Turcios Autor: David David Figueroa Publicado: 21/09/2017 | 06:54 pm
Pudo ser músico. En un tiempo le «haló más la guitarra del vallenato». Para procurar sus sueños recibió clases del instrumento con el compositor Rosendo Romero. Entonces ya había terminado el bachillerato, tenía 14 años, y a la madre le inquietaba la rutina de su muchacho, quien salía temprano de casa y regresaba avanzada la noche porque, entre parranda y parranda, ensayaba nuevas notas.
Para suerte nuestra, el colombiano Omar Figueroa Turcios enrumbó su vida hacia el humor gráfico, disciplina en que se destaca entre los grandes de América. En la actualidad, él y los cubanos Arístides Hernández Guerrero (Ares) y Ángel Boligán figuran entre los más premiados del continente.
En sus trazos se advierten limpieza y mucha creatividad. Domina por igual la plumilla, los lápices de colores, el bolígrafo y el pincel. Mas afirma que es la acuarela, la técnica que más le fascina, porque con esta «los colores no se pelean, se complementan».
Nuestra charla tuvo lugar en Madrid, donde radica desde hace casi dos décadas. En el pequeño apartamento de los amigos David y Lucía, en la calle Montejurra, Turcios dibujó pinceladas de su vida, que comparte con la también caricaturista Nani Mosquera. Aquí llegaron un día con no más riquezas que su hijo David David y cuatro maletas de recuerdos comprimidos. En el país ibérico se daría a conocer en los diarios El Mundo y La Razón, en este último trabajaría diez años.
Apuntes
Soy el menor de ocho hijos. Nací en Corozal, Sucre. Aunque luego nos fuimos para Barranquilla, donde mis hermanos siguieron sus estudios. El periodismo siempre me atrajo. En casa mis hermanos mayores, Francisco y Celmira, son periodistas e influyeron en mí. Los dibujos de la prensa me llamaban la atención, gusto que tuve quieto por un tiempo, porque al terminar el bachillerato haló más el vallenato. Por aquel entonces apareció en el periódico un caricaturista llamado Jairon Linares. Al ver la exageración con que dibujaba los rostros, me atrapó. ¡Caramba, esto se puede hacer!, me dije. Y empecé a buscar cada semana sus trabajos. Por esa época, mi hermana mayor terminó Diseño textil y me puso en contacto con uno de sus profesores de dibujo. Matriculé en su academia y allí me enseñaron las distintas técnicas. Descubrí que podía sacar el parecido de las personas. Y si Rocío Dúrcal iba a Colombia a cantar, la dibujaba, y si Happy Lora, el campeón mundial de boxeo, peleaba, también lo hacía. Este dibujo lo entregó mi hermano Francisco, que trabajaba en prensa, a un periodista del diario El Heraldo de Colombia, el principal del país. Lo supe cuando lo vi en la portada del suplemento deportivo. Fue en octubre de 1985. Mi primera publicación me dio una sensación buenísima. Yo andaba con el periódico encima, enseñándoselo a mis amigos. Y desde ese momento no he parado de dibujar.
Fueron estos los comienzos de Turcios en la prensa colombiana. Entonces firmaba como Ofit. A aquella primera caricatura siguieron otras de artistas famosos, políticos y deportistas locales. En esa época se interesó por estudiar a los grandes. Así descubrió a los imprescindibles maestros argentinos Quino y Fontanarrosa.
El Diario del Caribe lo contrató en 1986. A esta publicación le siguieron El Tiempo y El Espectador, donde firmó por vez primera como Turcios, en homenaje al apellido heredado de su mamá.
Bocetos
—¿Por qué ese afán de hacer rostros?
—Porque ahí está la expresión de la persona. Tú nunca has oído decir: «Allá viene Julieta con la oreja triste», porque el estado de ánimo se refleja en los ojos y en la boca. Y eso es lo primero que hay que captar de cada personaje. El resto de la cara es un juego. Por eso a veces hago a la gente sin nariz o sin orejas, y se parecen. Luego hay otros datos como la profesión, su obra o rasgos de la personalidad que complementan el dibujo. Hoy la tecnología facilita las cosas, buscas en internet videos, fotos en todos los ángulos y noticias. Al juntar toda esa información, llegas a una caricatura mejor.
—¿A quiénes reconoces en tu formación artística?
—A Jairon Linares, que sin saberlo me enseñó que se podían deformar los rostros, manteniendo su parecido con el personaje. Al maestro Arlés Herrera (Calarcá), que en Bogotá, en la Escuela Nacional de Caricatura, me acortó el camino a la caricatura personal. En clases nos aconsejó: «Desde que suban al autobús, a todas las personas que vean caricaturícenlas en la mente. Del cerebro, el mensaje va directo a la mano». Sus clases eran los sábados, y yo pasaba todas las tardes por su taller a mostrarle mis bocetos. Él veía en mí la inquietud. Y yo notaba el avance. Me enseñó a no quedarme nunca con el primer intento, ni con el segundo.
—¿Mantienes esa costumbre?
—Sí, siempre se debe rayar mucho la hoja en blanco, en búsqueda de ir más allá y llevar el dibujo a la mínima expresión. Dar un personaje en apenas tres líneas es un logro.
«Volviendo a las influencias, te digo que Picasso es para mí el gran caricaturista. Descubridor de muchas formas de ver la realidad, sobre todo en la caricatura personal. Los retratos de sus mujeres y de sus allegados son caricaturas geniales».
—¿Con tus obras te has metido en problemas?
—No. Mantengo una ética en todo sentido. Soy prudente y precavido con lo que hago. No me gusta ofender. Hay maneras de decir verdades, de dar duro desde el respeto.
—¿Sufres cuando dibujas?
—No. Cuando empiezo una caricatura, no sé hasta dónde pueda llegar. A veces me sorprende lo que hago, como si no fuera mío. Eso es lo que me gusta más. Hay cosas que no deduzco cómo van a acabar. Y es lo más bonito.
—¿Qué tiempo dedicas a trabajar?
—Todo el día estoy pensando en mis creaciones; pero gráficamente dibujo casi ocho horas diarias. La acuarela es la que más disfruto, porque en ella los colores no se pelean, sino se complementan. Me fascinan sus transparencias, esas capas que se logran.
—¿Y ese mundo de animales que has creado?
—He descubierto en esos animales mi verdadera personalidad; en ellos suelto mi imaginación, saco los efectos de luces. Están llenos de formas, de texturas; me gusta combinarlos con objetos, con otros animales, con frutas… En ellos he descubierto un universo infinito de posibilidades.
—¿Cómo logras la concentración?
—Oigo música, nada tropical ni vallenato que incite a la cerveza. Prefiero la instrumental. También tengo una tanda para escuchar noticias de Colombia. Eso lo hago en la mañana, antes de enviar mi trabajo a El Heraldo, donde tengo mi columna (El mundo de Turcios) desde hace cinco años, en el mismo periódico en que me inicié.
—¿Qué te ha ofrecido ese espacio?
—Oficio, y mantenerme en contacto con el lector y con la actualidad colombiana.
—¿Cómo es la relación con Nani, tu esposa, que también es caricaturista?
—Hacemos trabajos muy distintos. Ella es la creadora de la tira cómica Magola, con la que, desde hace más de 20 años, refleja la realidad de una ama de casa. Es una mujer muy tenaz. Entre nosotros no hay competencia, nos mostramos nuestros trabajos todos los días antes de enviarlos para publicar. Somos una especie de editor uno del otro.
—Turcios es muy premiado, ¿cómo lo consigue?
—Soy de los que más mando. Si quiero ganar la lotería, tengo que comprar tiques.
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