Se ha ido uno de los dignos, de los imprescindibles, de los que desde su trinchera local —porque siempre estaba en una trinchera— irradiaba luz, inspiración, admiración y ejemplo. Se fue el que nunca dejó de ser aquel niño de 15 años que fue a Girón a defender la Patria y nuestro futuro.
Su nombre es Rubén Domínguez y su impronta la recordaremos para toda la vida como estandarte para las nuevas generaciones, esos que ahora tendrán que «batir el cobre», como lo hizo él, para continuar la obra de la Revolución, proyecto al que Rubén dedicó su alma y espíritu.
Recuerdo la última entrevista que me concedió y se publicó en este diario, fue como vivir una película llena de emociones y enseñanzas, porque fugarse de la escuela y «colarse» entre los combatientes que partían hacia las arenas de Playa Girón, no fue un juego de niños, fue un acto de convicción.
Ya desde 1958, nuestro Rubén formaba parte del Ejército Rebelde como mensajero del Segundo Frente Oriental durante la guerra y cuando observó junto a sus compañeros de escuela las imágenes de los bombardeos en la bahía de Cochinos, agarró una pistola, un cuchillo y se subió al primer camión que salía con los combatientes.
Me comentó aquella ocasión que estaba tan convencido que no hizo caso a las reprimendas de algunos de los soldados y no se bajó, caminó hasta el final de la cama del vehículo y se quedó sentado aferrado a su morral y a sus ideas.
Ya en Girón, solo le dieron una mochila con comida enlatada, una San Cristóbal y 120 tiros por ser esta el arma más chiquita que había por su tamaño. Entonces Rubén no era tan alto y exhibía una complexión física más bien delgada y como otros, también sintió miedo pero nunca cobardía, a pesar de que cuando los casquillos le caían en la cabeza decía «¡Coño, pero na’ma me tiran a mí solo!». Según sus propias palabras, pasó hambre y sed, pero jamás miró hacia atrás.
Su condición de joven revolucionario lo llevó a estar a un paso de la muerte en aquel entonces, momentos «que si hubiera pasado, hubiera valido la pena», decía y muchas veces después, la salud también lo amenazó con «llevárselo» del mundo de los vivos, pero dos infartos no fueron suficientes para quitarnos a Rubén.
Siempre vestido de verdeolivo, con sus medallas al pecho, orgulloso y erguido, de andar lento por los años, pero firmes como presidente de un Consejo Popular, aportando, convocando, educando…, defendiendo las causas y proyectos justos, contribuyendo a la preparación para la defensa de sus vecinos, de su territorio, de su país que es también el nuestro.
Y fue en ese escenario que libró su última batalla, el domingo 30 de junio se desarrollaba un ejercicio militar en su demarcación y él, junto a su pueblo, demostraban que la Guerra de todo el Pueblo, más que una filosofía de vida, es una realidad palpable y fue ahí que su ya cansado corazón no pudo esquivar el golpe y colapsó.
Murió como mueren los héroes cubanos, cumpliendo con el deber y de paso, diciéndoles a todos que no es hora del cansancio, sino que es tiempo de continuar construyendo un país mejor, de no dejar «caer la espada».
Seguro estoy que esta triste partida no estaba en sus planes, ni en los nuestros, pero, como azar del destino, este eterno joven cubano y revolucionario dijo adiós y nosotros le decimos ¡Hasta Siempre!
Gracias Rubén por perpetuar las razones que hicieron y hacen a Cuba y en especial a Isla de la Juventud un lugar especial, continuar ese legado será el mejor homenaje que los cubanos y pineros haremos a Rubén, aquel niño que fue a Girón para defender a Cuba.