Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pinar del Río se resiste a la desmemoria

Autor:

Mayra García Cardentey

Husmeo sus pasos en las vetustas casas de la calle Gerardo Medina, a la que todos aún se empeñan en denominar Vélez Caviedes. La escudriño en el viejo camino de Los Marañones, y en las márgenes del río Guamá, porque Pinar del Río se resiste al tiempo y la desmemoria.

Me empeño en hurgar sus anales en aquella mujer que no sabe del 10 de septiembre; en la niña que recita con estrofas amputadas el Himno de Pinar del Río; en el señor mayor que no sabe por qué su calle se llama Rafael Morales, porque para él solo es la avenida San Juan.

Vivo enamorada de esta ciudad hace mucho tiempo, pero no la conozco. Como muchos, como casi todos, soy huérfana total de una historia mal contada o narrada a medias, o quizá, ignorada.

Mi Pinar del Río, que el décimo día del noveno mes del año cumplió su aniversario 145 de ser declarada ciudad, es un rincón occidental desconocido en su esencia por muchos, incluidos sus pobladores.

Parece que se ha adaptado a que le coja tarde, y ya la demora se resiente en una historia que añora su libro; una historia ausente en los planteles educativos, desarraigada en sus habitantes.

Pinar no quiere resignarse; por ello todavía despierta en olores añejos, deseosos de redención, y en una angustia desatendida que se le escurre por las cornisas de los viejos edificios.

Este actual Vueltabajo tiene mucho que contar, pero no le han dado oportunidad. A veces sus ciudadanos e instituciones escrutan el altar ajeno y ponen a un lado los cimientos de la casa propia. ¡Conoce primero tu gente, tu pueblo, para luego viajar el país y el mundo!, me dijo en una ocasión un querido profesor de la Universidad de La Habana.

Esta es una lucha que no solo pueden librar los historiadores. Que el 10 de septiembre se convierta en una verdadera fiesta de pueblo, con conocimiento del por qué y el para qué, amerita y exige una implicación de entidades educativas, culturales, sociales y de diversa índole.

Reconocer y aprender retrospectivamente no solo puede concebirse con la aprehensión memorística de un himno que muchos ni siquiera saben tiene por autora a Rosita Delgado; o la sucesión de una que otra peña al mes, que amén de su amplia valía, no sufraga la necesidad de identidad de esta región.

Pinar del Río necesita ya de una construcción colectiva con sentido crítico de lo que fue y lo que es, para poder vislumbrar con mejor acierto lo que será; anhela dialogar con sus habitantes en cada rincón posible y hacerlos parte de su épica.

Su historia no se limita a rotativos en paredes y pancartas en la autopista; no se anquilosa en programas culturales por una fecha que muy pocos reconocen.

La historia no se aprende, se descubre, y como mismo el pinareño ha sabido adueñarse de una personalidad única, necesita y le urge una transfusión del tiempo que le antecedió y reconocerse en él.

No hay camino más inequívoco que aquel que se transita con un pasado consciente, con una memoria arraigada, entendida, perfeccionada.

Un amplísimo complejo de personalidades, hechos y curiosidades espera a ser descubierto por los miles de pinareños que nos honramos del gentilicio. Pero es importante llegar a ellos de manera dialéctica y sugerente. El reto es superlativo, pero imprescindible.

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