Dejamos atrás marzo con la visita del presidente de EE. UU., Barack Obama, y aún resuena su llamado a olvidar el pasado y apostar por los jóvenes para «cambiar». Entonces llegan, como mejores respuestas, los cumpleaños de la OPJM y la UJC en este abril de victorias y volvemos juntos a la historia y a los jóvenes.
La llegada de los colonizadores españoles, con sus crueles prácticas, despertaron las primeras expresiones de rebeldía en la Isla. Para imponer su cultura realizaron acciones violentas, despojos y usurpación de tierras, asolaron asentamientos aborígenes y llevaron la esclavitud y el maltrato hasta el exterminio. Entre aquellos nobles indios amantes de la paz, hubo uno, Hatuey, que condujo la rebelión y fue quemado vivo por enfrentar tales injusticias.
Luego, en plena manigua, se forjó la nación cubana. Los criollos de honor, ricos o pobres, esclavos o libres, se levantaron contra la metrópolis española, encabezados por Carlos Manuel de Céspedes, quien tenía 49 años de edad aquella gloriosa madrugada del 10 de octubre de 1868.
Ignacio Agramonte y Loynaz, el Mayor camagüeyano, contaba con 27 años cuando se alzó en el ingenio El Oriente. Y aún forjando sus metales de futuro Titán, Antonio Maceo era apenas un joven de 23 años cuando se irguió como abanderado de las primeras cargas al machete que dirigió el Generalísimo Máximo Gómez.
Así fuimos madurando como pueblo con el estoicismo de la juventud. Nuestro Héroe Nacional José Martí era solo Pepe, un muchacho de 16 años, cuando cumplió prisión y trabajo forzado en las canteras de San Lázaro tras defender las ideas de la Patria por las cuales ofrendó su vida años después.
Miles de biografías, más públicas o más modestas, certifican que la Revolución Cubana es obra de jóvenes. Ahí están Mella, Villena y la Generación del 30, José Antonio y el Directorio Estudiantil 13 de Marzo, la juventud del Partido Socialista Popular. Y está Fidel, nuestro joven eterno, encabezando la Generación del Centenario y el rebeldísimo Ejército de la Sierra junto a Raúl, Camilo, el Che y muchos otros que nos trajeron el Primero de Enero de 1959 el principal cambio: una revolución democrática, antimperialista y socialista.
Su lucha, la nuestra, es una y la misma, desde Céspedes hasta hoy. Así fue también en los batallones que enfrentaron la invasión mercenaria por Playa Girón, los alfabetizadores y los que han cumplido misiones internacionalistas, con uniforme verde olivo y fusil o para enseñar, desarrollar el deporte o salvar vidas humanas en cualquier sitio del mundo.
Los jóvenes que soportaron los años duros del período especial, sin dejar de sonreír, hoy son parte esencial de la actualización de nuestro modelo de desarrollo económico y social. Educan, sanan, combaten, preservan, siembran y mueven las industrias, hacen ciencia, bailan o escriben con hidalguía mayúscula. En muchos sectores representan más del 70 por ciento de la fuerza laboral. No están perdidos, están encontrados en el presente y con el futuro de la nación.
Es cierto que aún enfrentamos actitudes y conductas negativas en un grupo de ellos, relacionadas con el estudio, el trabajo y la sociedad, en cuya solución todos los organismos y organizaciones, junto a la familia, tienen una alta responsabilidad. La Revolución, que nos ha enseñado a no dar a nadie por perdido, cuenta con las herramientas para guiarlos por el mejor camino.
Un niño siempre es una adivinanza de bien. Solo con el tiempo va adquiriendo razón de ser, mediante la instrucción y la educación y toma conciencia de su rol social. Junto al conocimiento deben ir aparejados la formación de valores y principios. Este es el enfoque humano y revolucionario que debemos desarrollar con las nuevas generaciones.
En tiempos de debate ideológico interno y guerra subversiva constante contra el movimiento revolucionario y progresista del mundo, sería bueno que cada cubano, joven de edad o de espíritu, se preguntase a sí mismo: ¿Es justo olvidar el pasado, borrar la Historia?
Como nos dijo el cantautor Silvio Rodríguez, el pasado no pasará. Los cubanos dignos no podemos olvidar a nuestros héroes y mártires; no vamos a tirar por la borda los sacrificios y el esfuerzo de millones para llegar hasta aquí. El bien más preciado del ser humano: su libertad, su dignidad, el fomento de políticas públicas para la formación, educación y participación, ha sido el regalo de la Revolución Cubana a las nuevas generaciones que la nutren constantemente.
Desde la consagración de esos principios en la Constitución de la República y el respaldo de nuestro sistema político a las organizaciones estudiantiles, los movimientos juveniles y su vanguardia, la Unión de Jóvenes Comunistas, hasta el verdadero cumplimiento de las políticas y programas hacia los niños, adolescentes y jóvenes cubanos, demuestran la justeza de nuestro proyecto, reconocido en buena parte del mundo.
Por ejemplo, Cuba se ubica en el lugar 11 a nivel mundial en desarrollo juvenil, según un informe de la Commonwealth acerca del programa denominado Índice de Desarrollo Juvenil. Otro estudio reciente, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ), relacionado con el peso de la inversión social en políticas de juventud por los Gobiernos de América Latina, reconoce a nuestro país entre los de más altos índices de gastos sociales del Estado y los organismos e instituciones dirigidos a este segmento poblacional.
En Cuba, el Estado Socialista prioriza el trabajo con los niños, adolescentes y jóvenes, asegura su formación, desarrollo material y espiritual, al mismo tiempo que brinda espacios de diálogo y estimula su participación en la toma de decisiones.
La misión de la UJC es esencialmente política. Preserva el carácter de vanguardia y trabaja codo a codo con la OPJM, la FEEM, la FEU y los movimientos juveniles. Realiza su labor de influencia ideológica, los moviliza y los representa. Junto al Estado y con la conducción certera de nuestro único Partido, cumple su misión de formar patriotas y revolucionarios.
Cuba y su Revolución necesitarán siempre de una juventud que ría fácil y piense profundamente. Una que crezca desde su Historia. Esta es aquí la hora de la juventud de la memoria.