Aunque en los Estados Unidos existen muchos partidos políticos inscriptos, en la realidad solo hay dos de ellos: el Demócrata y el Republicano. El poder, hace ya muchos años, se lo reparten alternativamente entre los dos. Por mucho que se pueda hablar de democracia pluripartidista y representativa, en este país no hay alternativa. Tan es así, que ambos partidos bien se podrían fundir en uno solo y crear dos alas del mismo; una, un poco más progresista y la otra, un poco más reaccionaria.
En el Partido Republicano existen moderados que bien podrían ser el ala derecha del Demócrata, y en este existen derechistas que bien podrían ser el ala izquierda de los Republicanos. Nelson Rockefeller, el ex gobernador republicano del estado de Nueva York, era más liberal que George C. Wallace, el ex gobernador de Alabama por el Partido Demócrata, que era un verdadero cavernícola. Por sus tendencias políticas, Rockefeller, para Wallace, bien podía ser un comunista.
Como ninguno de los dos principales partidos de este país tiene una base ideológica que les distinga entre sí, como ninguno de los dos se diferencia en sus concepciones económicas capitalistas, ni ninguno de los dos plantea un modelo diferente de sociedad, ¿cuál es la razón para que existan como dos instituciones separadas si sus posiciones son más o menos las mismas? Solo hay una razón: para afirmar ante el mundo que en este país existe la verdadera democracia, que aquí existen reales alternativas políticas.
Pero ese es un cuento chino, pues en los Estados Unidos no existe ningún tipo de alternativa política, económica o social. Aquí o estás con el sistema imperante o te marginas socialmente. Cualquier cosa que se salga de la línea existente es inmediatamente calificada con los peores términos. Es como si este sistema lo hubiera diseñado Dios en persona y lo hubiera escrito en piedra, como los Diez Mandamientos de Moisés, para que no pudiera ser cambiado.
Los que inventaron este sistema fueron unos verdaderos genios, y aún más genios los que lo han mantenido por más de dos siglos. El que mire esta sociedad desde lejos no tiene ni la menor idea de cómo en realidad es. Se ven las palmeras del oasis pero, en realidad, lo que se ve es un espejismo.
Ese famoso sueño americano de que tanto se habla en el mundo, no es más nada que eso, un sueño. La realidad, a la larga, se impone. Es verdad que puedes tener varias pantallas de televisión en tu casa, pero cuando llegas a la misma estás tan cansado de trabajar para tenerlas, que te quedas dormido en frente de ellas. Puedes tener tu casa, pero hasta el perro tiene que trabajar para poder pagar la hipoteca de la misma. Puedes tener cientos de opciones en el supermercado cuando acudes allí a comprar, pero tienes que contar los kilos para saber hasta cuánto en realidad puedes gastar.
Así, llega el momento en que la sociedad de consumo norteamericana, creada por este sistema, en vez de convertirse en un disfrute de alternativas se convierte en un verdadero calvario de angustias. Las ofertas son tantas y tan diferentes que te llegan a atolondrar.
Aquí vivimos hipnotizados con una realidad que nos venden: Alicia en el país de las maravillas, en donde todo lo que se puede imaginar se convierte en realidad. Muchas veces el americano medio se considera superior al ciudadano del resto de los países del mundo. Esa idea la confirman constantemente los medios masivos de comunicación.
Tanto es así que se afirma que en este país todo se decide por medio de elecciones para elegir a los que llegan al poder, pero no se dice que, en cada elección, el verdadero ganador es el abstencionismo. En las elecciones municipales y condales solo acude a las urnas una minoría, algunas veces ridícula. Los optimistas dicen que ese fenómeno se debe a que los ciudadanos están tan seguros del sistema que no ven la necesidad de ir a votar, aunque los pesimistas afirman que no acuden porque nada cambia en una elección.
Quizá ambos tengan razón, ya que es verdad lo que piensan los optimistas de que el sistema está seguro, pero también es cierto, como afirman los pesimistas, que no importa quién sea elegido en las elecciones, pues nada cambiará con el resultado de las mismas.
Sea como sea, los Estados Unidos son como son, y lo han sido por más de dos siglos. Nada indica que este sistema, existente por tantos años, vaya a cambiar en el futuro inmediato. Quizá sean desbancados del primer lugar económicamente, pero que nadie se haga ilusiones, su poder seguirá siendo inmenso.
*Periodista cubano radicado en Miami