La misión coteja los datos diariamente, una vez que concluye el Casa a casa de la jornada. Autor: Yordanka Almaguer Publicado: 21/09/2017 | 05:00 pm
CARACAS.— Se dice fácil: 435 349 hogares. Pero esa cifra refleja un trabajo arduo, concienzudo, humano y científico realizado por miles de venezolanos, estudiantes de Medicina Integral Comunitaria y luchadores del Frente Francisco de Miranda, acompañados de cubanos, el personal médico especializado en asesoramiento genético y defectología.
Se trata del Casa a casa, la segunda pesquisa general que la misión José Gregorio Hernández hace, desde el pasado 15 de marzo, a las personas con discapacidad, con el fin de darles seguimiento, conocer su actual situación y encontrar nuevos casos que necesiten también de este cometido bienhechor e incluyente.
Como nos dijo con total precisión la profesora Josefina López, coordinadora cubana de esta misión de maravillas, hasta el 10 de julio —mientras iniciaban el trabajo en la última región (los estados de Vargas, Miranda y Distrito Capital)—, «habíamos “tocado” a 1 655 678 personas con discapacidad y sus familiares, presentes en la casa en el momento de hacerles la visita».
«Gracias al hermano pueblo cubano hemos podido realizar esta política cargada de justicia», comentaba a JR Angélica Romero, la joven viceministra de Protección Social del Ministerio de las Comunas, al explicarnos esta segunda etapa, que califica de «alto nivel de exigencia» «un mecanismo de inclusión social que venimos desarrollando desde el año 2008 y que ha permitido entregar más de un millón de prótesis, sillas de rueda, bastones y otros enseres que facilitan la vida a quienes han sido desfavorecidos por la naturaleza.
«La exclusión y el desconocimiento a estas personas era tal que uno de los actos de justicia mayor fue entregarles su cédula de identidad a más de 20 000 personas, que no tenían ni siquiera el reconocimiento como ciudadanos; además se ha capacitado a quienes en sus propias familias los atienden».
No hay peor ciego...
Esta semana fuimos a la comprobación de los hechos en la parroquia Coche, del Distrito Capital, donde seguimos las huellas de responsabilidad y amor que van dejando los tríos de esta misión maravillosa.
En el consultorio Festival 67, del sector La Floresta, nos encontramos con el médico cubano Manuel Soto, el estudiante de cuarto año de Medicina Integral Comunitaria Alirio Natera Castellanos, y la enfermera Austria Corina Meza, la sonriente «Cora». Ya terminaron en su área, apenas les quedan cuatro casos pendientes, que visitarían esa misma noche, cuando estuvieran en la casa, como habían acordado por teléfono; pero les molesta que en la mañana una de las personas registradas en la data les haya rechazado.
«Esta misión no mira quién es el necesitado, ni si milita en tal o más cual partido o a cuál iglesia va», nos explica la vocera y coordinadora del Comité de Salud de esa área, «pero algunos se ciegan, aunque no sea esa su dolencia física».
Sin embargo, el trío de Festival 67 no se amilana y anda pronto hasta la casa de Pedro Grande Blanco Alvarado, ciego desde 1998 a causa de un accidente, aunque sabe ver perfectamente dónde está la mano amiga y sensible que le sirve de apoyo desde aquella primera visita de la José Gregorio en el año 2008.
Ahora abre el candado de la verja y nos guía hasta la sala de la modesta casa de paredes despintadas que se sabe, paso a paso, de memoria. Suena el timbre del teléfono; es una amiga y él le dice: «Luego te llamo, estoy en la casa con la visita de la misión Milagro, digo, la misión José Gregorio, que es realmente un milagro», comenta con chispa, y comienza a contestar las preguntas que le va formulando Alirio.
Tiene dos bastones, uno para salir a la calle; no le hacen falta ni cocina, ni colchón, ni nevera. ¿La licuadora? «No anda muy bien», responde, pero formula dos peticiones: una grabadora pequeña para guardar teléfonos, información, lo que tiene que recordar «porque a uno se le olvida todo», y algo para tomarse la tensión arterial.
—Pedro, ¿tiene pensión?, es otra pregunta obligada de Alirio.
—Estoy en eso; cuando yo quedé así, por ignorancia perdí la pensión, porque no tenía completa la cotización (a la seguridad social), mi hermano me la canceló recientemente, y resulta que a la semana el Presidente decidió facilitar a muchos la posibilidad de tener pensión ayudándoles con la cancelación de las cuotas que les faltaban. El martes que viene tengo todo cuadrado y llevaré los papeles.
La preocupación en esta visita es total; se indaga si su vida ha mejorado o empeorado en los dos años transcurridos, y si tiene algún mensaje para el Presidente. Pedro demora un poco la respuesta, la piensa bien y es explícito: «Díganle que hay personas que no tienen cómo pagar su cotización para la pensión, sobre todo las amas de casa; deberían darles algo especial para ellas. Y los discapacitados; no lo digo por mí, sino por otros que como yo pueden haberla perdido por ignorancia. Esa es una ayuda necesaria».
En Vereda 77, preguntan por Iván Gabriel Jorge Tullería, nueve años de edad y una parálisis cerebral infantil. La madre abre, trae al muchachito, pero advierte que hace dos horas lo visitó un trío de la misión José Gregorio. Alirio, Manuel y Cora hacen un par de preguntas comprobatorias para asegurarse de que ya se les llenó el cuestionario y de todas formas advierten: «Entonces espere la llamada telefónica, mamá». Esa será la respuesta efectiva a lo que planteara como necesidad para su hijo y la familia.
—Ya estuvieron también aquí. Que Dios lo bendiga, doctor —dice una mujer desde el portal de la casa vecina.
Tranquila abuela, la Revolución está contigo
Fue soldado, se graduó de técnico superior universitario en Administración de Aduanas, estuvo ocho años de funcionario policial, y ahí, en la Brigada hospitalaria en la Policía del estado de Miranda, viendo a los pacientes, «me salió la vocación de estudiar Medicina». A los 34 años de edad, Alirio Natera Castellanos habla con satisfacción de dos hechos importantes en su vida: la hija que le naciera hace unos meses y sus estudios de cuarto año de Medicina Integral Comunitaria en la aldea de la misión Sucre instalada en el Hipódromo de La Rinconada, en esta parroquia Coche.
«Puedo dar más y me inspiran gente mayor que yo, que ya están en el 5to. año. En esta tarea me estoy transformando; ver las necesidades de las personas, visitar los barrios y saber el agradecimiento al Presidente, estar en este Casa a casa y conocer la realidad, me conmovió enormemente», nos dice y relata cuál fue su mayor impresión en estos encuentros donde, como promedio, han estado visitando a unos 20 casos diariamente.
«Me conmovió la señora María, al punto que me dio ganas de llorar, porque recordé a mi abuela», y hay un brillo especial en los ojos de este hombrón hecho y derecho.
«Estaba postrada en su cama clínica, con neumonía asmática que no le permite ni hablar. Cuando entré y le dije “Es de la misión José Gregorio”, me apretó las manos. Entonces le anuncié: “El Comandante no te ha olvidado”, y me las apretó más fuerte.
«Su hija me dijo que así ella mostraba su querer. Mira, en la habitación —muy humilde— tenía de todo: cama, colchón antiescaras, nebulizador, bombona de oxígeno. No pidieron nada. Solo dieron sus bendiciones para el presidente Chávez “y también para ustedes muchachos, sigan trabajando así”. Yo solo podía responderle con una verdad: “Tranquila abuela, la Revolución está contigo”».
La tensión emocional del relato la rompe el médico cubano, un pinareño de San Cristóbal —«bueno, ahora artemiseño»—, que trae sus cuadernos de poemas, de canciones infantiles y narraciones de ficción que nacen de aquello que le ha ido tocando el corazón o la fibra de escritor en la misión Barrio Adentro; ya transita por el séptimo año en suelo venezolano, como también lo hiciera en Paraguay y en Paquistán, tras el terremoto.
Siempre tiene a mano consejo y solución y esos cuadernos, que lee en alta voz; añora arrullar con sus canciones a las dos hijas que le esperan en la Isla.
…Un trío, una familia, el alma buena del milagroso médico de los pobres, José Gregorio Hernández, se multiplica en esta conjunción cubano-venezolana.