No quisiera contradecir la opinión ajena, pero pienso que nos es imprescindible reflexionar. No a la defensiva, que atrabanca el paso o condena a estar atrincherados en un punto —quizá un hueco— fijo. Más bien hemos de reflexionar puestos en guardia contra cualquier presunta tentación de pasividad y evitando ver solo dos campos excluyentes: los que necesitan soluciones y los que las facilitan.
Contrariamente, hace falta establecer un solo conglomerado: que aquellos que son parte de un problema sean además parte de la solución. O a la inversa: aquello que patentizan el atributo de dispensar soluciones, han de ser también una porción del problema. Es decir, la misma suerte generalizada: un pie en cada orilla. Espacio compartido para ambos. Habrá, pues, que despejar espacios; readecuar las cosas, para que unos no se resignen a esperar lo que otros facilitan...
Centrándome en el tema, si me preguntaran diría que, más que sumarme a visiones ingenuas de los acontecimientos, prefiero escribir de cómo habremos de recuperarnos; cómo levantaremos nuevamente lo derruido. No me convencen los deseos y los buenos augurios como la ecuación mágica con la cual podemos olvidar los golpes. Los escombros del alma no se barren con dos escobazos. Por momentos, desde luego, hay razón para la ventura. Evitamos las víctimas fatales, antes tan comunes, en medio de los huracanes. Esa es, por supuesto, obra de la Revolución: proteger la vida de la muerte. Dicho esto, habrá que aplicarse en mejorar la vida de los que, si la conservaron por una exquisita labor de la Defensa Civil, han de dotarla de incentivo y calidad humana. La existencia de un bien, no suprime la influencia de un mal. Tal vez la propaganda ayuda a prever una enfermedad, pero no la cura.
¿Soy crítico? ¿Ofendo a alguien? En todo caso, hago autocrítica. Yo soy de los que alguna vez han creído más importante confesar su fe política y su confianza en el futuro que ayudar a pensar cómo habremos de construir el día siguiente. Pongo este ejemplo: por una de esas coincidencias, que en la naturaleza no lo son tanto, el huracán Paloma maltrató a Santa Cruz del Sur el mismo día en que 76 años atrás otro ciclón la destruyó. Medios y periodistas señalamos, hasta la saturación, las diferencias entre aquel momento y el actual. Y el presente gana por diez pistas: ayer más de tres mil personas fallecieron; hoy ninguna, gracias, como sabemos y ya dije, a la protección civil introducida por la Revolución como un sistema.
Tratemos, sin embargo, de copiar algunas similitudes. En 1932, Santa Cruz fue devastada y luego reconstruida —según fuentes históricas— dos kilómetros más allá del banco de arena sobre el cual fue fundada en 1828. Tuvieron en cuenta que la escasa altura compondría permanentemente un riesgo para esa comunidad de pescadores del sur camagüeyano.
Al parecer, con los años, el pueblo olvidó aquella tragedia y su peligrosa ubicación y se acercó nuevamente al mar. ¿Reflexionaremos ahora en esa especie de desventaja o continuará Santa Cruz al borde del litoral? Raúl habló de ello recientemente. Y hemos de pensar, incluso, que medio centenar de sitios poblados y con importancia económica se alzan en Cuba tan pocos metros por encima del nivel del mar que, algún día, podrán desaparecer.
Mire usted, en qué pájaro de mal agüero se ha convertido el periodista. Asumo el título. Es preferible errar por tratar de ver claro que soportar el golpe por no haber visto el obstáculo más allá de nuestra actitud, a veces complacida y complaciente. El propio Raúl se refirió a que los huracanes aumentarán. El clima cambia. Y habrá que habituarse, dijo. Quiso decir —creo interpretar— que habrá que tener en cuenta la frecuencia de aguas y vientos huracanados no solo para, cuando se acerquen, preservar con rapidez y eficacia vidas y bienes, sino que habrá que decidir de antemano cómo y dónde edificar una casa o una fábrica o una escuela de modo que no alimentemos regularmente la furia de los ciclones.
Un pensamiento de Martí sobre la ciencia de gobernar, podría modificarse. Y proponer: Vivir es prever. Prever, para vivir. Así, tan claro y sencillo como la verdad.