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Sagua, la grande de aquel 9 de abril

Un pequeña ciudad del norte de la antigua provincia de Las Villas se convirtió en el centro de las principales acciones de la huelga general revolucionaria convocada, 65 años atrás, para derrocar la dictadura batistiana

 

Autor:

José Antonio Fulgueiras

La mañana entró limpia, como casi todas las de abril, y el aire que venía del río El Undoso levantaba a veces en remolinos algunas hojas a la vera del puente El triunfo, de la ciudad norteña de Sagua la Grande.

A las 11 de la mañana del 9 de abril de 1958 explotó la bomba en una esquina de la fundición Macfarlane y los muchachos salieron de la Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad (AJEF) y otros puntos de la ciudad, cuchillos comandados en manos, y algún que otro revólver y escopetas viejas, y fueron a batirse con el escuadrón de guardias de la dictadura de Fulgencio Batista, apertrechados con fusiles de altos calibres.

No es una película de ficción lo que cuento hoy, a 65 años de la gesta sublime, cuando los jóvenes del Movimiento 26 de Julio tuvieron la llamada Villa del Undoso 24 horas en sus poderes, y a los guardias no les quedó otro remedio que guarecerse en su fortificado cuartel y orar por que llegara el refuerzo del Tercio Táctico desde Santa Clara.

De la heroicidad de los sagüeros no se ha hablado mucho, o no todo lo que se debería, pienso yo, que traté de atrapar el suceso heroico en un libro que salió publicado hace cinco años exactamente, con un título quizá un poco localista, pero sincero: Sagua es así de grande.

La huelga general

Cuando Renato Carasone escribió la letra de su popular canción Ricordati Marcelino no podía imaginar que iba a servir de prólogo musical al llamado a la Huelga del 9 de abril de 1958, que finalizó en un fracaso momentáneo en las ansias libertadoras del Comandante Fidel Castro y su tropa, quien, desde la Sierra Maestra, dio luz verde a la acción huelguística, pero factores organizativos y de otra índole impidieron su cristalización exitosa.

Según las valoraciones posteriores del doctor Faustino Pérez, expedicionario del yate Granma y uno de los responsables principales de la huelga nacional, sería prácticamente imposible enumerar la cantidad y diversidad de acciones de todo tipo y magnitud en el país, paros fabriles, sabotajes y combates que, sin alcanzar los objetivos propuestos de derrocar la tiranía, mostraron la irreductible decisión de lucha y sacrificio del pueblo revolucionario y su voluntad de victoria. 

Propició, además, un posterior encuentro de análisis en Altos de Mompié, Sierra Maestra, donde Fidel Castro se reunió con varios de los jefes principales de las acciones, en la que participó de invitado el comandante Ernesto Che Guevara, y en las conclusiones fue nombrado oficialmente Fidel como Comandante en jefe de las tropas del Movimiento 26 de Julio en todo el país.

Lo que pasó en las villas

En los últimos toques organizativos para la huelga general Enrique Oltuski, coordinador del Movimiento 26 de Julio en el territorio, decidió visitar Sagua la Grande, la ciudad más importante de la provincia en cuanto al desarrollo del movimiento obrero, ya que existían industrias muy avanzadas para la época como la Fundición Macfarlane, la Fábrica Electroquímica, la destilería de alcohol El Infierno, el puerto de Isabela de Sagua y varios ingenios azucareros.

Relató Oltuski que visitó a Martínez (Ernesto Mora) y a Samuel (Humberto González) en la casa del primero, y cuando les informó sobre el arranque de la huelga los ojos de ambos brillaron de emoción y al unísono preguntaron: ¿Y las armas?». «No hay armas», resumió secamente.

Una ciudad como heroína inmensa

Sagua la Grande todos los días acuesta y levanta a sus muertos heroicos y sublimes. La que fuera declarada como ciudad el 8 de diciembre de 1812, ya desde el siglo XIX comenzó a procrear mujeres y hombres ilustres para la acción guerrera emancipadora, la ciencia, el arte y el deporte.

Dos combatientes sagüeros participaron heroicamente en el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 y entregaron sus vidas en aquella épica acción: Elpidio Sosa González y Roberto Mederos Rodríguez.

Humberto González, bautizado por el capitán Samuel, seudónimo salido por las dos primeras letras de la palabra Sagua, y ya fallecido, testimonió:

 «El plan Sagua consistía en mantener el dominio de la ciudad, prometiéndonos, que, si entraba una expedición que se esperaba por la zona de Nazábal, nos entregarían una cantidad de armas, lo cual no sucedió.

«Los aspectos fundamentales del plan Sagua radicaban en paralizar toda la ciudad teniendo en cuenta que en esta urbe había varias industrias, mantener el comercio cerrado y tomar los puntos más altos para hacer frente, desde ellos, al ejército de Batista».

A las 11 de la mañana, cuando a través de la radio se recibió el anuncio, los combatientes partieron a la batalla desigual y 30 minutos después de iniciada la huelga ya se habían paralizado todas las labores y cerrado los establecimientos e industrias.

Simultáneamente salieron los comandos rebeldes a tomar varios puntos estratégicos de la ciudad, como el aserrío y los talleres de los ferrocarriles.

La muerte cobró su primera víctima frente a la estación ferroviaria en la noble figura de Manuel Garrido. El soldado se percató de que a Manolito se le trabó el cartucho en la recámara del fusil y ahí mismo se metió por dentro de una zanja, y cuando estuvo cerca le disparó prácticamente a quemarropa.

Fidel Arredondo intentó levantar del suelo a su compañero Manolito y fue también asesinado por las balas, mientras un casquito de la tiranía le disparó por la espalda a Mario Antonio Pérez y lo hirió de muerte.

Lazarito Barrios, con sus 16 años de edad, partió al rescate de su amigo Mario, que clamaba, empapado en sangre, por un vaso de agua. Lo cargó a duras penas y lo introdujo en uno de los salones de la terminal ferroviaria.

Poco después volvió el ejército, revisó palmo a palmo la estación y se encontró con los dos jóvenes, y sin mediar palabras los casquitos apuntaron y dispararon contra los dos cuerpos y los asesinaron sin piedad. 

Contaba Heriberto González, uno de los participantes, también ya fallecido: «Lo más triste de todo es que la mayoría de esos compañeros pertenecían al comando de los cuchillos, por lo que casi ninguno poseía armas de fuego. La misión era que los tres grupos que salieron de la logia, luego de sus acciones pertinentes, debíamos reconcentrarnos frente a la estación de ferrocarriles, pero acudimos retrasados al lugar, y eso posibilitó que ellos no tuvieran una defensa armada.

Otros compañeros cayeron en el fragor de la batalla incluido el chofer de un ómnibus, Raúl Valencia, que trasladaba a algunos insurgentes.

Un grupo se apostó en los altos del edificio La Villa de París, con vista a dominar desde la azotea las arterias principales de la ciudad, mientras que el puesto de mando principal se ubicó en la escuela Sagrado Corazón de Jesús, de los Jesuitas.

Al día siguiente llegó la noticia de que iban a bombardear  la urbe, y los revolucionarios se replegaron hacia Monte Lucas, a unos seis kilómetros al nordeste de la ciudad, donde a las pocas horas apareció una avioneta espía y aviones B-26 y comenzaron a bombardear.

Allí, donde hoy se yergue un obelisco, cayeron enfrentando a la aviación enemiga con viejos fusiles y asesinados a mansalva por el Tercio Táctico de Santa Clara, Julio Laportilla Felipe, Neftalí Osvaldo Martínez Peláez, Feliberto González Mujica (Tito), Leonardo Sampedro Fernández, Lázaro Pentón Estévez, Antonio Chávez Cabrera (Ñico), Rafael Dulzaides Rodríguez y El Desconocido, un hombre, aún sin identificar, que al comenzar las acciones sacó de un saco un revólver y se integró a la lucha.
La huelga del 9 de abril no fracasó en Sagua la Grande, pues la gesta devino un homérico levantamiento armado popular. El pueblo tuvo 24 horas para demostrar que pretendía ser soberano.

Por ello el Comandante en Jefe Fidel Castro, en el primer aniversario de la gesta, expresó: «Fue el golpe más duro que sufrió la Revolución a lo largo de todo su trayecto, pero golpe del que supo rehacerse nuestro pueblo […] Porque los muertos sirvieron de bandera, porque los muertos sirvieron de aliento, porque los muertos dieron el ejemplo, porque los muertos trazaron el camino».

El camino se abrió casi nueve meses después, el 1ro. de enero de 1959, tiempo similar al que una madre tiene su criatura en el vientre, como una gestación simbólica de esa mujer que da a luz a un niño liberto.

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