El legado ético y sociopolítico de Pepe Mujica será reivindicado por las futuras generaciones de ciudadanos latinoamericanos. Autor: AFP Publicado: 13/05/2025 | 09:29 pm
Aunque se le sabía fatalmente enfermo, pese a lo cual trabajó hasta casi el último aliento, la muerte del expresidente uruguayo José «Pepe» Mujica llenó de consternación a movimientos populares y sociales, partidos políticos, y hombres y mujeres comunes de Uruguay y América Latina, quienes lo identificaron como un revolucionario consecuente con sus convicciones, lo que le ganó el halo de autenticidad que lo convirtió en paradigma.
Si bien fue exitosa su gestión al frente del Gobierno uruguayo entre 2010 y 2015, como continuador del mandato de Tabaré Vázquez y del Frente Amplio, a Mujica no se le admira ni se le recordará mayormente por el buen presidente que fue, sino como el luchador honesto hasta el final que combatió con la guerrilla, resistió 15 años de prisión, y prosiguió la conquista de sus ideales en la batalla política, donde fue ganando espacios como diputado primero, en 1994; luego como senador, en 1999; hasta ser electo como Jefe de Estado en 2009.
Para entonces ya «se había ido» la dictadura militar que asoló al progresismo uruguayo desde el golpe de Estado que infligieron los milicos en 1973 y su tiranía hasta 1985, y el Frente Amplio donde militó Mujica emergió como haz de voluntades para conseguir, mediante las urnas, los cambios por los que antes habían luchado los guerrilleros.
Su «pasado» insurgente como militante del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaro no funcionó en su caso como el estigma que la derecha y la burguesía quieren siempre impregnar a los exinsurgentes. Posiblemente fuera porque Mujica defendió los principios de la real democracia —no la representativa—, y vivió y murió con una austeridad solo comparable a la del Tío Ho, por más que no sean buenas las comparaciones. No sería disparatado pensar que, con esa actitud, también demostró al mundo la injusticia de satanizar a quienes procuraron un
mundo mejor mediante el único camino que tenían cuando tomaron la vía de la lucha armada.
Su matrimonio con Lucía Topolanski, la compañera del amor y la militancia, como lo ha dicho ella, perduró hasta el último momento «del Pepe», y resulta igualmente paradigmático y ejemplar. Tan admirable como la vida de un mandatario que, durante su gobierno, y luego de concluirlo, vivió en la misma chacra humilde donde ya estaba cuando fue electo, y seguía moviéndose en el viejo Volkswagen que condujo hasta sus últimos días.
«Yo tengo una forma de vida que no cambio por ser Presidente», dijo alguna vez. Aunque dejó formalmente la vida política en 2020, cuando renunció a su escaño en el Senado, nunca se apartó de la política, y resultó un factor aglutinador del progresismo uruguayo en la más reciente campaña electoral, que devolvió a su organización, el Frente Amplio, al poder, con la elección de Yamandú Orsi, a quien brindó su respaldo pese a los males de salud que ya le aquejaban.
Su definitivo adiós ha provocado expresiones de pesar en amplios círculos políticos, sociales y populares de América Latina y el Caribe, y fuera de sus confines. «Nuestra América lamenta la partida de Mujica. Su extraordinaria vida recuerda la oscura era de las dictaduras militares apadrinadas por Washington, pero también la esperanzadora etapa de las izquierdas en el poder y el
sueño irrealizado de la integración. No olvidar», escribió el Presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en su cuenta en X.
Un perfil en la red X, identificado como Dios, dio cuenta, tal vez, del sentir de los pueblos que no tienen cómo dar a conocer sus sentimientos. «Acaba de subir un gran tipo, José Mujica. Hoy el cielo es más honesto».