Discurso pronunciado por Fidel Castro en la Magna Asamblea Popular celebrada por el pueblo de cuba en la Plaza de la República, el 2 de septiembre de 1960. Autor: Raúl Corrales Publicado: 02/09/2020 | 03:36 pm
Yo voté en la Magna Asamblea General del Pueblo de Cuba el 2 de septiembre de 1960 en la Plaza de la República, después de escuchar los argumentos y las propuestas de Fidel Castro, el líder revolucionario de 34 años. Recuerdo que los participantes desbordábamos la gran explanada, las avenidas y calles aledañas, hasta las faldas del Castillo del Príncipe. Fui testigo de aquella muchedumbre apretada, a pie firme y con sed, venida espontáneamente de muy lejos, incluso de Oriente, reunida allí para, de manera directa, tomar decisiones trascendentales.
Nunca había sucedido un acontecimiento igual en nuestra historia. Levanté mi mano y la mantuve en alto durante largos segundos junto a más de un millón de cubanos, para aprobar la Primera Declaración de La Habana, y responder indignados a los cancilleres de América Latina, quienes condenaron a Cuba acusándola de ser un «peligro» para las demás naciones del hemisferio; reunidos en Costa Rica y convocados días antes por el Gobierno de los Estados Unidos, no representaban en absoluto los verdaderos intereses de sus respectivos pueblos.
Desde la posición que ocupaba Fidel en la tribuna podía abarcar mejor con su vista la masa congregada. «No hay espectáculo más impresionante y más formidable que un pueblo cuando tiene vida, expresó, que un pueblo cuando tiene conciencia, que un pueblo cuando tiene alma, que un pueblo cuando tiene moral, cuando tiene razón, cuando tiene espíritu de lucha, cuando es valiente, cuando es capaz de sentir un ideal y por ese ideal sacrificar todos los intereses individuales! Porque cuando un pueblo llega a ese grado de conciencia revolucionaria, los individuos se funden en el alma del pueblo y entonces individualmente cada uno de nosotros no importa.
Recordándonos su voz acusadora en el juicio del Moncada, Fidel señaló: «¿Qué ha hecho nuestro pueblo para merecer la Declaración de Costa Rica? ¡Nuestro pueblo no ha hecho otra cosa que romper las cadenas! Nuestro pueblo no ha hecho otra cosa, sin perjudicar a ningún otro pueblo, sin quitarle nada a ningún otro pueblo, que luchar por un destino mejor».
«Nuestro pueblo ─recalcaba─ no ha querido otra cosa que ser libre; nuestro pueblo no ha querido otra cosa que vivir de su trabajo, y nuestro pueblo no ha querido otra cosa que vivir del fruto de su esfuerzo; nuestro pueblo no ha querido otra cosa que sea suyo lo que es suyo, que sea suyo lo que es de su tierra, que sea suyo lo que es de su sangre, que sea suyo lo que es de su sudor».
Todavía la Revolución no se había declarado socialista, nuestro Estado mantenía relaciones diplomáticas formales con su vecino del norte, sin embargo este avanzaba en los planes para la invasión mercenaria, organizaba las bandas en zonas montañosas de la Isla y les lanzaba suministros y armamento desde el aire.
Fueron varios los acuerdos que nos fueron sometidos y que aprobamos, como el de anular un convenio del Gobierno cubano anterior a 1959, mediante el cual Cuba se comprometía a pedir permiso a Estados Unidos para utilizar las armas que se le entregaban para la defensa hemisférica, con lo cual era tácita su complicidad en la utilización de esas armas por la tiranía de Batista para bombardear zonas campesinas y asesinar a miles de cubanos.
También levantamos la mano para aprobar la política de nuestro país que debía ser de amistad y de comercio con todos los pueblos del mundo, con establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China y aceptar la ayuda de la Unión Soviética en caso de que Cuba fuera agredida.
¿Quiénes éramos en su inmensa mayoría los que disfrutamos una comunicación total entre el orador y la masa, en cuyo interior ya había comenzado a enraizarse su decisión de defender con la vida una dignidad alcanzada y reconocida? Fidel nos describiría: «los hijos de familias pobres, que muchas veces no tenían oportunidad siquiera de aprender las primeras letras, porque había regiones enteras de Cuba donde nunca habían visto un maestro».
A 60 años de aquellas palabras, que se identificaban plenamente con el sentir de quienes hacían ondear banderas cubanas, carteles y pancartas, condenatorias a las maniobras del imperialismo yanqui contra Cuba, se valora la excepcionalidad de tales acontecimientos y se siente el privilegio histórico de haber vivido una de las expresiones de la democracia verdadera, con el pueblo, como soberano, presente de forma multitudinaria, representando también al resto de sus compatriotas.
No sería ni la única ni la última vez que el pueblo votaría en las plazas y en las calles, como igualmente votaría con las armas en la mano en las batallas y los desafíos que se avecinaban.
Una década y media después vendría también la institucionalización del país, que alejarían todavía más el pasado de desvergüenzas, demagogia, politiquería, explotación y discriminación, que sufrió nuestro pueblo, y que hoy es presente en otros escenarios, principalmente en el país que se autotitula ejemplo y adalid de la democracia en el mundo. Sobre Estados Unidos, en la Plaza ese 2 de septiembre, el entonces Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, señalaría:
«En su empeño de hacer fracasar la Revolución, comenzaron por calumniarla, comenzaron por hacer una campaña contra ella en todo el mundo, para aislarnos de los pueblos hermanos del continente y para que el mundo no supiera lo que nuestra Revolución estaba realizando. Después, cuando fracasaron los intentos de desacreditar a la Revolución, de dividir a la Revolución, y de frenar a la Revolución, comenzaron las agresiones más o menos directas, comenzaron los bombardeos a nuestros cañaverales, comenzaron las incursiones aéreas sobre nuestro territorio, continuaron las maniobras para dejarnos sin petróleo, y concluyeron agrediendo nuestra economía».
Si algo ha cambiado en la política de ese país con respecto a Cuba, es que ahora resulta más despiadada, cínica y cruel. Y la de Cuba es responder con más democracia, socialismo, solidaridad y defensa de la Patria.