Como si fuera un hijo recién nacido se lo sentó en las piernas, lo acarició y luego lo acomodó entre sus brazos. Él ya no era aquel que corría por las calles de Juanelo, en San Miguel del Padrón, ni el joven que acompañaba a los poetas tardes enteras, pero su laúd sí era el mismo.
Con los dedos arrugados, como los de los niños que llevan horas bañándose en el río, presionaba las cuerdas en los trastes, mientras los de su mano izquierda, casi volando, deslizaban la pluma frente a la boca del laúd, y en esos minutos, más que en manojo de llaves y madera barnizada, Juanito Rodríguez Peña lo convertía en sinsonte.
Era apenas un chiquillo cuando, por ausencia de instrumento, se la pasaba tarareando la melodía del punto guajiro. Un día, en la bodega de la esquina de su casa encontró a Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, tomándose un vaso de leche fría, y no vaciló en mostrarle aquella música que él podía crear. «Oiga, ¿pero cómo usted puede hacer eso?», le preguntó el Indio. «Bueno, yo lo hago porque me gusta mucho el laúd. Quiero ver si aprendo a tocar», respondió.
Y lo cierto es que, según cuenta Naborí en el documental Tradición de Cuerdas, del grupo Guijarro, perteneciente al Consejo Nacional de Casas de Cultura, cuando Juanito era pequeño lo seguía a todas partes, pues eran vecinos en Juanelo. «Él imitaba la tonada que yo cantaba, y además, cuando no había instrumento llegaba y con la boca y un pito de calabaza hacía de laúd».
El 17 de junio de 1942 el pequeño recibió una décima como regalo de Naborí: «Hoy que cumplo trece abriles/ es cuando empiezo a vivir, / es cuando empiezo a sentir/ los encantos juveniles/. Siento alegrías sutiles/ en el día de mi santo/, y hoy que no tengo un quebranto/, que no tengo un sufrimiento/, quiero que mi pensamiento/ sea el alma de mi canto/».
Muchas veces lo acompañaría en los guateques aquel muchachito, que es también quien aparece, con pelo oscuro y ya un bigote espeso, en las viejas cintas de las controversias de Justo Vega y Adolfo Alfonso, o en la memoria de quienes pudieron verlo tocando para Rafael Rubiera, Rigoberto Rizo, Gustavo Tacoronte, Angelito Valiente y tantos otros grandes improvisadores de la década de los 40 del pasado siglo.
Pero Juanito no se conformó solo con tocarlo, también aprendió de su padre Andrés, carpintero y ebanista, a fabricar laudes. El viejo los construía pero no sabía de tonos, entonces su hijo, que había aprendido solo de escuchar, los afinaba.
Cuenta Barbarito Torres, laudista del Buena Vista Social Club a quien Andrés le hizo su primer instrumento, que muchos domingos pasó tocando con Juanito en el sofá de su sala «Creó un estilo que no lo tenía nadie, de pulsar suave y decir bonito, pero al mismo tiempo con una fuerza inmensa. Había laudistas buenísimos, pero se parecían un poco todos. A él lo escuchaban por el radio y todo el mundo decía: “Ese es Juanito”».
En aquellos tiempos luminosos de 1940, 50, 60 estaban José Manuel Rodríguez, Raúl Lima, Miguel Ojeda y otros grandes laudistas a los que el tiempo fue acallando poco a poco; pero con sus casi 90 junios, Juanito, el último de todos ellos, no dejó de tocar. Más de 15 años estuvo llegando, con sus guayaberas de mangas largas hasta Radio Progreso, para que el programa Fiesta Guajira sintiera su música inconfundible.
Por eso cuando la tarde del pasado 9 de marzo supimos de su muerte, los laúdes entristecieron. «Cuánta falta le hará al punto cubano; hay pocos laudistas y ese es un instrumento muy difícil de aprender», dice el intérprete Ramón Avilés, quien fue su amigo desde 1969.
El músico Tony Alonso recuerda cuando él dirigía el conjunto Yumurí, estaba en el programa radial Vivimos en Campo Alegre, y entre muchos otros detalles, su puntualidad a prueba de relojes. «No sé cómo se las arreglaba, pero siempre era el primero en llegar a la emisora».
A Juanito yo lo conocí hace unos años allí mismo, donde uno llega ahora y hay a quien se le mojan los ojos y otros aseguran que, para honrarlo, los laúdes no se pueden callar.
Sin embargo, no es menos cierto que lo extrañarán el sofá de mimbre de la sala de Barbarito, acostumbrado ya a la voz de 24 cuerdas infinitas, las canturías de Cuba o Radio Progreso, pero como tantas veces puso a cantar su sinsonte de madera barnizada, y muchos de los instrumentos que suenan hoy salieron de sus manos, Juanito, el último de los laudistas de su generación, seguirá tocando.