Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Envejecer: ¿fortuna o castigo?

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Cada vez que la miro me pongo a trazar líneas imaginarias en el mapa de los hondos surcos que ostenta en su piel. Es una viejecilla campechana y alegre mi bisabuela paterna, quien, a sus nueve décadas, dice que los ojos no la acompañan, aunque todo su ejército de descendientes pensamos que tiene un instinto especial para descubrir lo indetectable.

Su vida fue sumamente difícil. Con esa naturalidad con que enfrenta el presente, ella vio pasar su juventud sin protestar frente al pozo donde cargaba el agua para las labores cotidianas; o bajo el techo de guano de la casa donde fue feliz como solo saben serlo los buenos; o entre los guayabos, los ciruelos y los cafetales donde vivimos nuestras aventuras infantiles todos sus descendientes.

No supo de bailes ni de otros divertimentos más allá de la crianza de sus 11 hijos. De hecho, vino a conocer el mar después que el tiempo había despintado sus cabellos. Pero no se queja. Cuando vamos a visitarla, nos recibe con la misma contentura para todos y no se cansa de inquirir por este o por aquel. A ella no se le escapa nadie.

Será que la vida la premia con una vejez tranquila y acompañada, alejada de ofensas y desmanes. En esta época de abandono y soledades, ella posee el privilegio del cariño, aun cuando parece que los afectos están contados.

Hay que ver cómo andan por ahí esos seres tristísimos, cargando soledades por las calles de nuestras ciudades, deambulando sin rumbo fijo, ahogándose en los hedores y el alcohol, sufriendo la humillación de la humanidad.

Otros, no menos desafortunados, van rodando de casa en casa porque ya no pueden sostenerse solos y alguien les hace «el favor» de quedarse con su vivienda y mandarlos a vagar por las de quienes aceptan tenerlos una semana, dos, un mes… ¡Hay tantas maneras de matar de soledad!

No solo agreden la salud de un anciano el maltrato físico y el moral; también lo hacen el irrespeto a sus capacidades, el olvido de sus necesidades higiénicas y de salud, la subvaloración de que, porque son muy viejos, no necesitan calzar y vestir según sus gustos o alimentar el espíritu realizando las labores que les brinden paz y alegría.

Dice una amiga doctora —profundamente sensible y cuidadosa de la más mínima necesidad de sus padres— que antes de juzgar a los hijos también hay que asomarse al pasado de sus progenitores, porque las soledades que un día hiciste padecer se volverán contra ti cuando más indefenso estés. Y creo que es verdad, aunque haya cientos de ejemplos de gente con un sentimiento de amor mayor que el del rencor, y, al final de la vida, hayan sembrado rosas allí donde en su niñez solo encontraron espinas.

Tampoco hay que menospreciar, en esta suerte de cadena generacional, el impacto de los problemas cotidianos en la vida de cada cubano, sobre todo cuando los ancianos dejan de aportar a la economía familiar —incluso en los deberes hogareños, a causa de padecimientos u otras dificultades— y su cuidado y atención se convierten en un problema real que trastorna la organicidad de no pocas familias.

El envejecimiento, resultado de la combinación de la disminución de la fecundidad, la mortalidad y las migraciones, supone una mirada profunda desde la subjetividad de los individuos que integran nuestro país, pero también tomando en consideración los recursos materiales y los condicionamientos objetivos a los cuales nos enfrentamos diariamente.

Un tema tan determinante como este no puede dejarse solo a la sensibilidad humana: cada actor social debe tomar partido. Por eso, me complace que en la provincia desde donde escribo nuestros profesionales de la salud se hayan unido, días atrás, en torno al evento Geronto Holguín 2018, para reflexionar acerca del envejecimiento individual y colectivo, la atención familiar y comunitaria, los cuidados al final de la vida, el uso de medicamentos en el paciente mayor y el rol de los cuidadores.

Y también que, recientemente, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, examinara las medidas diseñadas para atender la dinámica demográfica, la cual muestra una tendencia al decrecimiento y envejecimiento de la población. Ello evidencia la alta prioridad que otorga el Gobierno cubano a una situación tan compleja como esta.

Para quienes resulte lejana la posibilidad de la ancianidad, van dirigidas, sobre todo, estas reflexiones. No hay que olvidar que el presente es el reflejo del pasado y que mostrar respeto y amor a quienes debemos la vida, es la mejor manera de ganarnos el derecho a una vejez apacible y feliz.

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