Han pasado casi ocho años de aquella extraordinaria idea en la que nos enrolamos los que entonces cursábamos el 5to. año de Comunicación Social. Mientras otros diseñaban sus proyectos de futuro para recibir el nuevo siglo, aquel grupo imberbe hacía sus maletas para cumplir con una misión encomendada por el Comandante en Jefe, luego de una solicitud colectiva de acompañar al personal médico cubano que prestaba sus servicios a través del Programa Integral de Salud en varios países.
Lo que había comenzado como una aventura, poco a poco fue tomando otra dimensión, la de la responsabilidad y el compromiso de muchachos que aún no habían salido de las aulas de las universidades de La Habana y Oriente, con un desconocimiento total del peligro y sin una noción exacta de la distancia.
Solo abrazamos la idea de traer de vuelta, como otros periodistas, el mensaje de los Heraldos de la Salud, bautizo certero que define la labor de los cooperantes cubanos de la salud en América Latina, África y Asia.
La noche del 19 de diciembre de 2000 se inscribió para siempre en la historia de aquellos jóvenes. Fue el momento exacto en que nos dijeron a qué lugar viajaríamos, el equipo acompañante y el medio de prensa al que representaríamos.
Cuando el responsable dijo que me correspondía Ghana, solo se dibujó ante mí el extenso continente africano. Aquella noche dormí sin saber, por primera vez, en qué punto de la geografía subsahariana estaría en los siguientes cuatro meses de mi vida.
Mi equipo de trabajo tuvo la gran ventaja de encontrarse con un país del que muy poco se hablaba. De ahí que pudimos presentar algo de su historia, de sus luchas, de su gente. A Ghana la descubrí desde adentro, en sus niños descalzos, en las mujeres con sus cubos sobre las cabezas, en la religión que profesan sus habitantes y en esa gratitud eterna por la presencia de médicos y enfermeros de una Isla del Caribe que estaban allí para ayudarlos a vivir.
A cada paso me conmovían las historias tejidas por los profesionales de la salud cubana, los resortes de ese humanismo e interés por la vida del otro, sin tener en cuenta riesgos o nostalgias.
Fueron muchos los nombres que apuntó mi agenda. Qué habrá sido del pequeño Mathias, aquel niño abandonado en el hospital por sus padres, que no tenían recursos para pagar por la operación de urgencia a la que fue sometido. En la espera, el pequeño suplía la ausencia en los brazos de Emilia, una enfermera pinareña.
Me pregunto si la hija de Nelvis, la doctora santiaguera, entendió por fin por qué a su mamá se le hacía siempre un nudo en la garganta cada vez que hablaban por teléfono. Si Kike y Leonaldo encontraron más serpientes en su camino de la casa al hospital en la sureña Cabe Coast. Si los médicos de Upper West se siguieron alegrando con la llegada del siguiente equipo de periodistas...
Esos meses vividos no solo en Ghana, sino también en Mali, Guatemala, Haití, Belice... resultaron una experiencia enriquecedora. Definitivamente, ninguno de nosotros volvió a ser el que era antes.
Mención aparte merecen los tutores, sin los cuales no hubiera sido posible que esta noble idea tuviera éxito. Muchas veces, sacrificando sus intereses profesionales, prefirieron entregar su palabra de amigo, hermano o padres a quienes nos paseábamos en el calor y el entusiasmo de los primeros 20 años.
Casi ocho años después vuelven a entrecruzarse las anécdotas de quienes ya firman hoy con sus nombres en Juventud Rebelde, Trabajadores, el Sistema Informativo de la Televisión Cubana y otros medios nacionales o provinciales. En todos renacen esos días de aventura y compromiso, sin otro fin que el de ayudarnos a crecer. Comprendimos mejor qué es Revolución, su naturaleza y los motivos de esa solidaridad médica extendida, desde hace 45 años, por el Tercer Mundo.