HE visto a Sara hablarle bajito, como a un niño, para que se esté tranquilo en algún rincón del escenario. Él, introvertido y recto, obediente hasta la dureza de su alma, se queda fosco. Sin la mano sobre su cabeza se sabe muerto, mas entiende que no puede interrumpir el mágico momento en que ella florece, a pesar del tiempo y las distancias, para dejar su corazón a la intemperie del aplauso.
Anda por su Isla ahora, como lo que es; dueña de las canciones que hacen flotar este pedacito de tierra amada, perdido a veces, entre ola y ola. Mujer austera. No trae más que lo imprescindible; un manojo de mirra lírica de otras mujeres que le dieron alma; dos amigas fieles como engarce justo a la joya mayor para sumarle brillo, y unos músicos, grumetes de la data de dominó que comenzaron con la gira, y capitanes, cada quien, de su instrumento, liderados por el maestro Pucho López.
Cuando el seguidor la baña, Sara se olvida de los males del alma… naque. El haz de luz se siente sorprendido por otra luz, que de ella emana, y el auditorio queda en vilo. No es la conocida Sara elegíaca de siempre, como estereotipo. Es una un poco más anónima, íntima y lírica y por ello igual de patriótica, en tanto la patria no solo respira por los símbolos y los héroes, sino, además, por ese aire de memorables canciones que le han tejido el alma a esta tierra por los siglos de los siglos ¡amén!
Así, se vistió con el espíritu de María Teresa Vera para descubrirnos Por qué estoy triste, desconocido dije musical que se colgó al cuello. Se arrodilló y puso Flores para tu altar, de Julia Ana Mendoza, en ofrenda a la grande de Cuba: Celina. Trajo a la olvidada María Aurora Gómez, que se atrevió con un bolero vitrolero como Será tu condena, para cantarnos «No soy yo quien te perdona/ yo no te guardo rencor…».
Mas, son dos los momentos en que más alto vuela en esta gira por Cuba. El primero, cuando interpreta Mi tierra es así, complejísima guajira, en la que queda tablas con la mítica Radeunda Lima. Después, Tus ojos y la ciudad, de la novel Niuska Miniet, descubre a una Sara, más por lírica que telúrica, doblemente tierna.
La escoltan Marta Campos y Heydi Igualada. Una, esa Giraldilla negra y coqueta como Oshún, tan sencilla cual la propia tonada estrenada, pero tan provocadora como su risa. La otra, con un apellido impropio, porque es única; tímida niña sobre el escenario, como escapada de la escuela, que asombra por su dulcísimo timbre de ángeles.
Bojeo sentimental este, con que viene presentando la salida del disco volumen II de su antología musical Cantos de mujer; tesoro hecho a dos manos con la investigadora y compositora Marta Valdés.
Apagadas las diablas del teatro, vuelve ella a buscar al silencioso personaje entre telones. Está allí esperándola, como apoyo a la emoción vivida, luego de esa ovación que la hace a ella nueva. Sara González toma su bastón entre los dedos, con más fuerza, y sale a la calle, como la cubana que es, a respirar el aire puro, mientras le regala a la gente el brillo de ese azul que le ha robado, con sus ojos, al mar que nos rodea y es tan nuestro.