Delis es quisquilloso con cada creación suya, y prefiere dejarlas reposar hasta complacer al lector que lleva dentro. Autor: Osviel Castro Medel Publicado: 21/09/2017 | 05:13 pm
JIGUANÍ, Granma.— Si usted quiere asombrarse con una novela real desemboque en la historia de Delis Gamboa Cobiella, un reconocido escritor nacido en marzo de 1976, que en su juventud temprana se graduó en el municipio de Río Cauto, en una especialidad alejada del mundo de las letras: ¡técnico de nivel medio en Mantenimiento Eléctrico Industrial!
Si ese detalle no lo (la) sorprendiera, sepa entonces que este creador llegó a trabajar, en los tiempos del período especial, como custodio nocturno en una tintorería de Jiguaní, y que aprovechaba sus noches de guardia para armar apasionadas tertulias literarias, aún hoy recordadas en este poblado.
Si tampoco eso le impresionara, advierta que Delis nació y creció en una casita situada en una loma entre cafetales inmensos de la Sierra Maestra, específicamente en Santa Úrsula, a decenas de kilómetros de Guisa, y donde le pronosticaron prematuramente que se iba a volver loco de tantas lecturas y «borracheras» de libros.
«Yo leía muchísimo; incluso, por eso, varios familiares y amigos se burlaban de mí. Tanto en Santa Úrsula como en El Faldón, para donde nos mudamos después, decían que no podía estar bien de la cabeza», recuerda con una leve sonrisa este intelectual, ganador de una docena de premios nacionales y autor de tres excelentes libros (Los cuentos: El agua en el agua y El ritual de los perros; de 2002 y 2004, respectivamente; y la noveleta La rifa, de 2010).
Ese sano vicio de lectura, que acrecentó en el politécnico de Río Cauto y en el poblado de Jiguaní, adonde se instaló finalmente, lo llevó a conocer a Carlos Casasayas Comas, un veterano novelista de estilo barroco nacido en 1926 y quien se convertiría en su mentor literario.
«Lo conocí en 1993 en una cola para comprar ajiaco. Yo estaba estudiando aquella carrera de electricidad que había cogido para no quedarme en blanco y me encontraba de pase en Jiguaní. Cuando supo de mis inquietudes, me dijo inmediatamente: “escribe algo y tráelo por casa”.
«Así nació mi primer cuento. Luego me prestó varias obras, vinieron sus consejos y recomendaciones, los talleres… y empezaron a surgir otros textos en prosa», cuenta este miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, graduado en Ciencias Humanísticas.
Dos años después de aquel encuentro con Casasayas, Delis ya empezaba a cosechar sus primeros premios en narrativa, y en 1999 ganaba una beca de creación para el Centro Nacional de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. «No puedo olvidar esa época por lo que significó para mí, por las lecciones de Francisco López Sacha, Eduardo Heras León e Ivonne Galeano. Allí aprendí y crecí».
Antes Delis había sido, cuando era custodio en la mencionada tintorería, uno de los fundadores del grupo Hacedor, de Jiguaní, en el que también convergieron escritores como Yunier Riquenes García, Enrique Hernández Vázquez, Ángel Julio Vázquez Mendoza y Alexey Mendoza Quintero, entre otros. «Llegamos a tener un boletín, a reunirnos semanalmente para leernos nuestros materiales, a hacernos críticas. Queríamos ser más que “talleristas” porque el objetivo era mejorar».
Y mejoraron a tal punto que algunos, como el propio Gamboa, publicaron cuentos en distintas antologías y revistas de Cuba, Argentina e Italia.
Ese grupo de creación instalado en un municipio no cabecera demostró que el llevado y traído fatalismo geográfico puede quebrarse si existe el talento. Y que a veces, como acota él, «la distancia de los centros de poder de decisión y de las grandes instituciones culturales se convierte en un acicate porque tienes que echar el alma en cada letra que escribes y porque potencia todas las capacidades para la creación».
Acaso por esos aguijonazos para su obra, en 2004 comenzó a escribir poesía, con la que también conseguiría varios premios. Sin embargo, Delis Gamboa (actualmente profesor-instructor de la Casa de Cultura de Jiguaní) prefiere que lo nombren narrador antes que poeta. Con esa presentación llegó a la Feria del Libro de República Dominicana en 2005, tres años antes de obtener su título universitario.
No obstante, en ambas vertientes gusta «dejar reposar lo que escribo, no me apuro, soy quisquilloso en cada creación hasta quedar complacido con el lector que llevo dentro; tampoco me domina la ambición de publicar a toda costa».
Gracias a tal paciencia tiene una novela terminada de más de 200 páginas, Los mataperros, que está por publicarse y en la que cuenta, con tintes psicológicos, la muerte de un muchacho en Angola que resultaba referente para los contemporáneos de su barrio.
Luego, ante una de las preguntas finales, la risa se le desaparece y un nudo se le asoma a la garganta: «La muerte de Casasayas, en 2007, fue un golpe terrible para todos sus discípulos. Le despedí el duelo, el único que he despedido en la vida. Pero la pérdida más extraordinaria, diría que insoportable casi, hace seis meses, fue la de mi esposa, Enilsa Lemes. Cuando te pasa algo así te quedas desarmado y te percatas de que la muerte es algo sobrenatural. Para ella yo seguiré escribiendo y creando, donde quiera que esté».