Bien predica el dicho popular —que por su sapiencia de «calle» entraña alguna enseñanza valedera— que uno más uno no siempre suma dos, especialmente cuando se trata de lo que conocemos como sociología de la cotidianidad.
¿Acaso no le ha sucedido que inconvenientes de su centro de trabajo o su entorno de convivencia no se solucionan por desentendimiento institucional, o porque los centros implicados en la prestación de un servicio no se ponen de acuerdo en sus responsabilidades?
Cada día nos revela muestras demasiado evidentes de ello, porque en no pocos casos falta la intersectorialidad, la verdadera comunicación entre instituciones encargadas de cumplir determinada función. Existe una deficiente interrelación y sinergia en no pocos ámbitos y entre no contadas instalaciones y sectores, lo cual compromete procesos, inversiones, esfuerzos y capital humanos, así como recursos económicos que no resultan desestimables.
¿Acaso es lógico que dos directores de organismos que tienen convenios entre sí, no se conozcan? ¿Es producente que un problema se dilate y no encuentre solución porque las instituciones competentes no logran consenso? ¿Es viable iniciar procesos y actividades cuya totalidad de implicados no esté al tanto de cuál es su función en su proceder?
A veces se labora más deslindando dónde termina cada cual como empresa o administración y viendo qué le toca a aquel, que en identificar cuánto más se puede hacer para identificar soluciones de conjunto, y esa inclinación va dejando a nuestra economía múltiples desafíos, más allá de los quebraderos de cabeza que ocasiona un burocratismo corrosivo y contagioso en múltiples niveles y esferas.
Esta desconexión parece formar parte de la psique colectiva empresarial o administrativa, algo que a veces se presta como argumento a algunos directivos para esquivar responsabilidades, escudándose en un «yo» colectivo que no señala al responsable y, en cambio, deja bastante malestar.
Invertir tiempo y energía en perfeccionar los canales de comunicación y negociación entre las diferentes entidades a cualquier nivel es tan importante como contar con los propios recursos económicos. Incluso disponiendo de estos, si se tiene una mala ejecución todo empeño es infructuoso, de ahí la importancia de desenredar los hilos que mueven el entramado interinstitucional.
Más que complejo, es desafío vital si se quieren lograr proyectos mayores, a lo cual irá ayudando paulatinamente la descentralización en el modelo de gestión empresarial.
Habrá que desintegrar, de manera rápida, esos muros aparentemente infranqueables de burocratismo en el quehacer de no pocas instituciones, que solo limita, mutila y entorpece los procesos necesarios.
Pero urge mirar más allá. ¿Cuántas respuestas no se lograrán con pensar colectivamente las soluciones? ¿Cuántas inversiones se completarían con planificar adecuadamente lo que a cada institución compete? ¿Cuántas acciones podrán agilizarse si contamos con correctos canales de comunicación entre los decisores? ¿Cuántos dilemas se solucionarían de forma simple con gestiones precisas y combinadas que, incluso, solo necesitan en ocasiones de una llamada por teléfono?
La sociedad cubana no precisa de delimitaciones de funciones con ímpetu justificativo, que solo aíslen más el problema y empeoren su resolución.
Si pensar y hacer en colectivo es difícil, de manera individual lo será mucho más. Nuestro entramado empresarial o de administración pública no puede ser la suma de entidades aisladas y solo conectadas por simples nexos.
Resultan necesarias la complementariedad, la sinergia, la intersectorialidad. Que el uno más uno no sea la adición de las partes, sino la construcción colectiva de dos que trabajan en consenso por un mismo objetivo: el bienestar de la nación.