Los ingentes problemas sociales y económicos de la región no hacen olvidar a muchos de nuestros cineastas el eterno tema del amor, incluso, siempre vinculados en última instancia a aquellos.
Dos filmes, rubricados ambos por mujeres, abordan desde sugerentes perspectivas tales asuntos «del corazón»: Maré: nossa historia de amor, de la brasileña Lucia Murat (Quase dos irmaos); y Lluvia, de la argentina Paula Hernández.
Aspirante a corales de ficción, el primero de ellos es una suerte de Romeo y Julieta en el turbulento medio de las favelas cariocas, con referencias directas a otro filme que se inspira en el mito shakesperiano: West Side Store, de modo que, como puede inferirse, estamos en presencia de un musical, que, puestos a seguir con las alusiones intertextuales, remite a otro clásico del género: Fame, con una escena incluso (los jóvenes bailando sobre los autos en plena calle) literalmente citada de allí.
Fotograma de la película Maré: nossa historia de amor. El enfrentamiento de dos pandillas rivales no impide que dos jóvenes de algún modo relacionados con ambas, se enamoren, mas solo pueden entrar en contacto —y ello con permanentes riesgos—, en los ensayos de una compañía de danza que la entusiasta profesora Fernanda ha organizado, tratando en vano de mediar entre las bandas.
El filme logra captar, aun en medio de la fuerte presencia musical, todo el clima de violencia, narcotráfico y constante peligro de muerte que constituye el cotidiano en los morros de Brasil, muchas veces encauzándolo a través de esas jugosas y preciosas coreografías, donde, junto a pasos y motivos internacionales, late la inconfundible presencia del país, expresado también en sus versiones no menos singulares de un ritmo como el hip hop —a propósito, un referente a seguir por sus jóvenes cultores en Cuba en tanto la profundidad y muchas veces vuelo literario de sus letras, las cuales, no por estar nutridas de la realidad y las preocupaciones concretas de esa etapa en la vida, pactan, todo lo contrario, con la chabacanería y el mal gusto.
Entre ello, y cómo no, el funk o el samba, apreciamos un expresivo mapa de esas peligrosas zonas de la periferia en Brasil, donde operan códigos como el odio, la venganza y la presunta solución de los problemas mediante el gatillo siempre en acción.
Preocupada por el sonido y el baile que tanto tiempo ocupa en su filme, Murat, sin embargo, no descuida la dramaturgia y la sólida construcción caracterológica.
Su zambullida en la dura marginalidad de estos jóvenes le permite también sacar a flote sentimientos muy nobles, como los que animan a la pareja protagónica, dispuesta a luchar por su amor al precio que sea, y contra todos los obstáculos, para lo cual se ayuda de un eficiente montaje, una esmerada dirección artística y un desempeño loable de los actores, cantantes y bailarines que convierten el trayecto en una gratificante experiencia.
Insertada en el acápite no competitivo Panorama Latinoamericano, Lluvia nos acerca a esa movida que se ha dado en llamar el «nuevo nuevo cine argentino», con sus procedimientos desnarrativos, sus énfasis más en las atmósferas que en las historias y sus dilaciones temporales.
En un viernes de un Buenos Aires donde no escampa, en medio de un tremendo embotellamiento, Roberto, herido y empapado, irrumpe en el auto de Alma; a partir de entonces comenzará una lenta, mas progresiva relación que cambiará la vida de ambos: él, un español con ancestros argentinos casado y con hija; y ella, una redactora de revista.
Hernández se anota puntos en el eficaz manejo de la cámara, en la captación y transmisión de esa atmósfera húmeda que parece favorecer los lances amorosos, y en el reposado estudio de sus personajes, quienes van madurando ese intercambio difícil pero enriquecedor para ambos.
Donde falla, justamente, es el innecesario estiramiento que sufre la historia, la cual no daba para los 110 minutos que dura el filme; un corte aquí y allá le hubiera permitido ganar en cohesión y (con ello) comunicación, pues no pocos espectadores abandonan la sala abrumados por el exceso.
A pesar de lo cual, esta mojada historia de amor donde sobresalen los inteligentes desempeños de Valeria Bertucelli y Ernesto Alterio, puede hacernos reflexionar una vez más sobre los intrincados laberintos del amor, ese que continúa generando relatos y (des) encuentros para bien del cine latinoamericano y sus muchos admiradores.