El periodista y escritor de lengua española más leído y admirado en América Latina en las últimas décadas del siglo XIX fue el Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí.
El amor a la Patria convirtió en adalid de la prensa revolucionaria al habanero del barrio capitalino de San Isidro, quien fue el más universal de los cubanos en la centuria decimonónica por su pensamiento latinoamericanista y antiimperialista.
En cierta ocasión, cuando Martí organizaba la gesta independentista del 95, el adolescente Bernardo Figueredo, hijo del coronel mambí Fernando Figueredo, le preguntó cómo era posible que dominara tan vastos conocimientos, y la respuesta del Maestro fue que «lo primero que tiene que hacer el que escribe es saber, y conocer la mayor cantidad posible de temas para ponerlos en forma grata para el conocimiento de los demás».
Uno de los más conspicuos martianos de la mayor isla de las Antillas, el destacado intelectual comunista Juan Marinello, aseguró que el autor intelectual del Moncada y Héroe Nacional de Cuba practicó un periodismo distinto.
El fue hombre de la prensa porque servía mejor a su causa patriótica difundiendo los ideales revolucionarios y, por ello, en uno de sus escritos en el periódico argentino La Nación sentenció que «tiene tanto el periodista de soldado».
Entre las especialidades periodísticas prefirió la de corresponsal, en la cual reveló su talento y virtuosismo en más de una veintena de órganos de prensa de América Latina.
En el cumplimiento de tal misión profesional desde la ciudad norteamericana de Nueva York, donde residió entre 1880 y 1895, transformó el periodismo en tribuna de combate y en trinchera de ideas en correspondencia con su novedoso y magistral concepto acerca del oficio de la prensa periódica.
Jamás vendió su pluma al mejor postor y, por ello, cuando el director del diario La Opinión Nacional, de Venezuela, pretendió dictarle o imponerle reglas para censurar sus materiales periodísticos sobre la realidad norteamericana, determinó dejar de colaborar con ese órgano de prensa en junio de 1882, a pesar de que la pérdida de tal ingreso monetario afectaría su subsistencia cotidiana, porque para él «las palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y entero; las palabras están de más cuando no atraen, cuando no añaden: la verdad es para decirla, no para encubrirla».
Como político previsor, el Maestro resaltó el peligro que representaba Estados Unidos, como naciente potencia imperialista, para sus vecinos del sur, y exhortó a la unidad continental contra el gigante neocolonizador.
En su artículo La verdad sobre los Estados Unidos, indicó que «es de supina ignorancia, y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados Unidos, y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas: semejantes Estados Unidos son una ilusión, o una superchería».
No fue antinorteamericamo, sino defensor de una nación estadounidense diferente a la de la etapa imperialista del capitalismo —en la que predominan los intereses de una casta oligárquica, monopólica y dominadora de las finanzas—, así como clamó por salvar lo que quedaba de la honra nacional legada por los padres fundadores de los Estados Unidos.
También, mejor que nadie, avizoró que la emancipación de Cuba estaba amenazada por el imperialismo norteamericano al igual que la de los países de América Latina y el Caribe y, como parte de su pensar y accionar en ese tiempo contra la ambición hegemónica de Washington, abogó por el equilibrio del mundo en tribunas públicas y sin abandonar su misión periodística, la cual cobró una mayor relevancia con la fundación del periódico Patria, el 14 de marzo de 1892.
La víspera de su gloriosa y heroica caída en combate en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895, escribió otra epístola a su amigo mexicano Manuel Mercado en la que reafirma su ideario patriótico y antiimperialista al decir: «ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América».
Esto no pudo verlo hecho realidad el paradigmático líder independentista cubano que ejerció un periodismo distinto, pero casi seis décadas después de su desaparición física, en 1953, surgió la Generación del Centenario, la cual, dirigida por el joven abogado Fidel Castro asaltó el Cuartel Moncada para desencadenar la lucha armada contra la tiranía impuesta por Washington, hasta su derrocamiento, y así posibilitar, seis años después, la asunción del poder a las clases populares, a fin de establecer una república con todos y para el bien de todos.