Luego de un tiempo sin apenas saber de mi amigo Floro, he recibido una misiva de mi eterno cofrade que me gustaría compartir con ustedes, como ya es costumbre:
«Estimado JAPE, pido disculpas por mi prolongada ausencia y envío un cordial saludo a nuestros lectores. La causa principal de mi distanciamiento está vinculada con un periplo que he realizado por algunas provincias del interior, incluyendo el municipio especial Isla de la Juventud.
«En mi carácter deportivo (ya sabes mi condición de jugador de alto rendimiento en el softbol a la piña, y pelota a la chapa) he participado en eventos que me han permitido conocer un poco más del movimiento económico y social de otras regiones distantes de la metrópoli de todos los cubanos.
«Muchas han sido las experiencias que han llamado mi atención, todas dirigidas a mejorar las condiciones de vida de la población en estos territorios, pero en particular dos de ellos han despertado mi optimismo y esperanza. Hablo de Ciego de Ávila y de la Isla de la Juventud, desde sus proyectos empresariales como Ceballos e Isla Dorada, respectivamente. Mi mayor sorpresa fue descubrir cómo en estas tierras se aprovechan todos los espacios para el cultivo de frutales y otras variedades de consumo popular.
«En Ciego pude ver matas de mango y guayaba hasta en las aceras. “No importa quien se coma los frutos —apuntó nuestro anfitrión—, lo importante es que esté al alcance de todos”. En el municipio especial, el árbol del pan es casi un huésped obligado en cada patio, y si es cierto que no produce racimos de pan suave o paquetes de galletas, su fruto es utilizado en diversos platos de la cocina hogareña.
«Mi pregunta es, fraterno Jape: ¿No podríamos llevar estas experiencias a nuestra añeja capital para ayudar a mejorar el menú de los habaneros?».
Amigo Floro, es importante no perdernos en el chovinismo, ni el exceso de entusiasmo, que podrían suponer soluciones fuera de contexto y eficacia. Al igual que tú, valoro y felicito a estos territorios por el trabajo desplegado, pero no obstante me detengo a pensar en tu propuesta. Sembrar matas de mango y guayaba en las aceras habaneras sería contraproducente. Las raíces de dichas plantas destruirían mucho más (si es que se puede) las calles de la ciudad, a la vez que se convertirían en un nuevo objeto de indisciplina social. La gente no iría a trabajar esperando a que se maduren los frutos que cuelgan de forma gratuita delante de la puerta de su casa. No creo que ese sentir de que «cualquiera se coma los mangos» sea estandarte de los citadinos. Su eslogan estaría más cercano a la frase: «Esta mata es mía, que marqué desde ayer».
En cuanto al árbol del pan en la ciudad, pudiera repetirse la experiencia del noni. Sembramos el «maravilloso» arbusto hasta en los parques y ahora no sabemos qué hacer con los frutos que se pudren a la sombra.
La alimentación y la agronomía forman parte de la idiosincrasia y la cultura de algunas regiones y las hace distintivas. No descarto la posibilidad de repoblar con árboles frutales y de todo tipo algunas zonas periféricas de la ciudad. Sería ideal. Crear sentimientos de comunidad y fraternidad popular (y de limpieza) en nuestra capital, tal como ocurre en muchos asentamientos del interior, es una buena opción. Eso también ayudaría a mejorar la vida y el menú de los habaneros.