Pianista cubano Frank Fernández. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 05:46 pm
Cuando acaba de cumplir 70 años de vida, de ellos 55 dedicados por completo a la música, el maestro Frank Fernández se niega a asociar la palabra «temor» al miedo, a «esa adrenalina inmovilizante», pero sí tiene, admite, una queja, y se explica: «Cuando trataba de explicarle esto con muchas palabras a un amigo, él me dijo: “Sí, yo te entiendo: el problema tuyo no es miedo a la muerte, sino disgusto porque haya que estar tanto tiempo muerto”. Y eso sí lo siento».
«Junto a ese disgusto, con esa protesta de por qué uno tiene que quedarse tanto tiempo del “lado de allá”, me acompaña la preocupación de que no me alcance la vida útil para realizar tantas ideas, tantos sonidos, tanto amor que quiero regalar a la gente..., pero “ni modo”, como dicen los mexicanos. Es inexorable, por tanto, lo mejor es no estar pensando mucho en eso, y trabajar cada minuto». Y no solo lo piensa, sino que lo pone en práctica, al punto de que no se detiene ni un segundo para ultimar detalles del próximo XI Festival de Música de Cámara, que se inicia este martes.
—Maestro, ¿por qué alguien con una carrera que le exige tanta dedicación y tiempo, decide aceptar la presidencia de un festival de este tipo?
—Aunque se ha hablado poco sobre esa faceta de mi vida, desde muy joven he sido un promotor cultural. Si pasas rapidito lista, verías que fui director artístico de tres festivales mundiales de la juventud y los estudiantes, por ejemplo. ¿Tú sabes lo que significa coordinar la parte cultural de tres eventos de esa envergadura? Eso de ayudar a los demás estuvo presente en los primeros momentos de la Nueva Trova... Yo fui prácticamente el arreglista de casi todos. Ahí están La victoria, de Sara; Preludio, de Silvio; el primer arreglo de Amaury Pérez... Esa actitud, incluida la enseñanza, a la cual le ofrecí más de 20 años de mi existencia impartiendo clases, expresa mi interés en tratar de colaborar, además de con mi obra y mi participación, con los otros artistas, ofreciéndoles la ayuda que yo no tuve.
«Cierto que encontré el entusiasmo de mucha gente en mi Mayarí natal, pero no sucedió igual cuando vine para la capital, donde me vi obligado a presentarme a un programa de aficionados para buscar “fortuna”, pues no tuve padrinos. No podía detenerme: había hecho el compromiso con mi madre de dedicarme por completo y por siempre a la música. Y, a pesar de ello, a mí me complace ayudar; algo que no hacen muchos porque, como mínimo, exige no poco tiempo hacer algo medianamente bien. No obstante, alguien debe ocuparse de los demás.
«Este Festival de Música de Cámara, que lleva 11 años y es bienal, no había conseguido suficiente promoción. El año pasado, cuando me pidieron que lo presidiera, aunque muchas personas cercanas me dijeron que lo pensara bien, acepté. Nunca he querido ser dirigente de nada, pero sí me encanta la promoción cultural, aunque me ha costado todo lo caro que te puedas imaginar.
«Sucede que mientras ayudas, eres el padre, la madre, el tío..., de quien apoyas; pero cuando esa persona o asunto toma vuelo, aparece una necesidad, como los hijos en la adolescencia, de apartarse del abrigo y el calor, de la sobreprotección del hogar, y ahí vienen las ingratitudes. No lo niego: resulta un poquito doloroso, pero cuando tú ves un pedacito de los logros de esa persona, de ese festival, aunque no te lo reconozcan, aunque borren tu nombre de algún currículo o biografía o carteles (ocurre, ha ocurrido y ocurrirá), te dices: no importa que no me lo reconozcan, ahí hay un pedazo de mi alma, un pedazo de mi vida, y sin mí esa realización no hubiera sido posible. Eso me da mucha felicidad».
—¿Habrá sido esto último el motivo por el cual abandonó la enseñanza, aun cuando decir escuela contemporánea cubana de piano lleve a decir Frank Fernández?
—Primero quiero aclarar que lo que acabas de decir no es un invento mío, sino que empezó en Rusia. Fue allá donde se dijo que Frank era el creador de la escuela contemporánea. Mas, siempre lo he afirmado y me he encargado de repetirlo: que la escuela cubana de piano comenzó con Cervantes y se desarrolló gracias a muchos otros nombres, imprescindibles en la pedagogía de este instrumento: Lecuona, Saumell, Ruiz Espadero, Jorge Bolet, Ivette Hernández, Zenaida Manfugaz, Margot Rojas... Sin embargo, ninguno de ellos, por diferentes razones, logró que sus alumnos obtuviesen premios internacionales desde Cuba, pues todos los laureados anteriores habíamos estudiado en Estados Unidos o en Europa.
«Esa realidad cambió conmigo, desde mi clase, con mis alumnos, a partir de esa etapa en que regresé en el año 71, cuando me sentí que debía transmitir lo que había aprendido. Fueron más de dos décadas de enseñanza, casi el mismo tiempo que llevo sin hacerlo. No obstante, creo que no he abandonado nunca la enseñanza, pues ella está presente también cuando hago una orquestación, ofrezco una clase magistral (la he dictado hasta en el Conservatorio Tchaikovsky, de Moscú, donde con alumnos rusos trabajé los cinco conciertos de Beethoven, convirtiéndome en el primer latinoamericano que lo conseguía) o cuando escucho a discípulos de otros profesores que van a festivales... Lo que sí dejé, sobre todo por la ingratitud de los hombres, y de las mujeres (sí, porque ahora está de moda precisar), el trabajo docente bajo techo académico».
—Volvamos al festival, que se inaugurará el día 25, a las 6:00 p.m., en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís...
—Efectivamente. Comenzará con un concierto dedicado a mi 70 cumpleaños. Y la gente me pregunta: pero si es un homenaje, ¿cómo es que tocarás en este? Muy sencillo: lo mejor que puede hacer un artista a esa edad es probarse, no como una demostración de alarde, sino como realización. Nada me da mayor felicidad que hacer música.
«En la primera parte recibiré con mucha alegría a intérpretes muy jóvenes que defenderán obras compuestas por mí. En la segunda, me daré un gustazo muy grande, porque la música de cámara me fascina por su complejidad. Y es que no es suficiente con ser un destacado solista, sino también requiere que seas un acompañante sobresaliente. Ambas cosas demandan talento, sacrificio, dedicación, humildad ante la música. Pues bien, me daré el gustazo, repito, de hacer uno de los quintetos más importantes de todas las épocas: el Quinteto de Schubert, conocido como La trucha. Esa es la gran pieza que voy a tratar de tocar, y espero que todo el que quiera rendir un pequeño tributo a la obra de mi vida, que esté allí, en la Basílica, a las 6:00 p.m.
«Pero ese es solo el comienzo del festival, que se efectuará del 25 al 29 de marzo. Serán cinco días de conciertos que se televisarán prácticamente en vivo, gracias a la presidencia del Icrt, que sigue apostando por mejorar la programación del medio, y a la Oficina del Historiador de La Habana, la cual ha contribuido con la logística para que sea posible. Habrá filmaciones en San Francisco de Paula, San Felipe Neri, y una clase magistral que se impartirá en la sala Cervantes.
«Este será un festival ecuménico, diverso, porque hay que acabar con las torpezas culturales y los cacicazgos, con las cerrazones demagógicas y llenas de ignorancia. Tendremos un festival de la mejor música de cámara que se haya creado en cualquier lugar del mundo».
—Usted ha sido dichoso al tener la facilidad de hacer, al mismo tiempo, varias cosas muy bien en el arte...
—Estará feo decirlo, pero es la verdad. Cuando decidí producir discos me salió A Bayamo en coche, Días y flores, Rabo de nube, Celina, Frank y Adalberto, o aquel álbum precioso de Omara Portuondo, Omara canta son; cuando enseñaba no fueron pocos los logros. También se me da bien la composición, y si toco es lo que más se destaca de mí internacionalmente... Como esa facilidad puede ser un bumerán para el desarrollo individual, decidí priorizar dentro de mi carrera el concertismo —ser intérprete y pianista— y la composición. Creo que al final no me ha ido tan mal (sonríe).
—Desde su experiencia, en estos tiempos en que se reordena económicamente el país, ¿cómo se debe tratar la cultura?
—Mira, hace falta que acabemos de afincar algunas cosas, como la economía. Estoy totalmente de acuerdo con que es impostergable; pero, cuidado, sin aplastar ni un pedacito de la cultura. Debemos desarrollar la economía, pero hay que seguir manteniendo, por ejemplo (sé que existe una preocupación total por preservar la cultura), la entrada a las becas de las escuelas de arte, la reconstrucción de algunos teatros como el Amadeo Roldán, que es la cara de la música cubana y está otra vez paralizado... Sé que es muy fácil criticar, sugerir, que lo difícil es hacer. Pero yo he tratado de hacer mi pedacito desde que nací. Sin embargo, estoy convencido de que la cultura ha de ser mirada cada vez más de cerca, porque ella es esencia de la nacionalidad, y un país que pierda una parte de su nacionalidad es más proclive a ser colonizado. Ya se sabe: embrutece y vencerás, desinforma y conquistarás; un país que se deje rasgar su identidad cultural es un país peligrosamente colonizable. Y mira, aunque estoy de acuerdo con Marx cuando expresó que el hombre antes de pensar en política, pensó en comer (yo entiendo, no soy imbécil), ojo, mucho ojo, con el estómago. A veces las digestiones muy fuertes exigen demasiada sangre, y ello aflojando el cerebro.