Julio Vitelio Ruiz Hernández. Autor: Trabajadores Publicado: 17/04/2019 | 11:47 pm
SANTIAGO DE CUBA.— A 12 días de cumplir 91 años falleció en esta ciudad el Doctor en Ciencias Filológicas Julio Vitelio Ruiz Hernández, Académico de Mérito y fundador del Centro de Lingüística Aplicada y Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Se ha ido una de las figuras imprescindibles de la cultura santiaguera, cubana; el hombre de los diccionarios que tanto agradece nuestra educación; el formador de locutores; el pedagogo laborioso y enamorado del conocimiento, el compañero de Eloína y fundador de una familia que es ejemplo de virtud y uno de los baluartes de la identidad de este lado cubano.
Para quienes tuvimos el privilegio de admirar la huella de su obra fecunda y tierna a favor de la Pedagogía y el buen decir, era como un padre en términos del idioma, un verdadero caballero: esa persona tan docta como solícita, siempre dispuesta a ayudar, a sugerir, a explicar: a enseñar, desde la paciencia, el hablar pausado y el trato cordial que hacían parte de su personalidad.
Hoy a todos nos duele su partida, mas nos seguirá acompañando el ejemplo del hombre que alcanzó casi todos los logros posibles en el orden profesional, laboral, sin dejar de ser sencillo, cortés, y sin proponérselo se convirtió en un paradigma: de ser humano, de maestro, de padre, de compañero, de investigador, de revolucionario.
Hablo del Vitelio que nació en este Santiago suyo de tantas batallas un 28 de abril de 1928 de un padre albañil: Oscar Ruiz, y una madre maestra normalista: María Josefa Hernández Osorio, y ante la ausencia temprana del padre debió abrirse a la vida para ser el sostén de su madre y su única hermana.
Cuentan que lo que realmente le gustaba era la Medicina, pero por suerte para la Pedagogía y las ciencias lingüísticas, con apenas 15 años ingresó en la Escuela Normal para Maestros de Oriente, de donde egresó cuatro años más tarde como un destacado profesional.
Allí sobresalió también como atleta de alto rendimiento en la especialidad de atletismo. Con frecuencia alcanzaba la cima del podio, llegó hasta las eliminatorias de los 100 metros planos para las olimpiadas de Londres 1948, donde llegó a competir con el gran atleta camagüeyano Rafael Fortún.
En 1952 se graduó como Doctor en Pedagogía por la Universidad de La Habana, grado también avalado por su experiencia como maestro normalista de multígrado en Bayamo y de la enseñanza primaria en Santiago, como profesor de Español de la primera Facultad Obrera Campesina y otras labores pedagógicas que consolidaron su quehacer.
Aprovechó muy bien la oportunidad de matricular en la Oficina Internacional de Estudios del Español, donde se graduó como Investigador Lingüístico y en 1971 fue nombrado investigador del Departamento de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba en Santiago de Cuba, del que fungió como director hasta 1995.
Junto a su compañera de empeños y en la vida durante casi 60 años, Eloína Miyares, y a un grupo de reconocidos investigadores, fundaría el Centro de Lingüística Aplicada, del cual fue director honorífico hasta su deceso.
De esas etapas de su existencia se recordarán siempre las plenarias nacionales científicas de Lingüística Aplicada para locutores de radio y televisión, y los Simposios Internacionales de Comunicación Social, que de seguro en lo adelante prolongarán su legado.
Reconocidos y admirados serán también sus resultados en el campo de la Fonética, entre los que sobresalen el estudio sincrónico del habla de Santiago de Cuba (nivel fonético fonológico), realizaciones consonánticas más características del habla popular de Cuba, los laboratorios de fonética en función de la corrección de las dislalias culturales, y sus investigaciones sobre las características del consonantismo en Cuba, especialmente en el habla de los locutores.
También, el estudio fonético fonológico del español hablado por grupos representativos de la joven generación cubana (con análisis acústicos) y el plan masivo para el mejoramiento de la expresión oral de alumnos de enseñanza general del municipio de Santiago de Cuba, entre otros.
Indagaciones abarcadoras como el estudio del vocabulario activo-funcional del escolar cubano y el inventario cacográfico del escolar cubano, le valieron un lugar dentro de la Lexicología de la Isla y son notables también sus aportes en el campo de la Ortografía. Ahí está la Metodología para erradicar las faltas ortográficas: la conocida y apreciada Vacuna Ortográfica VAL CUBA, para el nivel Primario; y el texto Ortografía integral. Metodología para erradicar las faltas ortográficas en el nivel de Secundaria Básica.
Hablo también del Vitelio que junto a Eloína formó un hogar modélico y apegado a la cultura, del padre de ocho hijos varones (tres parejas de mellizos y dos solos) que llegó a tener tres trabajos a la vez para poder mantener a su numerosa prole, pero siempre encontraba tiempo para, desde una libreta con el nombre de cada uno de sus muchachos, llevar el control estricto de cada vacuna, cada enfermedad y cada acontecimiento relevante, incluidas cortaduras y partiduras de cabeza con sus fechas.
Quiero aludir al excelente bailador, que disfrutaba tanto de la buena música, sobre todo la tradicional, como de un buen libro, y adoraba el postre de papaya o guayaba con queso después de las comidas; al padre de los paseos por la Alameda y las clases de Francés, que inculcó a sus hijos el amor por el deporte y la importancia de la seriedad, la disciplina, la responsabilidad y la cortesía con las damas.
Cuando en los últimos años el glaucoma le arrebató la visión, nos dio una lección extra de perseverancia y continuó incansable con sus proyectos investigativos, entonces dirigidos hacia la Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales, con el propósito de poner la Lingüística Aplicada al servicio de los niños y personas ciegas.
Reconocimientos como la Orden Carlos J. Finlay, el más alto que otorga el sector de la ciencias en el país, así como la Orden Lázaro Peña de I y II Grados, la Distinción por la Cultura Nacional y por la Educación Cubana, el Premio Nacional de Pedagogía, la Placa José María Heredia y muchos otros, fueron premios a su entrega de tantos años, pero quienes tuvimos el privilegio de conocerle sabemos que para él la mayor recompensa estaba en la mirada chispeante del niño que aprende, en el regocijo del adolescente que escribe y se expresa con corrección.
Así trascenderá la huella de luz del Doctor Julio Vitelio Ruiz Hernández, el pedagogo incansable en pos del trabajo y el afán de conocimientos: un padre en términos del idioma para los nuevos cubanos y un verdadero caballero.