Los tentáculos del bloqueo aparecen por doquier. No se contentan con saltar sobre los pedazos de muro construidos en la frontera con México. Ahora se han extendido hasta la fría Noruega para destapar otro bochornoso episodio.
Este jueves, un hotel de la cadena nórdica Scandic, comprada en marzo de 2006 por el grupo norteamericano Hilton, se negó a hospedar a una delegación cubana que viajaría hasta Noruega para participar en el Salón de Turismo de Lillestroem, una ciudad situada a 40 kilómetros de Oslo.
«Somos propiedad del grupo Hilton, de Estados Unidos, y aplicamos sus decisiones», fue la tajante declaración de Geir Lundkvis, director administrativo de los hoteles Hilton-Scandic.
Algo similar había ocurrido en febrero del pasado año en el hotel María Isabel Sheraton, de Ciudad de México. Una delegación de 16 empresarios y directivos cubanos que participaban en un encuentro con representantes del sector energético estadounidense fueron expulsados de esa instalación, propiedad del Grupo Starwood Hotel & Resorts Worlwide Inc.
En aquella ocasión, Brookly McLauglin, vocera del Departamento del Tesoro declaró: «El hotel en la ciudad de México es una subsidiaria estadounidense y por lo tanto está prohibido de proveer un servicio a Cuba o a sus nacionales. El hotel actuó de acuerdo con las sanciones de Estados Unidos».
Ambos hechos son expresiones del carácter implacable, la extraterritorialidad y la política de reforzamiento del genocida bloqueo contra Cuba, cuya declaración formal por el presidente Kennedy está a punto de cumplir 45 años; son confirmación también del cinismo, la desfachatez y prepotencia con que cada año en la ONU hablan los diplomáticos norteamericanos sobre esas agresiones calificándolas como simples asuntos bilaterales; y son un nuevo mentís a la supuesta libertad de empresa y de comercio del capital.
No es sorprendente que los despidos hoteleros hayan sido contra delegaciones de los sectores turístico y petrolero. El Plan Bush contra Cuba (el nuevo decálogo del bloqueo) se plantea entre sus objetivos principales el hostigamiento y boicot a los negocios y el desarrollo de las ramas fundamentales de la economía cubana como el turismo y la perforación y extracción de petróleo.
El ridículo de esta administración imperial, zarandeada por la resistencia iraquí y repudiada por su propio pueblo, llega hasta el punto de violar abiertamente la soberanía de países aliados, desconocer sus leyes y autoridades y pisotear la dignidad de esas naciones, con tal de hacerle la vida imposible a una pequeña isla que ha osado parársele firme y no doblegarse a sus dictados.
La persecución implacable llega hasta los propios ciudadanos norteamericanos, impedidos de viajar a Cuba y sancionados duramente si osan hacerlo. Las nuevas restricciones impuestas por la Casa Blanca desde el 2004 a los viajes de los norteamericanos a Cuba redujo en un 45 por ciento el número de visitantes a la isla, pasando de más de 85 000 en el 2003 a apenas unos 39 000 en el 2005.
Las prohibiciones hacen perder a las agencias turísticas estadounidenses ingresos potenciales de unos 996 millones de dólares, pues se calcula conservadoramente que alrededor de 1 800 000 turistas pueden visitar Cuba en un año.
Durante el 2005 la Oficina de Control de Activos (OFAC) del Departamento del Tesoro aplicó multas por viajar a Cuba a 487 ciudadanos o residentes en Estados Unidos, por una suma total de 529 743 dólares.
Pero, aunque aumente el acoso, siempre hay valientes dispuestos a tirarle la trompetilla al imperio. En estos días, el diario The Courier Journal, de Louisville, Kentucky, se hacía eco del viaje de desafío a Cuba de 23 residentes de esa ciudad, agrupados en la Brigada Henry Wallace, nombrada así en honor a un periodista y activista local fallecido el pasado año. El propósito fundamental de la Brigada, integrada por personas desde los ocho hasta los 72 años, es protestar contra la restricción de viajes y el bloqueo a la isla. Como ellos, hay muchos otros.
En esta larga historia, ni Hilton, ni Sheraton, ni Bush, tienen la última palabra. Solo recordar que el hotel que se erige en medio de la capital cubana, otrora propiedad de la familia Hilton, lleva desde hace 48 años el nombre de Habana Libre. (Tomado de Cubadebate)