Yvonne, Princesa de Borgoña, de Witold Gombrowicz. Autor: Niurka Vizcaíno Publicado: 21/09/2017 | 06:39 pm
La más reciente semana de teatro polaco en La Habana, dentro de la quinta jornada de la cultura de ese país entre nosotros, trajo a escena las piezas El dorado (Reinaldo Montero en homenaje a Tadeusz Kantor, por la Compañía El Cuartel), El otro cuarto, de Zbigniew Herbert, e Yvonne, Princesa de Borgoña, de Witold Gombrowicz. Estas dos últimas montadas por Teatro El Público. Como la primera se trata de una reposición (cuyo estreno fue comentado en su momento desde estas páginas) nos referiremos al resto de las propuestas.
En El otro cuarto una pareja de jóvenes comparte un pequeño apartamento con una anciana moribunda, propietaria a la que solo conocemos por las constantes referencias de quienes desean su definitivo fallecimiento para quedar más cómodos y libres.
La situación, como se sabe universal, adquiere matices específicos en esta Isla, dados los conocidos problemas de vivienda que la afectan; en tal sentido, desde la habitual perspectiva del director Carlos Díaz y su grupo en tanto contextualizar cada referente que ada(o)ptan por muy alejado que estén (o lo parezcan) en tiempo y lugar, asistimos a una cubanización de esa pieza en la que el destacado dramaturgo y poeta de Polonia discursa en torno a la indiferencia ante el prójimo, el egoísmo y la ferocidad utilitaria; aquello de que «el fin justifica los medios».
Intentando desdramatizar la dureza y vileza del tema, Díaz y sus dos actores llenan la puesta de chistes (aludiendo, por ejemplo, a ciertos modos de hablar del cubano, la chabacanería y la vulgaridad) e incluso, de distanciamientos brechtianos, en los que los personajes se desdoblan y aluden a cuestiones personales de quienes los asumen, conversan con el auditorio, sirven café, etc.
Solo que tales recursos llegan a resultar excesivos y a afectar en algunos momento la diégesis que, sin embargo, se desarrolla mediante un creativo empleo del espacio (teatro arena, en los altos del recinto) y los elementos escenográficos, no menos imaginativos y funcionales.
Valga resaltar, ante todo, la eficaz labor de Lilliam Santiesteban y Yanier Palmero, transitando con precisión por los varios registros en que se mueve la pieza, si es que les perdonamos la excesiva proclividad a la «morcilla», a todas luces superflua.
Justamente Palmero acompaña al director de la compañía en sus funciones para el montaje de la otra obra: Yvonne, Princesa de Borgoña, de Witold Gombrowicz.
Del minimalismo anterior pasamos a la exuberancia y la copiosidad que caracterizan las puestas «en grande» de la compañía: en esta ocasión el ambiente cortesano permitió al significativo autor polaco, parafraseando y parodiando ciertas comedias shakesperianas, flagelar la desvalorización, la relatividad en los criterios estéticos, la hipocresía, los sentimientos negativos y las moralinas que, por supuesto, trascienden con mucho el intrigante ambiente «de palacio» mediante la historia de una joven fea, insignificante y muda con la cual el príncipe se casa por capricho. Yvonne, pasiva e indolente, despierta los remordimientos y los instintos más vergonzosos de su entorno, tales como la agresividad y el odio.
Aun cuando la obra data de principios del siglo pasado (Gombrowicz comenzó a escribirla en 1933 durante la enfermedad de su padre) y alude, como se ha dicho, a épocas muy anteriores, sus presupuestos siguen en pie: en esta primera pieza del célebre dramaturgo ya aparece la obsesión por lo que algunos de sus estudiosos han llamado «la anarquía ilimitada de la forma» que el escritor desarrollará a lo largo de toda su obra. Pero esta «primera piedra» fue decisiva, como el cimiento primigenio de su exitosa carrera: Yvonne… se considera su obra más popular y la más representada en el mundo entero.
Todo ello entronca a la perfección con la estética de El Público que nos ofrece otra de sus deslumbrantes puestas en la cual la inversión de roles, los tributos al teatro del absurdo, el travestismo, la deliberada obscenidad para zaherir determinadas realidades, la expresividad del vestuario como eficaz elemento dramático y la excelencia actoral (histriones que ensayan diversas tonalidades para sumarse a la plataforma paródica del texto) suman una recordable versión, que afortunadamente queda en el repertorio del grupo (estará en cartelera en la sede habitual, el Trianón, hasta noviembre en los horarios habituales), más allá de la Jornada de la Cultura polaca en la que se insertó como uno de sus «platos fuertes».