Valladares ha labrado un camino muy personal en la orfebrería. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:33 pm
Cuando uno se acerca a una pieza escultórica o de orfebrería de Alberto Valladares, junto al placer que provoca en los sentidos la consonancia entre un concepto y una imagen depurados, salta a la vista la contemporaneidad. Vivir en su tiempo y mirar más allá, experimentar con las formas más atrevidas, huir de lo convencional, jugar con el arte y los materiales, contrastar lo diverso, son características que emergen al contacto con sus trabajos que, sin duda, nos regalan el mejor sueño.
Las manos son la primera herramienta. El destello de los ojos se proyecta en ellas y al contacto con la materia surge la obra de arte.
Alberto Valladares (La Habana, 1962), quien en los últimos tiempos ha labrado un camino muy personal en la orfebrería, el cual le ha aportado no pocos lauros —como el de la Feria Internacional de Artesanía Fiart 2012 en la categoría Obra—, transforma los metales, y en particular la plata, en un original muestrario de formas que tienen mucho de la realidad circundante y también de las interioridades de la abstracción.
Formas ligeras, ágiles líneas, diseños atrevidos y hasta futuristas adornan sus trabajos. En sus manos —esas que en realidad hablan por él, endurecidas por el diario forjar—, el oro, la plata y otros metales preciosos o no cobran casi calor humano. Cada joya suya parece vivir y respirar, a tal punto que los seres más sensibles pueden llegar a entablar una silenciosa comunicación con el pedazo de cuerpo que la atesora.
Cuando llegó la danza
Pero un día encontró la danza, y en particular el ballet clásico, en su quehacer cotidiano con el metal. Y su firma acompaña destacadas creaciones donde la plata, el bronce, alpaca, hierro, mármol negro, verde y de Carrara, ágata… se han convertido en arte de altos quilates.
Con esta temática y bajo el título de Palpitar, inauguró recientemente en el vestíbulo del Teatro Nacional de la capital cubana una exposición dedicada al aniversario 65 del Ballet Nacional de Cuba (BNC) y al aniversario 70 del debut de Alicia Alonso en el rol de Giselle. Hoy miércoles, a las 4:00 p.m., en la Casa de la Orfebrería, reinaugura la muestra que está auspiciada por el Consulado General de Mónaco y el BNC.
La danza, hecha bailarinas, es interpretada de manera personal en originales y magníficas versiones, que conjugan la maestría del creador en piezas donde reúne el espíritu lírico del clasicismo del ballet y la fuerza telúrica de la orfebrería (donde el fuego y el martillo abren caminos). La ligereza del gesto, el ritmo del cuerpo, el lirismo de una melodía que transforma el movimiento, han sido traducidos a la plata, el cobre, las piedras preciosas… en obras únicas que representan, al mismo tiempo, la glorificación del cuerpo y la fugacidad aérea del espíritu, esos que Valladares recrea en piel de metal para la eternidad.
Del ballet clásico extrae ejemplos para fundir con sus sueños: Giselle puede «danzar» desde su diestra mano con formas elocuentes, Coppelia es una mágica espiral de giros hacia el infinito bailando al ritmo intenso de su creatividad, mientras que Don Quijote y Kitri recrean el espíritu del amor con un corazón de metal para dos… Su creatividad no tiene límites. Y sus joyas se inspiran de ballets donde Alicia dejó huellas indelebles.
En esta muestra, el creador invitó a una artista del lente, Nancy Reyes, una especialista en la fotografía de danza, para dialogar. Así, muchas de las piezas están recreadas de momentos del ballet, y otras son inspiraciones donde él, cual «coreógrafo de formas», viste en el metal a los bailarines de diversos personajes para decir en otra dimensión artística.
«Hoy me estoy inspirando del mundo del movimiento, de la danza, y no hay dudas de que ver bailar a Alicia me tocó muy adentro», refirió Alberto Valladares. Es como un diálogo interno donde se debaten realidad-irrealidad, figuración-abstracción y tantas ideas, sueños, imaginaciones que luego moldea en el taller. En estos tiempos hace muchas esculturas, compartiendo el espacio con la joyería. Porque nunca olvida aquellas pequeñas obras de arte escapadas de sus manos de joyero que le enseñaron el camino en los metales. Aunque recuerda con mucho cariño las piezas de papier maché por donde se inició en la artesanía. «Vivo en un lugar que tiene la impronta de Antonia Eiriz, en el aire se respiraba esta manifestación. Más tarde trabajé la talla en madera, aprendí la técnica, hasta que toqué el metal, quedé enamorado por la joyería. Sentí que era lo mío».
Ha sido un camino de mucho estudio y trabajo, de búsqueda, conocimiento para acercarse a las técnicas. Con orfebres de otros países conoció el trabajo con las piedras preciosas. Aprendió a dominar el grabado en la joyería con su maestro Urrutia, y en 1996 se sentía ya cómodo para empezar a trabajar con galerías. Su primera muestra personal fue en Fiart 2003, y su obra Lidia, en plata, fue seleccionada para concursar por los Premios Unesco. A partir de ahí la suerte estaría echada: obtuvo una mención en Fiart 2010 y el máximo galardón en la Feria del 2012.
Pero su sello se va perfilando en la estética del ballet y la danza que se trenzan con sus metales, en una simbiosis mágica, inspirado en esa gran bailarina cubana que en el tiempo ha sumado nombres al vestirlos desde el movimiento. Responde al de Alicia, y también al de Giselle, Carmen, Odette, Odile, Kitri, Dido… Las huellas artísticas dejadas en el camino, vibran en consonancia con estas creaciones de Valladares que exhalan una sinfonía de gestos, poses y elementos de un arte ahora eternizado también en armadura de metal.