Hay gente que miente hasta por gusto. Son los llamados mitómanos, que viven en una mentira constante y que hacen de ella un modo de vivir.
Entre los políticos de EE.UU., decir mentiras u ocultar verdades es casi un vicio. A cada rato cae alguno en sus propias mentiras. Ocultan la verdad a la opinión pública, hasta que un sagaz reportero se la descubre. Los escándalos van desde amantes ocultas hasta pasados tenebrosos, etc. Necesitaría varios comentarios para enumerar los políticos y/o hombres públicos estadounidenses que recuerdo quienes, después de afirmar fervientemente que el motivo del escándalo no era cierto, quedaron movidos en la foto cuando se demostró la verdad.
No es tampoco un fenómeno que solo se da en este país. Sucede en muchas partes. El problema es que aquí se dan golpes de pecho, dando lecciones de moralidad a otros.
Desde que Obama salió elegido presidente, un grupo de ultraderechistas que se autoproclaman defensores fieles de la letra de la Constitución, empezaron a impugnarlo por su lugar de nacimiento, acusándolo de no ser norteamericano.
Poco a poco, este grupo de racistas llevó a la Casa Blanca a tener que mostrar una partida de nacimiento de Barack Obama en la que se demostraba que nació en Hawai, era norteamericano de nacimiento y, por lo tanto, era legal que fuera presidente de EE.UU. No conozco ningún otro momento en la historia de este país en el que un presidente haya sido presionado para que demostrara que había nacido en territorio norteamericano. ¡Qué casualidad que eso haya ocurrido con el primer presidente negro!
¿Racismo? Claro que sí. Obama no había mentido sobre su pasado. Todos los que votamos por él y los que no, sabíamos que su padre era africano y su madre norteamericana y que había nacido en un estado de la Unión. Es más, durante su campaña electoral contó con lujo de detalles su origen y su pasado familiar. Pero eso no le bastó al grupo de racistas que sin fundamento legal alguno insistía en que el presidente, legalmente no podía serlo.
Curiosamente, unas semanas atrás ese mismo grupo de racistas le partió encima a la estrellita naciente del Tea Party y de la ultraderecha cubanoamericana, el senador Marco Rubio, alegando que este no sería legalmente elegible para la presidencia del país en el futuro, ya que sus padres no eran ciudadanos norteamericanos cuando él nació.
Creo que es la primera vez que se alega algo por el estilo. Se podría acusar a esos racistas empedernidos de tratar de descalificar a Rubio por ser de origen latino. A estos grupos neonazis no les importa la ideología de la persona; lo que les interesa es su raza y su origen.
El senador Rubio tiene derecho a llegar a la presidencia del país, si es que el futuro se lo depara. Dios quiera que nunca llegue a suceder —y que ese mismo Dios nos ampare— pero no porque sea latino, sino porque defiende los intereses de los más poderosos de este país, es aliado de los peores elementos de la ultraderecha cubanoamericana, simpatizante del Tea Party —en donde está la crema y nata de la ultraderecha nacional—, enemigo jurado de Cuba y, además, mentiroso por naturaleza.
Resulta que Mr. Rubio en diferentes ocasiones ha mentido sobre la llegada de sus padres a este país para buscarse la simpatía de los que odian visceralmente al Gobierno cubano. Según el «ilustre senador», sus padres llegaron a la Florida después de 1959, huyendo del «régimen comunista» de Cuba, cuando la verdad es que Fidel no había salido de México para desembarcar en la Isla cuando ya los progenitores de Rubio habían aplicado por una visa de inmigrantes permanentes en la embajada norteamericana en el Malecón habanero. ¿Qué les parece? Los emigrantes de 1956, convertidos en refugiados o exiliados políticos por obra y gracia de la imaginación oportunista del nuevo senador cubanoamericano.
Los que llegamos a Miami a principios de los 60 sabemos que la mayoría de los emigrados que aquí residían antes del 59 eran por lo menos proclives a que la Revolución contra Batista triunfara. ¿Por qué pensar que los padres del senador no estuvieran en estas estadísticas como simpatizantes del triunfo revolucionario que dirigía Fidel?
Bueno, el hecho de que fueran simpatizantes o no de un nuevo orden en Cuba no le añade nada al debate; lo que sí lo hace son las mentiras del senador Rubio, y así lo han hecho saber diferentes periódicos nacionales en artículos que han publicado sobre el tema.
El senador, que se las da de ser un hombre honesto, ha mentido innecesariamente sobre su origen. ¿Por qué entonces hay que darle el beneficio de la duda, y creer que solo en eso ha mentido —o mentirá en el futuro— el flamante senador cubanoamericano de la Florida?
*Periodista cubano radicado en Miami