En Estados Unidos hay elecciones constantemente, y en eso de elegir son unos verdaderos campeones, pero como he comentado en otras ocasiones, siempre se elige al mismo perro con diferente collar, que es más de lo mismo con apenas ligeras diferencias.
El asunto es que aquí hay elecciones a todos los niveles y de forma repetitiva. Los que se presentan para ser elegidos no se diferencian mucho entre sí y, como reza el dicho, al final lo mismo da Juana que su hermana.
Ahora se vuelven a acercar las elecciones para el Congreso. Cada dos años, los miembros de la Cámara de Representantes y la tercera parte del Senado tienen que postularse. Por supuesto, en muy pocas ocasiones hay sorpresas: generalmente los mismos vuelven a ser reelegidos.
Si hay una institución desprestigiada en este país, esa es el Congreso Federal. Su nivel de aprobación por los ciudadanos norteamericanos es poco menos que patético. Los números no engañan. En enero de este año, solo el 13 por ciento de la población aprobaba la labor de los congresistas. Esa estadística no está mal, si vemos que en noviembre del año pasado ese nivel estaba en un ridículo nueve por ciento. En muy pocas ocasiones en los últimos tres años, ha sobrepasado ligeramente el 20 por ciento de aprobación.
La compañía encuestadora Gallup empezó a medir el nivel de popularidad del Congreso en 1974, y desde entonces, el máximo de aprobación que ha registrado fue de un 33 por ciento. Es decir, lo máximo que han logrado los congresistas es que «solo» el 67 por ciento de los ciudadanos los rechacen, para llegar al momento actual cuando el 87 por ciento de los ciudadanos residentes en Estados Unidos opinan que hacen un mal trabajo. No solamente es la opinión de los electores en general, sino también la que prevalece entre los miembros de sus mismos partidos: solo el 18 por ciento de los republicanos aprueban a sus congresistas, y entre los demócratas inscriptos, este porcentaje baja hasta un humillante 14.
Este es el Congreso que va a elecciones en noviembre y este es el Congreso que está tratando, por todos los medios, de implantar sanciones al Gobierno democráticamente elegido de Nicolás Maduro en Venezuela. ¿Con qué moral una institución tan desprestigiada trata de sancionar a alguien? Y no hay que mirar solamente a la institución en sí, sino que hay que ir más allá y analizar a quienes la componen.
Los congresistas peor no pueden ser, ya que, salvo algunas excepciones, la mayor parte de ellos son una partida de politiqueros baratos, y muchos, incultos, que lo primero que deberían hacer es tomar cursos intensivos de Historia y Geografía. Estoy seguro de que, incluso, no saben situar en un mapa en blanco el lugar exacto donde está Afganistán o Iraq, y no tienen ni la más mínima idea sobre la historia de ambos países.
Dicen que para muestra solo hace falta un botón. En este caso, son siete los botones que fácilmente podemos mostrar: los siete legisladores de origen cubano que están allí como representantes de la ultraderecha. Siete representantes es un número totalmente desproporcionado con respecto a la cantidad de ciudadanos de origen cubano que residen en este país. Cuatro se han colado en la Cámara de Representantes, y ya son tres los que lo han hecho en el Senado. Solo hay que pensar que el Senado Federal está compuesto de cien senadores para una población de alrededor de 320 millones de habitantes, de los cuales mucho menos del uno por ciento es de origen cubano. Sin embargo, allí están tres haciéndole daño a su país de origen.
Pero la ferocidad contra Cuba entre los miembros de esta rama del Gobierno estadounidense, no se limita a los anticubanos. Muy al contrario, son una vasta mayoría los que se dedican a esas labores en el Capitolio de Washington, y ahí están las leyes que durante años se han aprobado en contra del pueblo de Cuba.
En las elecciones que se llevarán a cabo el próximo noviembre, muy pocas cosas cambiarán. Quizá los republicanos aumenten su presencia en la Cámara de Representantes y quizá también se hagan del control de la mayoría en el Senado, pero, como he comentado en distintas ocasiones, nada cambiará, ya que republicanos y demócratas son lo mismo. Y en las elecciones ocurrirá lo de siempre. Me atrevo a decir que, en el conteo final, el abstencionismo se llevará la mayoría y será el gran ganador. Que nadie lo dude.
*Periodista cubano radicado en Miami