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Antigüedad y mitología empaquetadas por Hollywood

El cine Yara programa, del 11 al 18 de agosto, esta superproducción de aventuras fantásticas Gods of Egypt (Los dioses de Egipto, 2015)

Autor:

Joel del Río

Es probable que una buena parte de los jóvenes cubanos, virtuales destinatarios de Gods of Egypt (Los dioses de Egipto, 2015) ya la vieran en sus computadoras personales (vía paquete) o en Multivisión, el canal empeñado en una enloquecida carrera por adelantarse no solo a los estrenos del Icaic, sino a todos los otros canales y programas, independientemente de la coherencia o el propósito cultural de cada uno. Sin embargo, el cine Yara programa, del 11 al 18 de agosto, esta superproducción de aventuras fantásticas, y quizá esta sea buena ocasión para disfrutar de espectaculares peripecias en el soporte para el cual fueron concebidas: una pantalla miles de veces mayor que cualquier PC, tablet o teléfono.

Si tienen suerte con el aire acondicionado, y la proyección de la copia alcanza la calidad mínima deseable, en el Yara los de menor edad tal vez puedan recrearse con el brillo y la grandilocuencia, la incesante cadena de acción física y los cataclismos que propone esta nueva vuelta de tuerca al género híbrido de la aventura fantástica. Luego de sobrexplotar en el mercado audiovisual las hazañas de superhéroes modernos estilo Batman, Spiderman, los X-Men o el reciclado Superman, Hollywood intentó reactivar el pretérito legendario proveniente de la antigüedad grecolatina y judeo-cristiana, de modo que se garantice la magnificencia del espectáculo épico, capaz de reavivar mitológicos héroes, y desplegar al máximo la parafernalia de efectos especiales generados en computadora.

Buena memoria es algo que nunca les falta a los productores norteamericanos más avezados, y casi todos recuerdan que en los años 50, cuando el avance de la televisión amenazaba la popularidad de las salas de cine, se ganaron el respaldo del público algunas superproducciones más o menos históricas en la línea de Ben Hur, Los diez mandamientos, Espartaco o Cleopatra. Cincuenta años después, se repite la propensión, y al tremendo éxito de Gladiador (2000) y Troya (2004), muy pronto se añade el aderezo fabuloso de la mitología en las desembozadamente fantásticas 300 (2007) y su secuela 300: Rise of an Empire (2013), 10 000 B.C. (2007), Beowulf (2007), Furia de titanes (2010), Inmortales (2011), Thor (2011), Exodus (2014), Noé (2014) y los dos Hércules de 2014, entre varias otras.

Fustigada por la mayor parte de los críticos estadounidenses, Los dioses de Egipto fue acusada de extremo infantilismo, oportunismo temático y genérico (habida cuenta de la cantidad de filmes similares y recientes), racismo (por el blanqueado intencional de los dioses imaginados por una poderosa nación de seres cobrizos) y hasta machismo (por el paupérrimo desarrollo de sus muy accesorios personajes femeninos). Todo eso sin contar el pobre diseño de todos los caracteres, incluso para un filme de aventuras fantásticas, pues los tres protagonistas masculinos, aunque los interpretan actores medianamente capaces: Gerard Butler (300, El fantasma de la ópera), Nikolaj Coster-Waldau (Juego de tronos) y Brenton Thwaites (Maléfica) parecen extraídos de un juego de video donde solo importan la meta y las habilidades para llegar a ella, con absolutamente ningún relieve sicológico o humanístico.

El grandioso enfrentamiento entre el bien y el mal, que el filme traduce mediante la contienda entre Seth y Horus, símbolos respectivos del caos y el desierto o el orden y la prosperidad, se convierte en excusa para el ostentoso despliegue de cierta ampulosidad visual, que intenta disimular la atropellada sucesión de dioses volantes y refulgentes, catástrofes que confunden, prosopopeyas maléficas o celestiales, y monstruos legendarios como el gusano gigantesco de las tinieblas, el infernal Anubis o La Esfinge. Y todo ello se verifica en un tono demasiado serio, sin la más mínima gota de gracia ni de ironía, al punto de que alguien pudiera echar de menos aquellos amables disparates de aquel elversionado por la Factoría Disney. Nadie pretendería aprender de mitología griega mediante aquel animado, pero por lo menos resultaba divertidísimo.

Y no es que Los dioses de Egipto sea imposible de ver ni pesadísima. A ratos puede hasta seducir al espectador sediento de espectacularidad y ávido de salidas evasivas. Sin embargo, creo que incluso tal espectador puede convenir en que se trata de una experiencia sensorial olvidable y fútil, superficialmente placentera y todo el tiempo ocupada en banalizar, entre estruendo, vuelo, combates y brillosos tonos dorados, ciertos mitos originarios que alentaron el desarrollo de la civilización, y ungieron a todos los sistemas culturales, ideológicos y sociales que en el mundo han sido. Porque el filme cuenta, al igual que buena parte de las epopeyas nacionalistas, la historia de un héroe que intenta salvar un país e imponer la justicia, al tiempo que trata de rescatar de entre los muertos a su gran amor.

Nacido en Egipto, criado en Australia (donde fue filmada mayormente Los dioses de Egipto), y llegado al cine por la vía expedita del video musical, Alex Proyas destacó en filmes fundados en las más oscuras fantasías y góticos ambientes como El cuervo (1994), Dark City (1998) y la presuntuosa Yo, robot (2004) que pirateaba, sin pudor, algunos elementos esenciales de la obra de Isaac Asimov. Recientemente, Proyas utilizó las redes sociales para defender su película —considerada también uno de los grandes fracasos comerciales de los últimos tiempos— e insultó a los críticos que lapidaron la superproducción de 14 millones de presupuesto, llamándolos buitres, parásitos y estúpidos, dinosaurios en vías de extinción, gente incapaz de ejercer una opinión propia, y de apartarse de los datos de recaudación en taquilla, porque solo tratan de sintonizar su criterio con el gusto de las mayorías.

Los antiguos mitos alimentados por el cine pudieran, y hasta debieran, exaltar los valores fundamentales que le dieron sentido a ciertas matrices identitarias transmitidas de generación en generación, a través de los siglos, y así recrear las pautas y valores culturales de cada civilización. Sin embargo, por encima de tales objetivos, predomina la presunción de algunos productores y realizadores de Hollywood, que intentan fomentar el infantilismo del público, y sus deseos de sostener cierta inercia intelectual a través del entretenimiento fácil.

Y si uno sabe de lo que va el negocio, y lo asume, y está consciente de que solo puede disfrutar del filme si desciende hasta valores bajo cero sus estándares de apreciación estética, y pone en posición «descanso» la mayor parte de las neuronas, el pensamiento y la lógica, pues a lo mejor hasta pasa un buen rato con Los dioses de Egipto, sabiendo que se trata del efecto y nunca de la causa, fenómeno y jamás esencia. Este es un tipo de cine desvinculado de toda realidad o conflicto, y muy orgulloso de su rechazo a cualquier preocupación que transmita un mínimo calado ético, social, filosófico o estético.

El problema grande, preocupante, aparece cuando este tipo de cine o espacio televisual, simplista y evasivo, impone un gusto restrictivo, y constituye la mercadería preferida y exclusiva del público.

Habría que revisar, discutir, polemizar sin descanso, interpretar señales y tendencias del audiovisual contemporáneo en su verdadero peso específico, artístico y cultural, porque me parece que la hiperpromoción de ciertos productos, «sinflictivos» y agradables, pudiera hacer que continuáramos extraviados en la búsqueda de un espectador más culto y sagaz. Y conste que no me refiero a la programación del Icaic, que promueve cuatro, cinco o diez títulos de mediana o alta calidad por cada estreno tipo Los dioses de Egipto, esta fantasía de medio pelo que también debe ser programada, y promocionada, pero entre opciones diversas y, por supuesto, mejores.

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