Los que viven en las cavernas se acostumbran a ver en la oscuridad. La misma calaña que secuestró al niño Elián González en Miami entre 1999 y 2000, diez años antes participó en otra enorme infamia de trascendencia internacional.
El 24 de junio de 1990 llegó al aeropuerto de esta ciudad Nelson Mandela. Venía invitado por organizaciones locales que querían rendirle un homenaje personal por su constante batallar por la libertad y la justicia en su país. Hacía apenas cuatro meses que había sido liberado después de haberse pasado 27 años preso en las cárceles del Gobierno racista y segregacionista de Sudáfrica, su país natal.
Los trogloditas de la ultraderecha cubanoamericana de Miami se volvieron a hundir en el fango de la historia declarando persona non grata al hombre que, en aquellos momentos, el mundo entero estaba alabando y homenajeando por su incansable lucha por la igualdad racial. Como en las fiestas de fin de año, la ralea miamense sacó pitos, globos y matracas. Además de declararlo persona non grata, pagaron una página entera en el periódico local para exigirle al visitante que se retractara de las declaraciones que había hecho con referencia a Cuba, a la Revolución y a su líder, Fidel Castro. Pasaron un avión con propaganda en su contra por encima del Centro de Convenciones en donde se estaba realizando el homenaje y, además, se situaron en la acera de enfrente del local para llevar a cabo una protesta por su presencia.
Como en el caso de Elián casi diez años después, aquella reacción irracional de los cavernícolas criollos trajo la repulsa del resto de las comunidades, en especial de la comunidad negra que, inmediatamente, comenzó un boicot contra los centros turísticos de este condado, el cual costó millones de dólares que dejaron de entrar a la economía local por concepto de las conferencias que fueron canceladas durante los tres años que duró la protesta.
Miami fue la única ciudad del mundo que llevó a cabo tan despreciable acto de repudio contra un hombre que había sacrificado gran parte de su vida por defender una causa justa. Tenían que estar ciegos ante la luz para pedirle a Nelson Mandela que repudiara al líder de la Revolución Cubana. Cuba, que había luchado contra las fuerzas racistas sudafricanas en Angola y Namibia, mantuvo siempre una política de condena al régimen de segregación racial del gran país africano, apoyando con sus acciones la causa del líder negro sudafricano y exigiendo además su liberación.
Únicamente por la mente enferma de la ultraderecha cubanoamericana podía pasar la idea de que Mandela hiciera declaraciones en contra de Cuba, su Revolución y su líder. Un hombre leal a su causa y a sus ideales no puede traicionarse a sí mismo, y Mandela siempre fue ese tipo de hombre y lo demostró hasta la saciedad. Varios años después de su liberación fue electo Presidente de su país, y su Gobierno fue un gobierno de amor y de paz, de unidad entre todos los sudafricanos, sin odio hacia sus carceleros, extendiendo una rama de olivo a sus enemigos de antaño.
Cualquiera hubiese entendido que su alargado encarcelamiento le hubiera llenado el corazón de odio, pero sucedió todo lo contrario. Compartió el premio Nobel de la Paz con su carcelero, cantó en la ceremonia de toma de posesión el Himno Nacional de su país, almorzó con la viuda del gobernante que ordenó su encarcelamiento y mantuvo en todo momento una política de unidad racial.
Por su posición, desde la cárcel se tornó en líder no solo de su país. Su causa traspasaba las fronteras de Sudáfrica y se extendía por todos los rincones del mundo. Cumplió su mandato presidencial de cinco años y se retiró tranquilamente con la misma parsimonia y decencia con las que había comenzado.
Mandela ha sido un ícono mundial que dedicó su vida entera a luchar por el respeto a la dignidad de todos los seres humanos, especialmente por los hombres de su raza que tanta discriminación y explotación han sufrido, no solo en el continente donde son una inmensa mayoría, sino en todos los países donde los hombres de la raza negra han sido vejados, humillados, explotados y discriminados por hombres de otras razas. Mandela ha abandonado el mundo físico, pero permanecerá vivo en la conciencia de todos los seres que ven en la discriminación racial un despreciable flagelo de la humanidad.
Cuando en 1990 los racistas y discriminadores blancos de la ultraderecha cubanoamericana de Miami le hicieron un acto de repudio, en realidad le estaban haciendo un favor a tan inmenso líder.
Para nada necesitaba Mandela del aplauso de estos cavernícolas. La luz que de él emanaba era demasiada para esta gente que persistía y persiste en estar encerrada, sola, en lo más profundo de las cavernas.
*Periodista cubano radicado en Miami