En su muy aplaudido discurso en el Salón Plenario de la ONU, el pasado 24 de septiembre, el Papa Francisco —al referirse a la importancia de la unidad entre los hermanos, miembros de la familia, grupo humano, pueblo o país— citó unos versos muy gráficos y oportunos al respecto.
El Sumo Pontífice leyó una estrofa extraída del texto argentino El Gaucho Martín Fierro, que recordamos ahora:
«Los hermanos sean unidos,/ Porque esa es la ley primera;/ Tengan unión verdadera/ En cualquier tiempo que sea,/ Porque si entre ellos pelean/ Los devoran los de ajuera».
Esta estrofa la tomó exactamente del poema XXXII, en los Consejos de Martín Fierro a sus hijos, de la segunda parte del fa-buloso relato en verso escrito por el compatriota suyo José Hernández Pueyrredón, nacido el 10 de noviembre de 1834, en el distrito San Martín, en la provincia de Buenos Aires, quien falleció a los 52 años en su quinta San José, en Belgrano, suburbio del Gran Buenos Aires.
La primera parte de esa obra inmortal de la literatura argentina, titulada La Ida, la publicó Hernández en Buenos Aires, en diciembre de 1872, con alrededor de cien páginas, y la segunda parte, La Vuelta de Martín Fierro, en 1879, con más de 200.
El choque entre lo viejo y lo nuevo; entre la sociedad organizada y el individuo; la batalla incesante de la evolución; constituyen los aspectos fundamentales de este antológico relato en verso leído por muchas generaciones de argentinos.
Irónicamente, en 1872, José Hernández vendía cada ejemplar de su libro en 20 pesos, moneda corriente, mientras que una editorial estadounidense hizo unas traducciones al inglés, y vendía a 5 000 pesos cada uno.
El gaucho —casi desaparecido en la Argentina tal como era antes— se caracterizaba por ser de poco leer, pero perspicaz, observador, religioso y meditabundo. Heredero de la tradición andaluza que procedía de la Edad Media, era un intrépido ejemplo de la adaptación de una raza al ambiente. El gaucho era el descendiente del recio soldado aventurero de Castilla y León, en cuyas venas había una mezcla de moro, trasplantado a las llanuras inmensas de la cuenca del Plata y también heredero de las tribus autóctonas.
Según el traductor inglés Walter Owen, era lacónico, fatalista, poético, flemático, veraz, caprichoso, sensible, sufrido, casi infantil y, a veces, hasta feroz y despiadado, como las tribus originarias guaycurús de la pampa que se arrancaban las pestañas para ver mejor al enemigo en el combate.
El rancho del gaucho tenía paredes de adobe, techo de paja y cortinas de cuero de yegua, sin curtir, en cuartos y puertas.
Hernández escribió su apasionante poemario esencialmente en estrofas de seis versos y en algunos romances, basándose en su propia experiencia en la pampa argentina y, su gran conjunto de poemas fue aceptado de inmediato tanto por el argentino de la ciudad, como por los propios gauchos.
Muchas de las máximas y las metáforas del legendario Martín Fierro (protagonista principal de la historia que se narra en esta admirable obra), han llegado a ser expresiones del lenguaje popular argentino.
El autor del famoso libro hizo decir a Martín Fierro (también refiriéndose a la conveniencia y necesidad de la unión), que «Un hombre junto con otro/ En valor y en juerza crece». Y al mencionar la tristeza de los más humildes, dijo que «Son campanas de palo/ las razones de los pobres».
Al final de la obra, dice Martín Fierro: «Me tendrán en su memoria, / para siempre mis paisanos». Y la historia le dio la razón, pues un paisano suyo, esta vez el sucesor de Pedro, el Papa Francisco, el Obispo de Roma, el Sumo Pontífice —como se le prefiera llamar— se acordó de él y lo mencionó en el podio de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en emorable ocasión cargada de sinceros aplausos de 160 jefes de Estado y de Gobierno y sus delegaciones.
FUENTE: El Gaucho Martín Fierro, José Hernández, tercera edición bilingüe, Instituto Cultural Walter Owen, impreso en Buenos Aires, 1967