Por estos días, el 8 de Marzo promueve felicitaciones y reconocimientos para las mujeres. Y creo que las cubanas merecemos esos halagos. Hemos demostrado que podemos y somos tan útiles en el trabajo como en el hogar, y aunque no todas tienen la suerte de contar con una pareja con quien compartir, o aunque sea «recibir ayuda» para las tareas domésticas, lo cierto es que las de acá nos erguimos sobre los diarios desafíos de la cotidianidad.
Cuando se habla de mujeres cubanas los ejemplos sobran: macheteras, científicas, maestras, militares, doctoras…, pero pocas veces se habla de nosotras, las periodistas.
No quiero que piensen que es chovinismo. Quizá la imagen ante el público haga creer que es un trabajo fácil, bonito, placentero. Siempre «arregladitas», encaramadas en tacones, con la mejor de las sonrisas empuñando grabadoras, bolígrafos, micrófonos, cámaras, etc. Cerca de las y los dirigentes, en eventos culturales, deportivos e internacionales de alto nivel. Pero esa es una imagen un tanto «aséptica» que esconde el estrés, compromiso y responsabilidad del que estoy segura es «el mejor oficio del mundo», como dijera Gabriel García Márquez.
Con un horario «abierto» —sabes a qué hora empiezas, pero nunca a la que terminas— puede que pases horas de pie «cubriendo» un acto, debas correr en una marcha para no perder «la noticia», o estar durante horas/días asistiendo a un evento para el cual debes llegar al amanecer, terminar en la noche y luego… a escribir… a editar. Para no hablar de los días de búsqueda de información, de encuestas, de trabajo de mesa, de coordinar entrevistas, horas de estudio, de posgrados, de poner en orden ideas, de leer y releer.
Y detrás de esas profesionales que deben interpretar y trasladar informaciones de los más variados temas sin ser científicas, ni politólogas, ni pedagogas, en el lenguaje común en el que todos puedan entender de qué se trata, también se esconde otro mundo, el de la casa, la familia y los afectos.
No es extraño entonces tener la agenda plagada de dibujos infantiles luego de la conferencia de prensa a la cual se tuvo que asistir con el niño «porque no había con quién dejarlo a esas horas en las que ni la escuela ni el círculo infantil son válidos», recibir la llamada telefónica de un esposo angustiado para preguntar qué se puede hacer de comida esa noche, «perseguir» vía celular al hijo ya adolescente, o llamar para saber cómo ha pasado el día la mamá ya viejita que está a su cuidado.
Y no menciono aquí a quienes han marcado pautas en la historia del país, las que arriesgaron su vida en misiones internacionalistas o en etapas anteriores al triunfo de la Revolución cubana en cumplimiento del deber de informar. Mi intención es reflejar a quienes, como dijera Alejo Carpentier, son «cronistas de su tiempo», y tienen el privilegio de narrar las hazañas cotidianas del pueblo, sin dejarse amilanar por los rasgos discriminatorios que en el subconsciente de algunos persisten, a pesar de los tantos años de un proceso político que propició igualdad de derechos y deberes para los hombres y para las mujeres, incluidas esas que usted y yo veremos hoy y mañana, siempre sonrientes, llevando la noticia.