Jorge Bacallao , comediante cubano. Autor: Jorge Carlos Rodríguez Orue Publicado: 04/10/2021 | 09:34 pm
Reír es un acto liberador. Nada como unas carcajadas para volver a la vida. Hacer reír es otro asunto. Es, muchas veces, un ejercicio de sufrimiento e introspección. Un acto solemne que entraña, cuando menos, arrinconar suspicacias y sobrevolar las empalizadas de quienes ven en la broma una amenaza.
Decir que un buen humorista es el que hace un chiste desternillante, es reducir el ingenio. Cuando el canje es de risas, quien ofrece motivos siempre arriesga. Por eso un comediante sagaz entiende que «saber reír», es también una virtud y aprende a sobreponerse a públicos desabridos.
En la más lúcida de las utopías, el buen humor tributa a las equidades sociales. No es la llana expresión del desparpajo, y sí alegría que brota del enfado. El mejor de los humoristas es quien divierte con aquella, como se dice, «nuestra desgracia».
Pendiente de tan serios compromisos, Jorge Bacallao Guerra insiste y consigue hacernos reír. Desde los nuevos escenarios del chiste, el «monologuista» de La Habana «histérica, con mucho sol y poca luz», continúa en la misión de sacarle lasca al atropello cotidiano.
Defiende su comedia con «un amplio diapasón de recursos, temas y modalidades», y asegura no tener «situaciones humorísticas preferidas».
«Trato de balancear los recursos y garantizar el respeto al público. Excluir un chiste buenísimo de un texto porque no le va bien a la historia, es una manera de respetar».
―El sentido del humor es un rasgo que denota inteligencia; sin embargo, algunas personas brillantes carecen de la codiciada vis cómica que «tira abajo» a un auditorio. ¿Cómo descubrió Jorge Bacallao que tenía esa capacidad?
―Nacemos con una parte, la otra hay que cultivarla. Depende de la manera en que uno viva y se forme. Provengo de una familia con el don, por las dos ramas: mis padres son personas de muy buen sentido del humor, y mis dos abuelos sobre todo eran gente que pasaba el día entre la risa y el dicharacho. Me cuentan que desde muy pequeño se me vieron mañas.
―¿Cuándo fue la primera vez que le pagaron por hacer un chiste?
―Me costó mucho ejercer el humor de forma profesional y cobrar de manera oficial. No recuerdo mi primera presentación profesional. La que considero el inicio, ocurrió en la peña La resaca, de Antonio Berazaín, en el Instituto Superior de Diseño. Me llevó Luis Silva. Les agradezco mucho a los dos.
―¿Por qué estudió Licenciatura en Ciencias Matemáticas?
―Se me dan bien las matemáticas y sabía que una carrera así ofrece herramientas poderosas como un nivel de abstracción y el desarrollo del sentido común.
―En su etapa como profesor de la Universidad de La Habana, ¿cuántas veces un chiste le «salvó la vida» frente a un aula llena de alumnos?
—Muchas veces. Creo saber manejar el humor como herramienta de enseñanza y a la vez estar cerca de los estudiantes sin perder la autoridad. Suelo utilizar ejemplos pintorescos para explicar. Un ejemplo: la mayoría de los estudiantes confunde tomar notas con lanzarse a copiar todo lo que dice el profesor. Entonces les decía: «Si tu pareja te coge la mano con cara seria y dice: “Tenemos que hablar”, tú atiendes, no sacas una libreta y te preparas para copiar. Eso mismo hay que hacer en clases».
―¿Cuántos problemas se ha buscado por dar respuestas graciosas?
―Soy respetuoso, pero unas cuantas veces. Una vez iba en un taxi de madrugada por la Avenida 26, y un señor que viajaba con su esposa le dijo al chofer que lo dejara en el Zoológico. Yo sin pensar dije: «No te guíes por mí, pero yo creo que a esta hora está cerrado». Al señor no le gustó el chiste. Su esposa y el chofer se rieron mucho.
―Narrador, actor, guionista, presentador… ¿Cuál es la clave para combinar tantas pasiones?
―Hay acciones en esa lista que aunque las he hecho, no me las puedo anotar. Soy atrevido y emprendedor, intento disfrutar mi trabajo. Me cuesta rechazar alguna propuesta que parezca divertida y de la que pueda aprender.
―En los últimos tiempos asoman desde el audiovisual ofertas que traen narrativas y dinámicas muy interesantes. ¿Encuentra en ellas nuevas perspectivas de hacer y concebir el humor?
―Sí. Creo que es necesario tener propuestas diversas. Mucha gente tilda de malo algo que simplemente no entiende, y se pierden en comparaciones sin sentido. Deben escogerse con acierto horarios y días de transmisión. Buscar la calidad más alta, sin renunciar a programas de distintos géneros humorísticos. El cubano lo necesita y lo merece.
―Cambian los tiempos y «deben» reconfigurarse las audiencias, pero a veces da la impresión de que, en cuestiones del humor, el cubano se resiste a los discursos renovados. ¿Qué opina al respecto?
―Es un fenómeno multifactorial. Empezar a recompensar económicamente todo lo que atañe a creación, influye. Si una obra de teatro humorística no tiene garantizada una temporada suficientemente larga, nadie va a invertir tiempo en algo que se va a presentar dos veces. Sucede con otros guiones. No hay comparación entre lo que se gana por escribir un guion y lo que se paga por 45 minutos de stand-up comedy y eso va en detrimento de los buenos textos.
―Fuera del panorama televisivo, ¿qué tipo de comedia tiene éxito en nuestro país y cuál resulta un fracaso asegurado?
—El costumbrismo es nuestro caballo de batalla. Una vez Churrisco me dijo que no hay nada que funcione mejor en Cuba que contar con humor una situación y que en el público haya gente diciendo: «Así mismo me pasó a mí». Y bueno, con el manejo del absurdo hay que tener cuidado, porque vivimos en un lugar y una época en donde lo más disparatado corre el riesgo de devenir cotidiano, y eso asesina el recurso.
―¿Existen en Cuba espacios suficientes y de calidad para los humoristas?
―No. Nunca son suficientes. Me cuesta encontrar escenarios, sin hacer concesiones para adaptarme a mayorías, y que sea económicamente viable. Por otro lado, en los últimos tiempos han surgido espacios en donde para mí es un placer trabajar. Me refiero, por ejemplo, al proyecto Delta.
―Facebook le ha ofrecido un escenario para contar sus ocurrencias cotidianas. Además de megas, ¿qué necesita el comediante cubano para hacer reír desde las redes sociales?
―Me lancé a las redes sociales en cuanto empezó el aislamiento. Se juntaron mis deseos de regalar sonrisas en momentos complicados, con el gusto de compartir las locuras que se me ocurren. También han sido un magnífico banco en donde guardar mis ideas. Se necesita comprender el formato de la plataforma para utilizarla adecuadamente (Facebook, Twitter, estados de WhatsApp) e igualmente información y constancia. No está mal tampoco una pizca de tolerancia para sobrellevar a lectores complicados. Hace poco decía en un tuit: «Deberían incluir en la formación de los niños asignaturas como Apreciación del humor, Respeto a la opinión ajena y Cómo aguantar y Quedarse callado cuando no se tiene idea de lo que se está hablando».
―¿Cómo conquistar a la generación del meme con otra clase de broma?
―Yo sigo apostando por el texto. Es mi estilo y mi habilidad, y con eso trato de flotar y adaptarme.
―Supongamos que las habilidades para hacer reír se midieran en unidades «tares». ¿Qué humoristas cubanos cubren las tres primeras plazas de megatares en la lista de Jorge Bacallao?
―Voy a ser indisciplinado, porque decir tres solamente, me es imposible. Como escritores: Héctor Zumbado, Eduardo del Llano y Jorge Fernández Era. Admiro muchísimo a Osvaldo Doimeadiós, a Iván Camejo y a Luis Silva, siempre me hacen reír, y después de tanto tiempo trabajando en humor, es algo a tener en cuenta. Leopoldo Fernández y Álvarez Guedes son grandes del humor cubano. Me pediste tres y dije ocho, como quien se aparece en la cola con 12 personas. Sinceras disculpas y mirada de pena.
―El mejor chiste que ha contado en su vida.
―Me siento muy conforme con mi monólogo Mi Habana, pero quiero pensar que lo mejor está por venir.
―¿Se puede vivir del humor? ¿Es su intención o tiene otros proyectos?
—Tengo muchos proyectos. Algunos de humor y otros no. Me encantaría vivir del humor, aunque no sé si pueda. A lo que nunca me voy a resignar es a vivir sin humor.