Cierto pragmatismo simplista descarta la utilidad instrumental de la enseñanza de la Literatura. La periodista Dagne Reloba ha llamado la atención con acierto sobre un problema que gravita negativamente en la formación integral de las nuevas generaciones.
Coincidimos todos, tal y como lo destacó Frei Betto en el reciente congreso de Pedagogía, en que el objetivo último de la educación se orienta al desarrollo de un pensamiento crítico, único modo de escapar a la manipulación de los mensajes mediáticos. Por su valor intrínseco, la literatura estimula la imaginación y la creatividad, abre horizontes infinitos, es vía de conocimientos, incita el disfrute de la palabra, revela la riqueza de los matices y favorece el crecimiento espiritual. Puede tener también funciones utilitarias.
Ni lingüista, ni tampoco instruida en las ciencias pedagógicas, puedo ofrecer tan solo, a modo de ejemplo ilustrativo, mi experiencia personal. En mi ya distante escuela primaria en Cuba y en Italia, había una asignatura llamada Lenguaje. Comencé a cursarla en Italia desde el segundo grado y proseguí en La Habana pasando de uno a otro idioma, pero siguiendo un método similar. Había por aquel entonces varios manuales que constituían la base para las clases. En mi escuela se empleaba un libro de la autoría conjunta del malacólogo Carlos de la Torre y del pedagogo Alfredo Aguayo. Reunía textos breves de diversos escritores, muchos de ellos cubanos. De ese modo, íbamos conociendo algunos clásicos de nuestra literatura nacional.
De acuerdo con la rotación establecida por el maestro, leíamos pasajes en alta voz marcando adecuadamente las pausas indicadas por los signos de puntuación. La secuencia de las oraciones cobraba sentido, mientras se quebraba la tendencia al carretilleo silabeante. Luego, nos correspondía resumir en voz alta lo leído mediante el empleo de nuestro propio vocabulario. Era un ejercicio de interpretación y síntesis, complementado y matizado mediante la participación de otros alumnos. Podíamos añadir impresiones y comentarios personales. Con frecuencia, se nos encargaba la tarea de redactar una composición sobre un tema similar. Se cumplían de esa manera propósitos múltiples dirigidos al desarrollo de la expresión oral, la lectura comprensiva, la capacidad de concentración y el ejercicio de un pensamiento independiente.
El entrenamiento en la lectura literaria induce a descifrar los numerosos significados de un texto de cualquier naturaleza, aun en aquellos más planos y sencillos destinados en apariencia a una mera función informativa. Todos están regidos por el punto de vista del autor, base de una estrategia manifiesta en el ordenamiento de los hechos, en el empleo de los calificativos, en el uso de los tiempos y modos verbales que matizan la distancia entre lo real y lo posible, en el empleo reiterado de epítetos devenidos estereotipos descalificadores. Quien escribe estudios teóricos en cualquier área del saber intenta convencer. Expone y defiende conceptos, ideas, valoraciones que no siempre son explícitas porque se trata de una trama compleja, imposible de reducir a un conjunto de axiomas simplificados. El lector avezado descubre las intenciones ocultas de sus interlocutores en un intercambio verbal. Aprende también a desentrañar los propósitos ocultos tras la falsa objetividad de muchos trabajos periodísticos. En resumen, el acercamiento literario en todos los niveles de enseñanza cumple fines estéticos y, a la vez, utilitarios. Tiene, por tanto, carácter eminentemente formativo.
Estamos inmersos en un entorno audiovisual nunca antes conocido. La lectura ha dejado de ser el refugio privilegiado para llenar la soledad de las horas vacías. Estamos ante un problema universal que ha suscitado en numerosos países la elaboración de fórmulas para salvaguardar un hábito cuya pérdida implicaría un retroceso para la humanidad. Lastraría la capacidad de pensar, de preservar la memoria y de establecer una comunicación eficiente entre los seres humanos.
Corresponde a la familia, a la escuela, contribuir al fomento de los hábitos de lectura. Padres y abuelos pueden comenzar a narrar historias desde que los niños se encuentran en edades tempranas. Más tarde, la oralidad se comparte con el primer acceso al libro. Toca al maestro despertar curiosidades. Públicas y escolares, las bibliotecas deben asociar lo útil y lo recreativo, el acercamiento al texto en una instalación de esta naturaleza no puede reducirse al cumplimiento de una tarea obligatoria y, por tanto, gravosa. Los medios de difusión han de ofrecer el más amplio espectro de información dirigido a padres y maestros.
El cuentero y El caballo de coral, de Onelio Jorge Cardoso, ilustran la necesidad humana de escuchar historias. Cantores anónimos fueron enhebrando los relatos de la Ilíada y la Odisea, hoy atribuidos a Homero. Esas leyendas se convirtieron en memoria para los griegos y, transcurridos los siglos, se mantienen vigentes como clásicos de la literatura. Heredia fijó para nosotros el valor simbólico de la palma. Porque, para mantenerse viva, la historia entreteje las hazañas que nos hicieron como somos y un universo simbólico de imágenes. La invención de la imprenta expandió la posibilidad de aprender y soñar a quienes no tuvieron el privilegio de escuchar a un cuentero reunidos junto al fuego y a quienes tampoco pudieron acceder a los preciosos manuscritos iluminados. Preservemos el libro, en cualquier soporte, para preservar la aventura individual del conocimiento. Conservemos nuestra capacidad de soñar, porque sin ella no hay innovación y creación posibles.