soberana aún es un ensayo.
Si todo eso falla, a cerrar la escuela, como lo indicó el Gobierno cubano.
Nuestros hijos necesitan de la escuela y jugar y reír a carcajadas con sus amigos y aprender y hacer ejercicios y ver a sus queridos maestros. Ojalá las mías lo hubieran podido hacer este 1ro. de septiembre.

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