«La revolución debe ser también la revolución de la alegría», estas fueron palabras del presidente Rafael Correa a los jóvenes ecuatorianos que estudian en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), a quienes instó: «Chicos, preparen su talento humano, para con manos limpias, mentes lúcidas, y los corazones ardientes, ir a la transformación de Ecuador (...) ¡Adelante, con alegría!», insistió.
Y así, jubilosa, fue la mañana y el inicio de la tarde en el majestuoso recinto de esta universidad creada por Fidel para que exista «la sonrisa de América Latina», como reza una foto-mural en una de sus paredes.
Sabemos, porque le vimos leerla, que esa frase llamó la atención del mandatario, quien trabajosa y gozosamente se abrió paso entre hileras de sus jóvenes compatriotas, agolpados en apenas 50 metros de camino, cuando le dieron la bienvenida: los primeros, saludados en cada uno de sus idiomas, a las nueve de la mañana, igual que los últimos, que le hicieron llegar casi 45 minutos más tarde a la mesa de encuentro con el rector, Dr. Juan Domingo Carrizo Estevez.
En el anfiteatro aguardaban todos los de la ELAM —521 muchachos y muchachas, venidos muchos de ellos desde los lugares más recónditos y de las familias más humildes del país multiétnico situado en la mitad del mundo—, en representación de los 1 700 alumnos de Medicina y otras especialidades, procedentes del país alfarista, que estudian a lo largo de la Isla caribeña.
Allí sería el encuentro prometido y la transmisión por la Televisión y la Radio Pública de Ecuador del programa habitual sabatino en el que informa a su pueblo y da a conocer al mundo cada una de las actividades del Ejecutivo durante la semana transcurrida.
No faltaron detalles jocosos, ni las anécdotas y las confesiones hechas con revolucionaria humildad de sus emocionados encuentros con «leyendas» de la política y la cultura cubana: la tertulia con el presidente Raúl Castro y otros dirigentes de la Revolución, de quienes pudo escuchar la historia de 50 años de coraje y resistencia; y la visita que le hiciera el cantautor Silvio Rodríguez.
También estaba el regocijo de anunciarles que terminado este jolgorio de ideas y visiones, de minucioso análisis e información de la situación de su país, de las tareas y los desafíos pendientes, de los peligros y las campañas de mentiras a las que se enfrentan, iría a Santa Clara «a visitar a ese inmenso hombre, el Che».
Correa les dijo que allí, en la ELAM, se sentía «como pez en el agua», recordando una veintena de años de magisterio y también su etapa estudiantil. Se le vio satisfecho al ponerse una de las dos batas blancas que le regalaron, y emocionado cuando le dijeron y vio que la segunda tenía estampadas las firmas de cada uno de aquellos muchachos a los que les repetía sin descanso: «¡Chicos!, ustedes están haciendo lo mejor para la Patria: prepararse».
Durante casi cuatro horas, con la «alegría de hacer este ejercicio de democracia desde un país tan democrático como Cuba», señaló que está dispuesto a dar una lucha «ineludible» a la prensa «corrupta, mediocre, que en lugar de informar, desinforma», y actúa como «enemiga de la nación», como también a los sectores de la oligarquía y a las burocracias, «los lobos disfrazados de ovejas en las mafias sindicales», que desde supuestas posiciones de izquierda, de sindicalistas o de indigenistas, defienden prebendas y privilegios adquiridos, o quieren chantajear al Estado, exigiéndole al país lo que no le piden a los capitalistas.
Denunció a la Banca, que «está próspera, pero se queja porque ya no tiene el poder» político. «Nos quieren estrangular vía financiamiento. Ahora es pecado prestarle al Estado», comentó con ironía.
Les explicó a los jóvenes los problemas de su país sin moneda propia y regido por el dólar, y con una baja de los precios del petróleo. Pero también les habló de lo que se hace: los planes de eficiencia energética —Cuba es ejemplo, comentó—, la protección de la balanza de pagos, las obras públicas para evitar o disminuir las inundaciones del invierno ecuatoriano, el crecimiento económico del año transcurrido, uno de los cinco más altos de América Latina, el desarrollo de una minería responsable.
Detalló sus sentimientos hacia Cuba y cada una de las jornadas de esta visita a la Isla. Se dijo «admirador de Martí», de su humanismo y su consecuencia y lo calificó de «un hombre inmenso»; saludó al arquitecto Andrés González, autor del busto del prócer ecuatoriano Eloy Alfaro en la Avenida de los Presidentes de La Habana.
Le dio una responsabilidad a los estudiantes: velar porque se cumplan los nueve acuerdos firmados en esta ocasión con el gobierno cubano, y confesó que prefería que lo llamaran «Compañero», «compañero Presidente» y no «Excelentísimo».
Se mostró «impresionado» por «la calidad científica y el compromiso humano, y el conocimiento económico» que le mostraron en Biotecnología, y para él la visita a Labiofam fue «una fiesta». Reconoció a los trabajadores del Hotel Nacional, el cariño con que lo recibieron en la Vieja Habana, se disculpó con los de la Bodeguita del Medio que no pudo visitar, y la «comida riquísima» del restaurante Oriente. Especialmente agradeció la Placa Conmemorativa que le entregara la Universidad de La Habana, una sorpresa para él, que es un honor, pues apenas la tienen unas pocas personalidades, entre ellas Fidel y Raúl.
Ponderó la disciplina, la voluntad de victoria del pueblo cubano, la cultura del máximo esfuerzo, de la entrega y la cohesión social, y el orgullo de ser cubano, que son la clave del éxito de esta Revolución.
Y la integración no podía faltar. Ya es hora de hacer realidad el sueño de los libertadores, una sola nación latinoamericana.