El reconocido pianista, cantante y compositor cubano, Ignacio Jacinto Villa y Fernández. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:56 pm
Hoy se cumplen 43 años de la desaparición física del reconocido pianista, cantante y compositor cubano, Ignacio Jacinto Villa y Fernández, más conocido como «Bola de Nieve», quien cautivó diversos públicos en América, Europa y Asia.
La fascinación que este versátil cantor causaba ha motivado la admiración y el respeto de numerosos artistas e intelectuales.
Escritores como Rafael Alberti, Alejo Carpentier, Efraín Huerta, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y cantantes como María Grever, Agustín Lara, Rita Montaner y Miguel del Prado compartieron escena con este gran músico, considerado una de las tremendas y entrañables leyendas de cubanía.
Juventud Rebelde invita a recordar pasajes de su vida a través de fotografías publicadas en los medios de prensa.
Ignacio Jacinto Villa y Fernández nació el 11 de septiembre de 1911 en la Villa de Guanabacoa, La Habana. Este gran músico creció en un entorno familiar singular: Domingo Villa, su padre, cocinero de profesión; su madre Inés Fernández, negra cuentera, organizadora de fiestas y capaz de bailar la mejor rumba de cajón o de toque de Yemayá. Su infancia transcurre en el mundo de plantes, santería, música y danzas en las fiestas de bembé.
Con estas influencias, alentado por su tía-abuela Tomasa «Mamaquica», a los 12 años comienza estudios de solfeo y teoría de la música con el destacado maestro Gerardo Guache. Después inició el aprendizaje del piano en el Conservatorio de José Mateu, pero las dificultades económicas en el hogar, lo llevan poco tiempo después a tocar el piano en las tandas de películas silentes del cine Carral de su ciudad natal, para ganar su sustento y ayudar a la familia. También para ganarse la vida se integra a la Orquesta de Gilberto Valdés y durante varios años laboró como pianista acompañante de varios cantantes.
Un día Rita Montaner lo escuchó e impresionada por su técnica pianística le propuso que fuera su pianista acompañante exclusivo. Invitado por ella, Ignacio Villa realizó su primer viaje al exterior: México. El talento y simpatía que inspiró en la genial intérprete hace que le encaje el apodo: Un negrito gordo de sonrisa reluciente solo puede llamarse Bola de Nieve, e hizo que pusieran en el cartel de presentación en la ciudad Azteca: «Rita Montaner y Bola de Nieve».
Bola acompañó al piano a Montaner durante 18 años. Sobre ella le contó al cineasta Octavio Cortázar: «Mi gran bautismo teatral se logra en el Politeatro de México en 1933 al quedar ronca Rita Montaner. Entonces ella me expresa: «Bueno, tú no dices que eres artista, pues sal y canta entonces». Me pusieron una guarachera y un micrófono grande y yo salí nerviosísimo, no sabía qué iba hacer. A la gente le hizo mucha gracia y se puso de pie y yo sin hacer na`. Aturdido canté Vito Manué tu no sabe inglé. Me aplaudieron muchísimo, y fue un gran éxito».
Este suceso fue calificado por Bola como su segundo nacimiento, cuando con solo 22 años se presentó ante unos 4000 espectadores, que lo aplaudieron y bautizaron como «la voz con alma».
Bola tocó el piano en teatros habaneros y mexicanos. A su regreso a Ciudad México, tras una gira por Estados Unidos en unión de la propia Rita y de los cantantes Pedro Vargas, Enriqueta Faubert y las Hermanas Campos, entró en contacto profesional con Ernesto Lecuona en 1934.
A su regreso a Cuba, bajo contrato exclusivo del maestro Lecuona, se presenta a dos pianos con el reconocido artista en el teatro Campoamor y en el Teatro Principal de la Comedia.
Bola junto a Rita Montaner y personalidades del arte argentino.
A lo largo de su vida artística cultivó admiradores y amigos por doquier. Su vida transcurrió de escenario en escenario.
Ignacio Villa no se consideraba un compositor, sin embargo dejó hermosas canciones que destacan por el buen gusto de sus textos y en las que se aprecia en lo formal su apego al cancionero tradicional cubano. Entre ellas sobresalen: No dejes que te olvide, Si me pudieras querer y Arroyito de mi casa.
En una entrevista expresó:
«Escojo por placer las canciones que interpreto. Cuando me gusta una canción la estudio hasta averiguar todos los rincones que pueda tener en su letra y en su música. Muy de tarde en tarde lanzo una canción, y cuando lo hago ya es mía para siempre.»
«Cuando la canción que yo canto me gusta más en otra voz, la saco de mi repertorio, que no es tan amplio. Tengo esa pretensión, un poquito petulante.»
«Siempre he dicho que yo no canto, sino que expreso lo que las canciones, pregones o poemas musicalizados tienen dentro. Cultivo la expresión más que la impresión. No me interesa impresionar. Lo que me interesa es tocar la sensibilidad del que escucha».
Bola no fue un excelente cantante pero era capaz de adueñarse del auditorio cuando sus dedos se posesionaban del teclado. Además se conocía a sí mismo, nunca imitó ni emuló con otros intérpretes, con su voz áspera y ronca le imprimía a la canción los arpegios y acordes que cada intención demandaba.
Como manifestó a lo largo de su vida lo suyo era decir la canción, ser la canción que canta. Su magnetismo y embrujo radica en comunicar su mensaje de forma ingeniosa como los viejos cuenteros.
En sus interpretaciones se mezclaba con el público, hablaba, hacia chistes, comentaba todo lo imaginable y a veces entonaba antiguas historias , en las que aparecían personajes que incorporaba con maestría. Como recursos expresivos utilizaba por igual la melodía, el ritmo, los efectos y el mensaje de los textos, con esos elementos le imprimía fuerza a todo lo que ejecutaba.
Bola le prestó a Nicolás Guillén la entonación que el poeta soñó para sus Motivos de son. Guillén, uno de sus más queridos amigos, definió magistralmente el carisma y el hechizo del versátil cantor cuando en su último adiós expresó: «Bola quedará en la historia y lo que es más poético, en la leyenda, allí donde la historia sea impotente para explicárnoslo. »
Y es que a su juicio Bola fue único e irrepetible, tanto en su ejecución pianística tan cubana y cervantina, como en su interpretación llena de matices y sonoridades, heredadas del acervo musical de su Guanabacoa natal, preñada de tambores y sonajeros que le impregnaron a sus canciones acentos percusivos que le daban a su estilo de decir la canción, gracia peculiar y un dramatismo histriónico que fue sello de su hacer personal.
También otro genio de la música, Harold Gramatges, reconoció su talento: «Su auténtica musicalidad, su amplia cultura y una gracia sin medida hacen de él un personaje singular dentro del arte que cultiva. Así lo ha reconocido el público de América, Europa, Asia. Por eso es universal nuestro cubanísimo Bola.»
La soprano Esther Borja estableció con el Bola una estrecha amistad y compartió escenario en teatros, cabaret y emisoras de radio en Argentina, durante la primera gira de Villa a esta nación.
Borja aseguraba que era un artista intuitivo: «hay ciertos individuos que nacen con algo genial. Él era muy observador, muy amante del teatro, de la literatura, de la pintura, y eso es muy beneficioso para el artista, para la formación de su personalidad».
Bola no dudó en cantar lo que le gustaba, cuanta letra y música se acercara a su sensibilidad viniera de donde viniera, y casi en cualquier idioma.
Cuando Ignacio Villa visitó París por primera vez en 1951, durante su primera gira a Francia fue aclamado en la exclusiva boîte Chez Florence, de la capital. Después continuó yendo a ese sitio hasta 1958, donde Edith Piaf al escuchar sus interpretaciones comentó: «Nadie canta La vie en rose como él».
Villa propició en 1965 el debut de la cantautora Teresita Fernández —«la única guajira que soporto con una guitarra en la mano»— en el restaurante Monseñor, su último cuartel general, por esos días rebautizado Chez Bola tras su restauración.
También compartió escenario con compositores de la talla de María Grever, Vicente Garrido, Agustín Lara y Miguel Prado.
Durante 1957, se presentó en Niza, Roma, Venecia y Milán con gran éxito.
Antes realizó giras artísticas por Chile, Perú, España, Dinamarca y Estados Unidos, donde en su segundo viaje canta junto a Paul Robeson, Lena Horne y Libertad Lamarque. Durante un concierto de música cubana ofrecido en el Carnegie Hall de Nueva York el público le tributó una ovación cerrada sin haber tocado aún, y después que lo hizo, tuvo que salir nueve veces al escenario.
Entre los numerosos admirafores de su quehacer artístico destacan Rafael Alberti, Alejo carpentier, Alfonso Reyes y Pablo Neruda, quien afirmó: «Bola de Nieve se casó con la música y vive con ella en esa intimidad llena de pianos y cascabeles, tirándose por la cabeza los teclados del cielo.Viva su alegría terrestre Salud a su corazón sonoro».
Bola sentía un afecto muy especial por Cuba, su apoyo a la Revolución Cubana y el significado de la gesta quedaron registradas en una de sus últimas entrevistas para el periódico Granma, días antes de su sorpresiva muerte ocurrida en la madrugada del 2 de octubre de 1971 en México, a su paso rumbo a Lima donde recibiría un homenaje.
En aquel diálogo expresaría:
«Yo soy cubano, soy fidelista. Mi mamá fue comunista pero yo nunca había leído un libro sobre marxismo». Entonces al ser interrogado acerca de su definitivo regreso a la patria, luego de su liberación, respondió:
-«Yo era así, como te digo, pero cuando volví a Cuba me di cuenta que la Revolución era lo que yo siempre había soñado».
-«Si uno pudiera morirse de satisfacción , yo me hubiera muerto en Madrid cuando el público se levantó y comenzó a dar vivas a Cuba. Fue un momento que nunca podré olvidar».
Su amor por su tierra lo ratificaría a la prensa en otra ocasión: «Yo quiero que me entierren en Guanabacoa».
Sus restos fueron trasladado a Cuba y el 5 de octubre de 1971, un numeroso público y las más altas personalidades artísticas y políticas lo acompañaron hasta el pequeño cementerio de su villa natal. Su gran amigo y admirador poeta Nicolás Guillén apuntó proféticas palabras:
«…Triunfador será como siempre lo veremos, Bola con su piano, Bola con su frac… Bola con su sonrisa y su canción».
Una escultura en cera a tamaño natural del célebre Bola de Nieve forma parte de la muestra expositiva del Museo de Cera, enclavado en Bayamo, ciudad capital de la suroriental provincia de Granma.
La pieza, obra de Rafael Barrios y sus hijos Leander y Rafael, presenta al destacado cantante y compositor sentado junto al piano, y muestra al público la magia habitual de su sonrisa y su peculiar estilo interpretativo que sigue cautivando a quienes escuchan sus discos.
Fuentes: