El dueño de la casa en cuya justa entrada ella acababa de tirar el envoltorio de un paquete de pelly, puso «cara de reclamo» y salió a regañar a la joven que solo prestaba atención al celular.
«Mi hijita, no me tires eso ahí, puedes ponerlo en ese bote de basura», dijo el señor en tono respetuoso señalando un cercano cesto, mientras la joven colgaba el móvil, lo miraba de arriba abajo, soltaba como respuesta un «tranquilo, puro, eso no mata a nadie» y daba la espalda para seguir su camino, dejando atónito al dueño y a todo el piquete que contemplábamos de cerca las bellas proporciones de la muchacha.
Este hecho podría parecer algo aislado, pero, en realidad, es apenas una de las tantas indisciplinas que encontramos en nuestra cotidianidad. Que el vecino confunda el equipo de audio de su casa con una radiobase y suba el volumen hasta que se acaben los decibeles, que ante la falta de visita al barrio del carro recolector afloren basureros en cualquier esquina, que la gente vocifere palabras oprobiosas en plena vía pública, por solo citar algunos ejemplos, no pueden verse como algo normal.
El General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, durante su intervención en julio del 2013, ante la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, afirmó que conductas antes propias de la marginalidad, han venido incorporándose al actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad…
Y es que muchos consideran como algo natural actitudes vistas a diario en barrios y comunidades que van en contra de las buenas costumbres, como aquellos que hacen sus necesidades fisiológicas en las cercanías de predios en festividad, los que descargan su incultura sobre las señales del tránsito, jardines de avenidas, parques y la telefonía pública, o quienes, justificándose con el calor, salen a la calle con medio cuerpo al desnudo.
La batalla contra las indisciplinas sociales, indudablemente, debe ser respaldada por la aplicación de leyes más rigurosas que penalicen las malas acciones. En ocasiones las autoridades responsabilizadas con hacer cumplir lo establecido aún no son tan exigentes como se debe, para poder avanzar en el rescate de las buenas costumbres.
A mi entender, el comportamiento correcto, el respeto y la disciplina son, ante todo, responsabilidad que corre por casa. No por gusto la familia es la principal escuela del hombre.
Mamá, papá, abuelos y demás familiares son los primeros que deben enseñar a no permitir a los suyos la música subida de volumen, el arrojar basura fuera de los lugares establecidos, o realizar acciones que puedan lacerar a la comunidad, a la sociedad toda, o a su propia imagen como persona civilizada.
Cuando se inicia la permisibidad, ahí mismo se cuelan las deformaciones, y lo que no se ataja a tiempo, puede ser que no tenga vuelta atrás. De nada vale luego culpar a la escuela, porque ella es solo parte de la cadena que sigue; pero el niño, niña o adolescente, por lo general permanece más tiempo en el hogar que en su centro de estudios.
No se trata tampoco que sean padres de esos de antaño «cuadrados» a todo y severos en extremo, pero tampoco tan flexibles que nuestros hijos hagan lo que se les ocurra y tomen malas veredas, sin que uno al menos mueva los dedos para ponerles coto.