Considerado uno de los mayores exponentes del canto popular uruguayo. Autor: Internet Publicado: 31/10/2017 | 11:05 pm
Pobre del cantor de nuestros días/ que no arriesgue su cuerda/ por no arriesgar su vida.
Pablo Milanés
Su voz es la de América Latina. Sus canciones, la más auténtica expresión «de la sensibilidad de gente que se resisten al olvido. Gente que defiende su amor a la verdad y su confianza en que llegará un día en que en el horizonte social será como una explosión de luz». Nadie mejor que el mismo Daniel Viglietti para explicar por qué no solo un continente hoy lo llora, después de que su cuerpo no consiguiera soportar, este lunes 30 de octubre, la intervención quirúrgica a la que fue sometido.
Acaba de fallecer el querido músico uruguayo nacido en Montevideo en 1939. Nuestros pueblos están de luto. En A desalambrar, Daltónico, Esdrújulo, Declaración de amor a Nicaragua, A una paloma, Esta canción nombra… aparecen traducidas sus luchas, sus sueños, sus alegrías, sus angustias... También en Ojaleando, «una suerte de resumen de algunos de los problemas que atravesamos los que nos mantenemos con la conciencia despierta en estos tiempos en que hay que seguir trabajando y cantando por una justicia verdadera».
Por ello surgieron esos temas que se fueron convirtiendo en himnos que nos entregó sin estridencias, solo con una verdad infinita que perduró durante seis décadas de ilustre carrera, y que defendió con su «estilo de atril y banquito, luz casi fija, y entre canción y canción voy agregando palabras, situando las temáticas. Todo eso mientras respiro lo que me llega del público, que en general es un silencio atento y entrañable».
Le gustaba recordar que en sus inicios trabajaba con letras de otros. «Al principio, en el 57, hice todo yo pero después tuve un período, entre el 60, 61, que empecé a musicalizar a Nicolás Guillén, a García Lorca, a cubanos (la Revolución Cubana nos conmocionó mucho), a poetas como Vallejo, Alberti, uruguayos como Idea Vilariño, Mario Benedetti... Todo eso me permitió una práctica de la letra desde otros que en estos últimos tiempos, largos ya, me han hecho afirmarme en mi propia letra. Poéticamente me siento más entero, y prácticamente no escribo sobre letras de otros. Porque no me da la vida, y trato de que lo que escribo sea con mi letra para decir lo que quiero expresar».
De modo que cuando en 1961 escribió Canción para mi América, no solo llevaba unos cuatro años de camino como cantor, sino, sobre todo, escribiendo esas canciones que él llamaba «humanas». «En un mundo con tantos rasgos de inhumanidad, que pueden ir desde el bombardeo de aparatos no tripulados sobre poblaciones indefensas, civiles, so pretexto de investigar dónde hay armas químicas, todo eso indefendible que ha pasado en Irak, Afganistán, Siria, todas estas guerras terribles; bueno, es algo que nos choca, nos duele, entonces la canción, que no puede solucionar nada, porque es muy frágil, sin embargo, yo creo que como un instrumento de una cultura puede ir esclareciendo, encendiendo chispitas en la oscuridad».
Y ya sabemos que hombres con ideas como esas, que no se arrepienten de ninguna de sus canciones, duelen, enfurecen, se temen. Por tal razón fue perseguido, encarcelado, le tocó el exilio. Con los años, hubo también países que reconocieron su entereza, como cuando el Gobierno francés le otorgó la Orden de las Artes y de las Letras. «Me emocionó porque una parte de mi vida, los años de exilio, los viví en Francia, y porque mi madre, la recordada pianista Lyda Indart, vivió allí muchos años, adquirió la nacionalidad, como yo lo hice años más tarde, y me transmitió su cariño por ese país que aprendí a sentir también como mío. Cuando en Montevideo el Embajador de Francia me otorgó esa condecoración, agradecí lo que sentí que venía de esa Francia del histórico resistente Jean Moulín, del cantor anarquista Leó Ferré, de un Jean Paul Sartre —que fue uno de los que firmó por mi libertad cuando estuve preso en Montevideo en 1972—, de un Frantz Fanon, de una Marguerite Duras, la autora del guion del filme Hiroshima mon amour. Bueno, sentí que esa condecoración me venía de la Francia libertaria, desde tantos seres con los que he compartido y comparto una concepción de la vida basada en un proyecto de verdadero socialismo».
Coherente de principio a fin, admiró profundamente a quien lo llevó a escribir Che por si Ernesto, el revolucionario «que quería cambiar el mundo para que fuera más justo con los niños, y luchó y dio la vida por eso. Cayó, yo siempre digo, como caen las semillas; no son una caída elemental sino que son una siembra».
El Che, Cuba, Fidel, eran temas que una y otra vez salían en las entrevistas que concedía con frecuencia a la prensa quien grabara discos como Canciones chuecas, Trópicos, Trabajo de hormiga, Por ellos canto y Devenir. Y es que Viglietti amaba a esa Isla que «sabrá mantener una cantidad de valores trascendentales que ha defendido a lo largo de su historia».
Cuba no puede permanecer aislada, decía. «Ha sobrevivido como bastión para el mundo en una cantidad de rubros esenciales como la educación y la salud. Esto es para mí más que emocionante por subsistir pese al largo bloqueo de los Estados Unidos. Yo espero que una vez que los estadounidenses levanten ese bloqueo, todo aquello positivo que logró Fidel prosiga…».
Hasta su última hora, Daniel Viglietti estuvo componiendo y cantando. No podía dejar de hacerlo, porque para él era como dejar de respirar. «Es una necesidad casi biológica, aunque te confieso que no soy de los que están todo el día concentrado en la música. Necesito salirme periódicamente de la condición de cantautor. Alguna vez he pensado que si por alguna razón no continuara cantando y componiendo, yo sería escritor, cineasta o sicoanalista, vaya a saber. Todos caminos vinculados a la interpretación de la realidad con pluma, cámara o diván. Al decirlo me doy cuenta de que siempre se trata de conexiones con lo exterior, con los semejantes, y su aventura de vivir luchando por lo más justo. Pero no soy escritor, ni cineasta ni sicoanalista. Soy lo que soy, que no sé muy bien cómo definir, aunque si pienso en mi larga actividad creando programas de radio o televisión, suele decirse comunicador, puede ser. Uno es muchos, y muchos para la oreja para oírlo a uno. Desde esa dialéctica sigo dando gracias a la vida», afirmaba, seguramente sin tener conciencia de que son nuestros pueblos quienes le agradecen por haber sido de esos cantores que por ellos arriesgaron su cuerdas y sus vidas.