La lógica de Trump está muy torcida. Su prepotencia lo hace navegar entre el absurdo y las pretensiones genocidas. Autor: Tomado de Internet Publicado: 19/08/2019 | 10:35 pm
Aunque algunas provoquen sentimientos que viajan del desprecio a la hilaridad, las «ideas» de Donald Trump también asustan y parecen tornarse increíblemente más febriles.
El personaje que se sigue develando tras los más recientes trascendidos sobre lo que el Presidente de Estados Unidos dice y piensa, muestra a un hombre cada vez más alejado del ejercicio de la política y más cercano al poder omnímodo del mercado e, incluso, a la fuerza.
Donald Trump está sentado en el Despacho Oval de la Casa Blanca pero sigue pensando como un magnate inmobiliario que no solo apuesta al ganar-ganar; también amenaza y chantajea.
Quizá porque exhibe mejor la sustancia de sus desatinos, la «ocurrencia» reciente que más ruido ha hecho es su confesado deseo de que Estados Unidos pudiera comprar Groenlandia.
Lo comenta todo el mundo porque está en todas partes luego que lo dejaran saber periódicos serios e influyentes como The Washington Post, según el cual el Presidente ha hablado del asunto en varias reuniones y cenas, y hasta ha indagado en torno a cómo se pagaría la eventual compra. Y también lo ha confirmado el propio Trump, quien halla esa aspiración tan lógica, que hasta explicó los razonamientos que la sustentan.
No desconoció la importancia geopolítica de ese territorio autónomo pero bajo soberanía en «ultramar» de Dinamarca, nación que, según Trump «pierde» 700 millones de dólares anuales por mantener la isla.
Y seguro el estimado le pareció una ganga. «Se podrían hacer muchas cosas. Esencialmente, es un gran negocio inmobiliario», respondió a una pregunta de la prensa. Con ello ofreció un ultrasonido sicológico de cómo funciona su lógica.
Más allá del PIB que reporta anualmente Groenlandia y pone en duda las pérdidas alegadas por Trump —la isla es rica en recursos naturales, sobre todo en metales raros, y tuvo en 2017 un Producto Interno Bruto de más de 2 700 millones de dólares, según algunas fuentes— la idea ha provocado lógicas heridas en la sensibilidad de las autoridades danesas y de la propia Groenlandia, cuyos moradores se sienten groenlandeses y no aceptan que los pongan en venta.
Han respondido la Cancillería danesa y la Primera Ministra, así como su colega de Groenlandia: la pretensión es un absurdo, el territorio no está en venta.
Quien revise de manera somera la historia podría hallar asideros para exonerar de sus errores y ridículos a Trump. Louisiana fue comprada por Washington a Francia en tiempos de Napoleón; Alaska al antiguo Imperio ruso, e Islas Vírgenes a la propia Dinamarca.
Pero ello ocurrió en los años 1803, 1867 y 1916, respectivamente. Hoy la práctica colonial de compra-venta de territorios remite a una época casi-casi del pasado y, por demás, es irrespetuosa del derecho a la soberanía que tienen pueblos con su identidad, cuyos países deberían ser considerados como Estados.
Tan desconocedora de ese principio esencial del Derecho Internacional es una también reciente idea de Trump, mucho más amenazadora: la posibilidad de decretar un bloqueo naval contra Venezuela, medida que iría en busca no solo del saldo político que le significaría derrocar al régimen bolivariano. Además, haciéndolo, Washington tendría más a mano el uso de los recursos naturales venezolanos, que no vacilarían en venderles quienes piden la intervención desde su rol de opositores al Gobierno de Nicolás Maduro.
La lógica de Trump está muy torcida. Su prepotencia lo hace navegar entre el absurdo y las pretensiones genocidas.