Cuando estudié latín en la Universidad tuve que memorizar algunas fábulas de Fedro, traductor a la lengua de los romanos de las originales griegas de la autoría de Esopo. De aquel ejercicio académico han quedado en el recuerdo algunos pasajes fragmentarios. En la introducción al texto, el traductor siente la necesidad de justificar, ante el utilitarismo característico de sus contemporáneos, la aparición de elementos fantásticos, tales como el hablar de árboles y animales.
Alega que se trata de un juego ficticio con el propósito de inspirar risas y ofrecer consejos para conducir una existencia prudente. Así, de uno a otro, fábulas y apólogos, atravesaron el tiempo y las distintas culturas. Llegaron desde el Oriente lejano, pasaron por el Mediterráneo y nutrieron el imaginario europeo.
De ese manojo de historias me viene a la mente con frecuencia el enfrentamiento entre el lobo y el cordero. Según el relato, compulsados por la sed, el lobo y el cordero llegaron a un mismo río. En la parte superior estaba el lobo. Mucho más abajo, se encontraba el cordero. «Me enturbias el agua», reprendió el lobo, a lo que contestó el otro: «No puede ser. La corriente fluye de ti hacia mí». «Hace seis meses hablaste mal de mí», añadió la fiera. «No había nacido entonces», rectificó el cordero. «Sería tu padre», insistió el otro, mientras se abalanzaba sobre su víctima para devorarla.
Nuestro pueblo no tiene espíritu de cordero. Así lo ha demostrado su larga historia rebelde. Para quienes guardamos con celo buena memoria, el comportamiento del lobo de la fábula evoca las sucesivas campañas del imperio preparadas desde el triunfo de la Revolución. Al principio, el conflicto se centraba en el respaldo de Cuba a los movimientos de liberación de América Latina. Luego, el problema se circunscribió a nuestras relaciones con la Unión Soviética. Más tarde, el eje de la cuestión se colocó en la participación de nuestras Fuerzas Armadas en Angola, atendiendo a una solicitud del Gobierno legítimo de ese país, ante la invasión de su territorio por tropas sudafricanas.
El devenir de la historia anuló poco a poco esos argumentos. Angola obtuvo la independencia, Mandela salió de la cárcel y cayó el régimen del apartheid. Cuba participó de manera constructiva en la mesa de negociaciones. Desde La Habana, se proclamó a la América Latina y el Caribe como Zona de Paz. Las máscaras han caído. La verdad se manifiesta con total desparpajo. El objetivo real ha consistido siempre en castrar la independencia de la Isla mediante la aplicación de distintas formas de anexionismo.
Al aprobarse la Ley Helms-Burton, tuve buen cuidado en leer atentamente el texto íntegro. En sus páginas se formula de manera explícita que su derogación habrá de ser precedida por una intervención directa, encargada de rediseñar la organización del Estado y cambiar de raíz nuestro cuerpo jurídico. Se pretende despojar al pueblo de todos los bienes conquistados.
Mientras tanto, el bombardeo propagandístico pasa de lo inverosímil a lo grotesco. Bajo el manto falaz de defender al pueblo, se cierra el cerco con un recrudecimiento del bloqueo. Las restricciones impuestas a los visados dificultan el encuentro entre las familias.
La limitación de las remesas afecta directamente a nuestros ciudadanos. La disminución del turismo daña a los pequeños emprendedores que alquilan habitaciones, venden alimentos, a los artesanos que producen souvenirs, a los choferes que prestan servicios en autos particulares. Se pretende separar por esa vía al pueblo del Gobierno, cuando en verdad el país comparte intereses comunes.
Las medidas afectan también a la mayoría de los cubanos residentes o nacionalizados en Estados Unidos. Sin apelar a estudios científicos sobre la composición de esa comunidad heterogénea, es obvio que por razones biológicas, la generación de los llamados «históricos» constituye hoy allí una minoría que ha sabido navegar con éxito en los rejuegos de la política. La masa numéricamente dominante está formada por hombres y mujeres que se desempeñan muchas veces en empleos humildes. Trabajan con ahínco para enviar alguna ayuda a los suyos y paliar la nostalgia en breves viajes, respiran el ambiente que los nutrió, comparten lo que tienen con los amigos de siempre y reaniman juntos los recuerdos de antaño.
Más grotesco aún resulta considerar como aceptable el futuro que nos proponen. Para satisfacer intereses de política interna, plantean un programa de devolución de las propiedades nacionalizadas. Privados de nuestra independencia, perderemos el suelo donde con esfuerzo hemos construido nuestras casas, el hogar que adquirimos a través de la Ley de Reforma Urbana, las tierras que pasaron a manos de los campesinos que las cultivaban, las edificaciones de escuelas y hospitales. Vale la pena en este aspecto recordar que, consecuente con una política de respeto a lo establecido, Cuba llegó a acuerdos satisfactorios para compensar de manera adecuada a los nacionales de otros países.
Solo Estados Unidos se negó a llevar adelante negociaciones de este orden. Acrecentada con intereses leoninos, la deuda en los términos planteados caería —en última instancia— sobre el pueblo trabajador.
Conocemos las argucias del lobo. No tenemos la mansedumbre del cordero, ni su ingenuidad. Hemos sabido afrontar la adversidad. Valoramos la complejidad del mundo en que vivimos y las esencias que nos corresponde defender.
Más que nunca, la hora reclama producción, más conciencia, despojarnos de los males que entorpecen la plena utilización de nuestros recursos materiales y humanos, tales como los fenómenos de corrupción, la desidia y los inadecuados hábitos de trabajo. Atajar estos problemas ha de ser tarea de todos, pues muchos de ellos descansan en factores de orden subjetivo.
De acuerdo con la perfidia de los métodos al uso en la actualidad, la guerra se libra a través del cerco económico y mediante un sutil socavamiento sicológico. Para contrarrestar sus efectos, la transparencia, el empleo de la verdad monda y lironda y el espíritu crítico fortalecerán, desde la base, la cohesión necesaria.