Armstrong, ganador de siete ediciones del Tour de Francia, fue desprovisto de sus logros deportivos por dopaje. Autor: Getty Images Publicado: 21/09/2017 | 05:00 pm
Otra vez el fantasma del doping muerde hasta el tuétano del andamiaje deportivo mundial, lo que pudiera poner en duda la limpieza de muchas hazañas, tambaleándose en la guillotina y a la espera de un guiño o alguna señal que clame por el mandoble de la cuchilla.
Resulta que este viernes se dio a conocer el veredicto de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (Usada) en contra del ciclista norteamericano Lance Armstrong: «suspensión perpetua y descalificación de todas las competiciones en las que participó desde el 1ro. de agosto de 1998».
Dicho organismo acusa al tejano de haberse dopado —especialmente con EPO y esteroides— entre 1999 y 2005, período en que ganó siete veces el Tour de Francia. Asegura, además, que dos ex compañeros del veterano atleta están dispuestos a testificar, por lo que es muy probable que pierda esas coronas. Tremendo, ¿verdad?
Yo, confieso, no me asombro ante la medida, pues el ¿estelar? pedalista lleva años huyendo de los tribunales y en definitiva, renunció ahora a defenderse jurídicamente por los cargos que pesan sobre él.
Las sospechas sobre el dopaje, siempre negadas por el afamado ciclista, comenzaron en 2005 tras su último triunfo en el giro francés, pero tomaron mayor peso a partir de 2010, cuando Floyd Landis, el estadounidense que perdió el Tour de 2006 tras dar positivo por testosterona, acusó a Armstrong, su antiguo líder en el US Postal (equipo de ciclismo).
Entonces las autoridades estadounidenses empezaron a tomarse en serio el caso y su Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA) abrió una investigación dirigida por Jeff Novitzky, el mismo que hizo caer a la velocista Marion Jones en el caso Balco.
Ahí vino la debacle, pues varios ex compañeros de carretera como sus compatriotas George Hicapie y Tyler Hamilton —este último sentenciado por uso de sustancias prohibidas— aseguraron públicamente haberse dopado junto a él en múltiples ocasiones.
Declaraciones como estas, junto a muestras de sangre de Armstrong con evidencias de dopaje, sustentan la decisión anunciada por la Usada de suspenderlo de por vida y borrar de un plumazo sus triunfos en el tour galo. Sin embargo, se espera un pronunciamiento definitivo de la Unión Ciclista Internacional (UCI), pues según las normativas vigentes, la decisión de privar al ciclista de su palmarés en las grandes vueltas pertenece teóricamente a esa federación mundial.
Todo ello hace presumir que el caso no se ha agotado, sino que el futuro aguarda con batallas jurídicas, acompañadas de sus inevitables polémicas y debates. Sería curioso, pero no imposible, que la UCI y a la Amaury Sport Organization (ASO) —empresa que organiza el Tour de Francia— se enfrenten a la Usada y la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) en el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) para evitar que la sanción, de momento con más valor simbólico y mediático, se convierta en fallo real.
Por su parte, el presidente de la AMA, John Fahey, lamentó que el acusado no comparezca ante la justicia deportiva de su país. «Esta decisión se asemeja a una confesión de culpabilidad. No puede haber otra interpretación», sentenció.
Y es que la historia del deporte está repleta de situaciones similares. No pocos han confesado su culpa después de «siglos» con marcas de espanto y proezas abre bocas.
Está claro, los nombres de algunos que fueron dioses en su época y hoy engrosan la historia como auténticos fraudes, pueden ser muchos; pero por suerte son más los que dejan su huella con limpieza.