La ultraderecha venezolana no escarmienta, no quiere aceptar ni la realidad de las urnas, ni la democracia de la que tanto habla. Desde el mismo día en que Hugo Chávez ganó las elecciones presidenciales en 1999, la burguesía se ha dedicado a tratar de derrocar a los que llegaron al poder por medio de elecciones limpias y transparentes. Así fue que lograron derrocar al Gobierno el 11 de abril de 2002. Se apoderaron del poder mediante un golpe de Estado, pero lo tuvieron que soltar debido a la resistencia popular. El pueblo, que había elegido libremente a Hugo Chávez, se volcó a la calle en respaldo a su líder. Los fascistas tuvieron que salir como bola por tronera, y el flamante presidente, Pedro Carmona —más conocido por «Pedro El Breve»— apenas tuvo tiempo de sentarse en la silla presidencial cuando fue arrestado.
Intentaron paralizar el país con el paro petrolero, se han lanzado a las calles centenares de veces tratando de crear el caos. Han hecho lo indecible para paralizar a Venezuela y hasta ahora han fracasado. Habría que preguntarse el porqué esta gente sigue tratando de llevar a su patria al desorden, el caos y la ingobernabilidad, si han fracasado una y otra vez. La única respuesta posible es que con esa estrategia busquen que el Ejército decidiera tomar el Palacio de Gobierno y destituyera al Presidente legítimamente elegido. ¿Lo lograrán algún día?
Cuando Maduro le ganó a Capriles en las últimas elecciones, esta burguesía empezó una campaña de difamación contra el Presidente elegido. No quisieron aceptar la derrota que sufrieron en las urnas y acusaron al Gobierno de haber hecho trampa en el sufragio. ¿Trampa? El Gobierno que hace trampa en unas elecciones no gana por un margen estrecho, pues crea una diferencia aplastante para que no se ponga en duda el resultado.
El Gobierno de la Revolución Bolivariana triunfó por un margen relativamente pequeño, pero triunfó, y en la llamada democracia representativa, el que gana por un voto, gana. Lo que pasa con estos elementos de la derecha venezolana es que no quieren aceptar ni las propias reglas del juego que ellos dicen defender. Desde la primera elección en la que fue elegido Hugo Chávez como presidente, hasta el momento, Venezuela ha tenido más sufragios que ningún otro país en el mundo, y en todos los casos, menos en uno, los bolivarianos han sido los triunfadores. Hace apenas dos meses ganaron con amplia mayoría las municipales.
La burguesía sabe que son minoría, pero como tienen una mentalidad fascista se consideran superiores a los demás. Los pobres, según ellos, no tienen el derecho de gobernar, solo tienen el derecho de obedecer. Ellos son los iluminados, los escogidos, por eso son los ricos, los explotadores, los que tienen el derecho de marcar las pautas. En una época de mi vida los llegué a conocer muy bien; sé de primera mano cómo piensan. ¿Cómo se puede aceptar en los mejores barrios de Caracas —como Prado del Este, Las Mercedes, Altamira, el Country Club, etc.— que los de los ranchos o los de las cañadas puedan ser los que decidan y los que gobiernen? Para esta gente eso es inaceptable, y ello es básicamente lo que ha estado ocurriendo en Venezuela desde aquel día en que Hugo Chávez asumió la presidencia del país. Los de abajo ahora están «arriba» y han sido benevolentes, pues no aplastaron a los que allí estaban, sino que les han dejado disfrutar de sus privilegios, les han permitido seguir disfrutando de sus riquezas.
En Venezuela, durante la Revolución Bolivariana, no ha habido un espíritu de venganza por esa clase pobre. Los ricos han seguido siendo ricos, han seguido viajando a Miami y a Europa, y han seguido manteniendo sus cuantiosas cuentas bancarias en el extranjero. Incluso, los mismos elementos que participaron en el golpe que derrocó a Chávez por 24 horas, siguieron en las calles libres en vez de estar en las cárceles, que es donde deberían estar. El propio Henrique Capriles, el candidato a quien Maduro derrotó en las urnas, fue uno de los que activamente participó en el golpe de Estado de 2002.
Si de algo ha pecado el Gobierno Bolivariano ha sido de tener una mano suave con sus enemigos. La oposición leal es la que acepta las reglas del juego, espera pacientemente el momento de triunfar sobre sus adversarios en las próximas elecciones y respeta las leyes establecidas. Esa oposición no solamente es aceptable, sino que hay que respetarla y admirarla. Pero la oposición que no acepta su papel, la que quiere imponer sus criterios por encima de la voluntad popular, no solamente es reprobable, sino que no debe ser respetada y debe ser reprimida con todas las fuerzas de la ley. La oposición venezolana no es leal, ni respetuosa, y menos aún democrática.
*Periodista cubano radicado en Miami