Desde hace más o menos diez años, existen en Miami programas de televisión en español que se dedican enteramente a criticar y difamar tanto a Cuba como a Venezuela. Desinformando a los televidentes por medio de la manipulación de las noticias, esos programas distorsionan la realidad de ambos países.
Son Cuba y Venezuela los «privilegiados» pero, en una menor escala, no se escapan de la infamia Nicaragua, Ecuador y Bolivia, sin dejar mucho atrás a la Argentina de Cristina Fernández, el Brasil de Dilma Rousseff o El Salvador de Mauricio Funes. Es decir, prácticamente toda América Latina es desprestigiada cada noche en la televisión miamense.
Al principio era solo un programa, pero ese uno parió dos más, siendo en la actualidad tres y por tres canales de televisión diferentes. La hora es la misma, las 8:00 p.m., el tema es el mismo, y los invitados y los conductores, aunque son diferentes personas, a la hora de hablar no se diferencian en nada los unos de los otros.
Lo curioso de todo esto es que ninguno de los tres conductores nació en Cuba, y solamente uno de los tres es un descendiente de cubanos que nació en Puerto Rico, otro es dominicano y el tercero, uruguayo. Figúrense, venir de tan lejos para hablar mal de Cuba y Venezuela.
Lo otro que tienen parecido estos tres programas es la baja teleaudiencia, pues el que más atención capta, apenas tiene un punto; los otros están por debajo de uno. Es decir, que son cada vez menos los que prefieren torturarse a las ocho de la noche en Miami.
No existe alguna explicación lógica de por qué estos tres canales de televisión tienen en el aire programas de tan baja audiencia. Solamente hay que ver las empresas que se promocionan en los mismos para darse cuenta de que muy pocos anunciantes de importancia quieren perder el dinero y el tiempo publicitándose en esos programas.
En realidad, ni saltando del uno al otro por medio del control remoto resultan entretenidos, ya que, haciendo eso, lo único que comprueba el televidente es que se trata de la misma canción entonada por intérpretes parecidos y con la misma orquesta.
Los tres directores tienen en común, además, que provienen de cadenas de televisión nacionales que transmiten en español, como Telemundo y Univisión, es decir que vienen en picada descendiendo profesionalmente. Hay que preguntarse: ¿cómo es posible que estas personas que se consideran una maravilla y que se alaban y alardean de su profesionalidad, en vez de ascender en sus carreras, lo que han hecho es retroceder? La respuesta es muy sencilla: porque son mediocres y poco profesionales.
A cada rato traen de invitado a algún personaje misterioso, venezolano o cubano, para que narre cuentos fantásticos sobre las interioridades de su Gobierno inventando todo lo que pueda desarrollar con su imaginación. Son «palos» periodísticos —afirman los conductores—, cuando en realidad no son más que shows mediáticos que lo único que provocan es una soberana carcajada por su comicidad.
En otras ocasiones son ellos, los conductores, los que inventan los cuentos, poniéndose en el centro de los dramas que inventan como los principales actores. Hace solo unos días, uno de ellos, el dominicano, utilizó un robo común y corriente en su residencia para formar una gran algarabía, afirmando que eran los servicios secretos de la Inteligencia cubana los que habían entrado en su casa para tratar de amedrentarlo y hacer que se callara la boca. De más está decir que se convirtió en el hazmerreír de la comunidad.
Los únicos que quizá podrían tener algún interés en que ese pobre dominicano se calle, bien podrían ser los que aún siguen torturándose viendo su programa a las ocho de la noche. Ya llegará el momento en que ni siquiera pueden tener un choque automovilístico, pues si les llega a suceder, de seguro dirán que fue la mano de la Inteligencia cubana la que lo provocó. Imagínense lo que estas personas dirían si fueran asaltados en plena calle.
Nada, que a las ocho de la noche en Miami tres plantas de televisión en español, que se ven localmente, se convierten en un show de poca monta y de baja calidad. Pobres de esos pocos que persisten en autotorturarse viéndolos. Personalmente, hace muchísimos años que me di cuenta de que no tenía vocación de masoquista, y de que tampoco me gustaba perder el tiempo en boberías, y dejé de verlos.
*Periodista cubano radicado en Miami