Hace poco me contaron la anécdota de un profesor que pretendía demostrar a sus alumnos la inviabilidad del socialismo. Realizó el siguiente experimento: las notas de los estudiantes después de cada examen serían promediadas con las del resto del aula, y el resultado lo registraría como la nota final de cada uno.
El método agradó a aquellos discípulos que no estudiaban ni perseveraban, mientras que los aplicados perdieron el interés por estudiar, pues su sacrificio no se equipararía a la puntuación que obtendrían. Para el final del semestre todos los escolares suspendieron los exámenes por el generalizado deseo de no esforzarse. El profesor concluyó entonces con la tesis de que el socialismo conducía a la mediocridad y la falta de productividad.
La anterior no es más que otra torcida historia de cómo algunos interpretan el socialismo, con un colectivismo a ultranza que niega el papel del individuo.
Al oír semejante historia, comprendí que partía de una tesis incorrecta; porque si un engranaje falla en la máquina, no quiere decir que esta es inútil, valoraría el Che. La solución era buscar la pieza defectuosa. Recordé entonces la premisa fundamental de la obra del Héroe de La Higuera El socialismo y el hombre en Cuba, que sale al paso precisamente a quienes por errores y distorsiones de determinados modelos de socialismo, acusan a este ideal de anular al individuo en aras del Estado, de la colectividad, cuando en realidad la apuesta del Che es la de liberar al hombre de toda enajenación y forjar lo que denominó como el hombre nuevo.
En 1965, Ernesto Guevara escribió este ensayo, en el que habla sobre las singularidades del socialismo cubano y de los caminos para poder arribar a su estadio superior: el comunismo.
Su teoría del surgimiento del hombre nuevo u hombre socialista responde a la necesidad de educar a un individuo, que a la vez de libre, se sienta responsable con la sociedad, con la humanidad toda. Sin embargo, el Che no negó al individuo, sino que enfatizó en la necesidad de concientizarlo respecto a su papel en la comunidad en la cual vivía.
El Che reconoció que era difícil entender, para quien no vivía la revolución, la estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan, y a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.
«No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad.
«Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible…».
El mundo cambia, no pocas veces convulsiona, y con él nosotros. Sin embargo, a veces, para dar un paso adelante, es necesario acudir a quienes nos pueden dar respuestas para el presente.