Libro Fiel A Si Mismo, 30 años de Zenén Calero con Teatro de Las Estaciones Autor: Juventud Rebelde Publicado: 31/08/2024 | 08:36 pm
El teatro piensa, funda, salva. Lugar de encuentro y de reflexión colectiva, la sala teatral funciona como una cápsula de indagación sobre lo social en la que confluyen los desafíos cotidianos y la cultura que nos permite ir más allá de la superficie para interpretar, evocar, subvertir, transformar… La cultura es el ser humano enfrentándose a las dificultades, superando lo adverso, estableciendo nuevos territorios, construyendo nuevas alianzas. La humanidad sueña y esas aspiraciones movilizan, proponen nuevos horizontes, nos obligan a establecer objetivos. El teatro trabaja con los sueños y, cuando está vivo, decanta lo esencial y lo devuelve, en diálogo para que podamos comprender de qué estamos hechos en verdad, qué nos sostiene.
La historia del teatro es también la historia de las crisis humanas y sus momentos más luminosos están conectados de un modo u otro con circunstancias muy complejas en las que se pone en juego el instinto de supervivencia y aparecen respuestas inesperadas que soportan el mundo de un grupo de hombres y mujeres o, mejor, lo recrean como antídoto frente a la soledad. Ahora todos hablan de resiliencia, de la capacidad de caer y levantarse… Y acaso no era eso lo que buscaban los grandes trágicos griegos. No hay dudas de que ese proceso de reinventarnos está de algún modo contenido en el más antiguo y profundo significado de «catarsis». Se trata de reconocernos en colectivo, como parte de un grupo, con la capacidad de volver a empezar, de continuar soñando, imaginando el porvenir.
Cuando Rubén Darío Salazar me llamó para que presentara el libro Fiel a sí mismo, 30 años de Zenén Calero con Teatro de Las Estaciones, pensé en 1994 y escribí: ¿Cómo fue posible? Repasando nuestra historia durante los últimos 30 años, debemos coincidir en que estamos frente a un suceso absolutamente excepcional. La creación de un grupo de teatro de títeres, en una provincia cubana, en medio de la que hasta hace poco nos parecía la crisis económica y social más terrible de nuestra historia, no puede dejar de asombrarnos.
En aquel momento también teníamos una estampida migratoria y todo comenzaba a reconfigurarse de una manera que aún no podíamos comprender cabalmente. Fue entonces que Rubén y Zenén dejaron la «comodidad» que presuponía un grupo establecido y una obra sin dudas exitosa para enrolarse en una de las aventuras más audaces y ciertamente productivas de la historia reciente de nuestra escena: la fundación del Teatro de las Estaciones.
Obviamente, preguntar cómo fue posible aquella fundación en medio del período especial no es un mero acto retórico. Habría que considerar la propia existencia del Teatro Papalote, liderado por el gran maestro que es René Fernández, sin duda una escuela conectada con la tradición que en Cuba habían fundado los hermanos Camejo junto a Pepe Carril y al resto de los artistas del Guiñol Nacional, y también habría que referir la creación del Instituto Superior de Arte, los cursos de Mayra Navarro y de Freddy Artiles, y los importantes festivales que se sucedieron en aquel tiempo… Sin embargo, la pregunta del investigador, si quiere que las posibles respuestas sean de utilidad más adelante, no debería apuntar al pasado sino al presente, acaso el teatro no es siempre aquí y ahora.
¿Cómo es posible el Teatro de las Estaciones hoy? Treinta años después, ¿de qué materia están hechos los sueños? Obviamente, sabiendo que la lista es en verdad mucho más larga, tenemos que decir dos nombres: Rubén y Zenén. Los sueños están hechos de carne y sangre y sacrificio cotidiano. Sin acción no hay escena posible, y la acción no es otra cosa que trabajo, trabajo duro para conseguir los objetivos. Cuando el teatro es la meta, entonces lo son también los procesos de investigación, los espectáculos, las publicaciones, las exposiciones, la familia que se junta para hacer en colectivo, la utopía que presupone que, pese a todo, ese lugar sí exista y su supervivencia es en verdad imprescindible si también queremos mantener en pie la ciudad, el país, la nación, la patria. El teatro es parte de todo eso, no lo dude nadie.
Cuando me preguntan qué singulariza al Teatro de las Estaciones siempre digo que lo fundamental es su capacidad de ir más allá de los espectáculos, de erigirse en un núcleo sostenido de pensamiento e investigación escénica, de activar múltiples laboratorios y sostener una acción permanente de promoción de la tradición titiritera cubana e internacional sin precedentes.
Y claro, digo más allá de los espectáculos, porque estos existen y su calidad artística es incuestionable. Ya se sabe que hay colectivos con una gran obra social y de promoción con espectáculos regularcitos, pero eso no pasa con este grupo, porque para ellos todo está coherentemente imbricado y en relación con un propósito unitario marcado por el rigor y compromiso ético con la profesión, con los espectadores, con la cultura.
Me atreví a hacer una lista, de seguro incompleta, de todo cuanto es Teatro de las Estaciones, e incluí la producción impresa. Esa coherencia de la que hablaba antes está testimoniada en libros muy diversos. El volumen de Yanina Gibert (Teatro de las Estaciones, el alma en viaje), el de María Laura German (Travesía poética en cuatro estaciones), el que recoge 25 años de críticas en torno al quehacer del grupo (25 miradas a las Estaciones), el de Rubén Darío (Retablo Abierto) y también el que el director escribió con Norge Espinosa sobre los hermanos Camejo, el que hizo junto a María Laura Germán, el que trabajó con Yudd Favier…
Habría que sumar las antologías de textos que han compilado, las obras escritas para el grupo que también se han recogido en libro y los números impresos del anuario del Centro Promotor de la Imagen del Títere El Retablo, Manita en el suelo. No hay dudas de que Las Estaciones es también un proyecto editorial. A esos libros se suma ahora este, bellísimo, útil, tan necesario: el libro de Zenén.
Entre los grandes artistas de nuestra escena, Zenén Calero es autor de una obra singularísima, que podemos reconocer siempre como parte de un universo visual propio, pero que al mismo tiempo rehúye de la fórmula, de lo trillado, de lo que funcionó. No creo que exagere si digo que Zenén Calero es el más audaz de los diseñadores escénicos cubanos, no solo porque hace maravillas con sus propias manos y a veces casi sin recursos, recurriendo al reciclaje, reutilizando elementos en forma siempre nueva e inesperada. Lo es también por su comprensión profunda del arte titiritero y de la libertad que ofrecen las figuras animadas para crear mundos y lenguajes nuevos.
La sabiduría del maestro y el candor de un niño se equilibran en Zenén y ese sea quizá su secreto. Su mirada siempre es limpia y buena y por eso es capaz de descubrir nuevas combinaciones, de encontrar lo que se oculta. Aquello que suele ser invisible o inexistente para otros se revela ante su pesquisa y se hace real en sus manos de un modo que siempre sorprende. Quienes han tenido el privilegio de ver alguna obra de Las Estaciones detrás del retablo saben que todo está milimétricamente pensado no solo a nivel de puesta y de interpretación, sino también y, ante todo, a nivel de imagen. Las puestas son impecables y las costuras, los dobles fondos, los trucos jamás estarán a la vista, porque Zenén no hace nada para salir del paso, nada queda a medias, nada aparenta ser.
El teatro de títeres tiene muchas estéticas y su visualidad es tan diversa como artistas hay en este mundo, aun así, hay tendencias, modas de turno, referentes tremendos, la mayoría vinculados con los medios, que acaban imponiendo su hegemonía. Nadie es más ajeno a todo ello que Zenén, no porque dé la espalda a las tendencias o a los estilos —los conoce todos—, sino porque sus títeres son siempre cubanos con independencia de que se inspiren en Sosabravo o en Picasso, que vengan de Dora o de Lorca. La cubanía especial que resulta de sus manos es un sello que podemos apreciar por igual en La Virgencita de Bronce y en El irrepresentable paseo de Buster Keaton, es su don, y debemos sentirnos orgullosos, porque ese don es para todos nosotros, porque lo comparte, porque todo en él es generosidad y cooperación.
Y qué suerte poder tener en papel, impreso, este libro hermoso, lleno de valiosos testimonios y análisis y también con poemas, con cronologías y, sobre todo, con una amplia y muy significativa selección de imágenes, bocetos y fotos que son acaso, juntas, el mejor de los retratos del artista, multiplicado en sus creaciones. De todas ellas escojo la de la página diez.
El diseñador, como Yepeto, juega con su títere de madera, la foto misma es una clase, incluso de animación, la vida en los ojos de Pinocho viene de los ojos enamorados de Zenén que mira el personaje sin paternalismo, sin ñoñería. El artista admira su obra y su humildad proverbial le permite ver al muñeco como un igual. Por la expresión del diseñador descubrimos que el títere de madera ya es un niño y como tal merece respeto. Toda una lección sobre arte y también sobre las infancias.
Debemos a Estrella Díaz dos libros imprescindibles sobre diseñadores cubanos, ambos reconocidos con el Premio Nacional de Teatro, ellos son María Elena Molinet. Diseño de una vida y Palabra de diseñador, de Eduardo Arrocha. Zenén es el tercer diseñador de nuestra escena en recibir ese galardón y este libro es evidencia suficiente para que alguien no enterado comprenda las razones de ese importante reconocimiento, que recibió junto a Rubén, porque en su caso hay tantos méritos propios como compartidos.
Hoy debemos celebrar el milagro de este libro y agradecer a sus artífices por reunir voces tan diversas. Felicitemos a Zenén y seamos un poco más felices los que podamos abrazarlo y compartir junto a él en la cercanía de sus creaciones. Tener este libro será también una manera de recordarnos este tiempo repleto de dificultades y de maravillosas maneras de ir más allá de ellas para celebrar la vida.