«Pronto lo acaban», comentó la señora mientras miraba la belleza que acaba de nacer en la ciudad. Se refería al Parque del Amor, uno de los sitios recién remodelados en Bayamo al calor de estos días de festejos y que hoy deslumbra por su prestancia, funcionalidad para la conexión wifi, alumbrado, amplitud y otros atributos que justifican su nombre.
Puede ser que el vaticinio de la mujer no se cumpla. Ojalá así sea. De hecho, el parque de marras ha sido a lo largo del tiempo uno de los mejor conservados de la Ciudad Monumento. Sin embargo, en la frase de la mujer late una advertencia, válida para cualquier espacio inaugurado, reinaugurado o «requeteinaugurado» a lo largo de nuestra latitud. Es que la fuerza de los hechos nos ha venido demostrando que no todo lo estrenado como sol y estrella conservará la misma luz a la vuelta de los años y las décadas.
¿Cuántos parques y no parques en la nación fueron remozados, pintados y rejuvenecidos, reabiertos con el corte de una cinta y, al final, terminaron siendo una caricatura de bancos destruidos, rodeados de abandono?
En este mismo periódico se han publicado varios ejemplos de obras que a muy poco de su apertura (o reapertura) fueron desvalijadas o asaltadas por el deterioro y el vandalismo.
«Se convive con el maltrato y la destrucción de parques, monumentos, árboles, jardines y áreas verdes…», reconocía Raúl hace tres años, ante el Parlamento, en un memorable discurso que merece ser puesto en la cabecera de la nación.
Por eso la oración de la señora no parece un desatino. Y no podemos pasar por alto que en sus palabras mora también el pesimismo, un mal de estos días —no solo de ella—, tendencia nociva para cualquier empeño y que tiene su raíz en experiencias amargas, vinculadas a la realidad cotidiana.
El pesimismo es pariente cercano de la desilusión y de la desesperanza y solo se le vence con las acciones y los hechos. Amado Nervo, el gran escritor mexicano que lamentablemente solo vivió 48 años y nueve meses, lo comparaba con «una enfermedad del espíritu».
«Solo la virtud tiene argumentos poderosos contra el pesimismo», escribía por su lado el poeta español Leopoldo Alas, «Clarín» (1852-1901). Una virtud que en este caso significa movimiento, retoque, perfeccionamiento y lucha contra la indolencia.
Resulta evidente que ese y otros parques e instalaciones públicas requieren la custodia y, sobre todo, la mano dura que castigue, eduque… transforme malos hábitos que se han ido enraizando o enquistando en la sociedad.
Claro, la coerción no es el único camino para modelar conductas. Lo escribo porque buena parte de lo que se destruye ocurre a veces frente a los ojos de las muchedumbres. Y porque, como sentenció Cintio Vitier hace casi diez años, necesitamos seguir educando los modales y las formas de vivir.
La propia señora de «pronto lo acaban», ¿cómo reaccionaría si viera a los destructores arruinando? ¿Lo denunciaría de inmediato o se haría la de la vista gorda? ¿Pudiera vencer al pesimismo con los brazos cruzados?
Por mi parte, soy optimista en que ese parque siga siendo «del amor»; pero me gustaría que fuera en toda la extensión de Cuba. Me gustaría esbozar siempre el pensamiento confiado de Tagore, el gran filósofo y poeta de la India, quien nos llamaba a ver en cada nube negra «los bordes plateados», vencedores de las sombras.