Farah (a la izquierda) y Bolt fueron dos de los más grandes animadores de la fiesta olímpica londinense. Autor: Getty Images Publicado: 21/09/2017 | 05:23 pm
La tormenta ya pasó, me refiero a los XXX Juegos Olímpicos, pero el alboroto continúa. Para nadie es un secreto que el mundo se detuvo por dos semanas y aún hoy parece congelado, pendiente de lo acaecido en Londres, recordando y suspirando tras el ocaso del mayor espectáculo de nuestro planeta, una masa compacta de agua y tierra que se inclinó toda ante el estandarte de los cinco aros.
Por días, pasaron momentáneamente a segundo plano la crisis económica, las guerras, el desconsuelo, la inflación, el cambio climático y hasta los chismes de esquina (algo difícil para los cubanos).
Millares de atletas aportaron a la noble causa retomada por el Barón Pierre de Coubertín. Sin embargo, unos pocos descollaron por sobre todos, concentraron la algarabía multitudinaria y la hicieron en cantos y fiestas cuasi baconianas.
Precisamente de algunos de esos titanes escribiré hoy, anonadado todavía ante proezas abre bocas y marcas de otras galaxias.
No te bañes en el Malecón…
Confieso que siempre creí en su fortaleza, en ese deseo febril de victoria, capaz de impulsarle más allá del dolor, más allá de la asfixia, burlando lo humanamente posible. No obstante, jamás imaginé lo sucedido. Fue demasiado para este pobre corazón.
A muchos les parecía que Michael Phelps, el Tiburón de Baltimore, andaba ya sin dientes. Hasta yo, admirador declarado del muchachón de 27 años, titubeé.
Confesó asistir a la Gran Bretaña a divertirse, pero para un hombre que hizo del esfuerzo y el éxito una vocación, someterse a una sucesión de decepciones se antoja, más que irritante, un verdadero calvario.
Comenzó cediendo en su primera presentación (cuarto en los 400 metros combinados) y ya tenía a los cinco continentes cuchicheando a sus espaldas. Resulta que hasta los esquimales esperaban verlo reinar nuevamente, como en Beijing hace cuatro años, pero el oro no caía.
Sin embargo, al fin se rompió el hechizo y el nadador estadounidense alcanzó la plata en 4x100 estilo libre.
Luego, pues nada, el destino recordó porqué simpatizó siempre con el norteño y le abrió los brazos para amarrarlo allá arriba, en un puesto preferencial del Olimpo.
Concluyó acaparando cuatro coronas y dos subtítulos en siete pruebas. De esta forma redondeó 22 medallas en cuatro olimpiadas, 18 de oro, récord que tal vez no sea superado en el presente siglo. Desbancó así, de un tirón, a la gimnasta soviética Larisa Latynina, dueña de 18 metales.
El escualo ya es, por mucho, el atleta más laureado en estas justas y ni un extraterrestre parece poder con la proeza.
El marciano hace historia
Junto a Phelps, muchos osarían decir que por encima de él, un ¿hombre? se robó el show londinense. En efecto, me refiero al bólido jamaicano Usain Bolt.
No pocos lo llaman el monarca del deporte rey, quizá por su nombre, de origen árabe (como Hussein de Jordania, que de ahí proviene). Más que rey, salió de la urbe británica coronado emperador. Emperador del atletismo, emperador de los Juegos, profeta de los números.
Se me ha caído el pelo y he colmado cuartillas, pero las he contado todas, al menos eso creo. De las 16 carreras en que ha partido sobre pistas olímpicas (series, semifinales y finales) entre Beijing y Londres, el relámpago de Marte ha ganado 15 (terminó segundo en la semifinal de los 200 metros celebrada en China) y en ellas ha batido cuatro récords mundiales (tres en la tierra de la Gran Muralla: 100, 200 y en el relevo corto). La otra plusmarca universal cayó en Londres, en el 4x100.
Además, es el primer humano en repetir coronas en 100 y 200 durante dos citas consecutivas. Casi nada.
Otro par de colosos
El brillo de Bolt y Phelps no logró oscurecer las hazañas de dos gigantes del atletismo: el keniano David Rudisha (titular en los 800 metros) y el británico de origen somalí Mohammed Farah (oro en 5 000 y 10 000).
Lo de Rudisha fue, sencillamente, bestial. Dominó de punta a punta su especialidad, asombrando sobre todo por la irreverencia y el desparpajo a la hora de prender las turbinas y dejar un desierto entre sus piernas y el resto de los competidores. Arrancó delante y terminó delante, estampando un soberano tope universal (1.40, 91 minutos).
La carrera fue de tanta calidad que todos los finalistas (sí, hasta el último de ellos) habría ganado en la cita de Beijing 2008.
Por su parte, el británico Mo Farah interrumpió la seguidilla de triunfos de atletas kenianos y etíopes en los 10 000 y 5 000 metros. Quizá en algo influyeron sus genes, somalíes (de la misma región de El Cuerno de África).
Cetros de ojos rasgados
Mientras que todos los aficionados del proscenio acuático olímpico estaban pendientes del duelo entre Ryan Lochte y Michael Phelps, una nueva estrella emergió de la piscina olímpica británica. Se trata de la china Ye Shiwen, mandamás en los 400 y 200 estilos combinados.
En su primera final la asiática de 16 años pulverizó el tope del orbe (4.28,43 minutos), asombrando por el tiempo del último tramo, mucho mejor que el del Cocodrilo Lochte. El norteño registró 29,10 segundos en los 50 metros finales, mientras que Ye lo hizo en 28,93.
Sobre cuchillas hacia el Olimpo
Si bien este es un espacio para los campeones, con la venia de ustedes traeré a colación al que, a mi juicio, es el más grande as de esta Olimpiada, aun cuando no consiguió medalla alguna.
Oscar Pistorius, un sudafricano de 25 años que tiene sus dos piernas amputadas, hizo un debut olímpico sin precedentes al llegar segundo en la prueba de clasificación de los 400 metros planos de atletismo (45,44 segundos).
Blade Runner (El corredor de cuchillas), como también se le conoce por andar sobre soportes artificiales, se convirtió en el primer atleta con alguna discapacidad en competir con deportistas convencionales. Es, sin duda, un ejemplo de voluntad y empeño, muestra fehaciente de que ninguna limitante física vence al corazón.